El camino de la paz al odio

Por Javier Pardo de Santayana

( Viñeta de Puebla en ABC el pasado día 8) (*)

Recordarán ustedes cómo entramos en el nuevo siglo. Nuestro optimismo estaba bien argumentado: sólo diez años antes se había instaurado la paz después de soportar casi cien años de conflicto que acabarían con el saldo de tres guerras mundiales, una de ellas “fría”. Se abordaba entonces un tiempo con una sólida base de actitudes pacificadoras y de organizaciones internacionales que marcarían una prometedora pauta de futuro. Por otra parte, la prosperidad en los países avanzados alcanzaba el desideratum de una “Sociedad del Bienestar”, prueba fehaciente de que los vigentes esquemas sociales y económicos seguían siendo válidos en un ambiente en el que predominaban las tendencias favorecedoras de la unión: ahí estaban como ejemplos luminosos la Unión Europea y la Organización del Tratado del Atlántico Norte juntamente con otras instituciones cuya validez y eficacia habían quedado sobradamente demostradas.

En efecto, tras un siglo de luchas y destrozos, surgía como luz conductora de nuestros afanes el pensamiento occidental, síntesis de una cultura trascendente fruto en gran parte de la espiritualidad cristiana. Entonces las sombras del futuro tan sólo provenían del desequilibrio que pudiera causarnos la emergencia de nuevas potencias a nivel mundial. Y allí estábamos nosotros, integrados ya de lleno en todas las grandes instituciones internacionales, participantes en muchos proyectos e ilusiones aunque nadie lo diría viéndonos ahora; por eso nos preguntaremos qué acontecimientos han transformado el escenario. Y la realidad nos muestra tres hechos bien concretos:

El primero fue, sin duda, el brutal atentado del Once de Septiembre del primer año de este nuevo siglo, que dio el pistoletazo de salida en pos de una quimera a una significativa parte del Islam, desencadenando así una especie de Tercera Guerra Mundial en cuya base está una genialidad poco menos que satánica: el empleo del terrorismo como medio normal de imponerse a los demás y le decisión de utilizarlo precisamente en su versión suicida, lo cual obliga a transformar radicalmente todo el sistema de seguridad vigente. Así, los hasta entonces perdedores despertarían del letargo y verían la posibilidad de retornar a sus pasados tiempos de esplendor. La idea es de una eficacia poco menos que increíble: bastaría con conseguir la colaboración de personajes desconocidos y no sería preciso elaborar grandes planes ni realizar gastos excesivos: con unos cuantos – pocos – sujetos casi siempre jóvenes pero dispuestos a morir por una causa que ni ellos mismos comprenderían del todo, y una organización estrictamente necesaria para desarrollar un plan de captación por Internet, poco más sería preciso para ser primera página diaria en todos los periódicos del globo, o para aparecer continuamente en las televisiones desde un confín al otro del planeta.

El segundo hecho bien podría ser una brutal crisis económica que desprestigiaría el sistema económico de siempre y sumiría a los contribuyentes en una profunda depresión. Así el modelo que hasta entonces había sido de éxito se vería asaltado por unos movimientos populistas de indignados en busca de otro “nuevo” inspirado en los radicalismos del pasado siglo. Poco importa que la Historia nos alerte sobre los resultados de destrucción y muerte que causaron éstos: de lo que en consecuencia se nos vendría encima si aquellos mismos hechos llegaran a repetirse en nuestro siglo. El caso es que así se buscaría el escenario soñado por quienes desean acabar con nuestro mundo y nuestras sociedades avanzadas.

Finalmente señalaremos como otro hecho de importancia el avance exponencial del desarrollo tecnológico y el subsiguiente desarrollo de unas redes sociales a disposición de todo el mundo, incluidos quienes las utilizan para manipular con impunidad las voluntades. Por ejemplo, para agredir a nuestras sociedades avanzadas mediante un terrorismo que es ya globalizado, o para – como unos “nuevos bárbaros”- detener nuestros esfuerzos por mantener la paz y la unidad y, tras de romper con la cultura propia, sustituirlos por un totalitarismo: combinación ciertamente explosiva cuyo resultado es la creación de un entorno permisivo pero enormemente útil para quienes han decidido intervenir nuestro presente y orientarlo en beneficio de sus organizaciones revolucionarias; unas en favor de un poder apoyado en el radicalismo religioso y otras de unas soluciones ya desprestigiadas y de triste memoria. De tal forma que, siendo como somos incapaces de reaccionar ante las ratas que suben ansiosas a cubierta, los bellos principios de paz y de unidad que creímos haber imbuido a nuestros hijos en garantía de su felicidad futura corren el riesgo de ser sustituidos por un odio que en España asoma ya por todas partes, incluido el mismo Parlamento.

Un odio que se materializa en el insulto, en la obsesión por destruir lo ya alcanzado, en la eliminación o la sustitución de nuestra cultura milenaria, en la prohibición de nuestras tradiciones, en la tergiversación de nuestra Historia, o en la persecución del adversario y de la fe de nuestros padres, por ejemplo. Y en la instauración de aquel principio según el cual el “no es no” o “peor es mejor”. Entonces se harán realidad aquellas frases según las cuales “el infierno son – sencillamente – los demás”, o “el hombre es un lobo para el hombre”. Es decir, según un pensamiento exactamente opuesto al instaurado aquí en Europa por los padres fundadores de la Unión, quienes veían a la Humanidad tal como como la formuló en su día el Papa: como una gran familia que aspiraría a vivir sencillamente en paz.


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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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