No es fácil distinguir cuáles son los malos

Por Javier Pardo de Santayana

( Marrakech. Acuarela de Hangel Montero en Hispacuarela de Facebook) (*)

No es ésta la primera vez que me refiero al maremagnum de lo que podríamos llamar “el mundo del Islam”. Ya lo he hecho repetidamente para hacer ver su complejidad. Pero la cosa ha ido tan “in crescendo” que considero interesante detenerme una vez más en él.

No hace mucho que Guy Sorman, comentarista de prestigio, nos hablaba de las dificultades que experimentamos a la hora de discernir entre los musulmanes “buenos” y los musulmanes “malos”; incógnita ésta para mí acertada porque tal suele ser precisamente lo que se plantea al ciudadano medio; es decir, lo que cualquiera se pregunta ante una situación informativa que ha superado ya todos los límites de la normalidad. Así empieza ya a verse como una cosa más de las que “pasan” el hecho de que en una sola semana se produzcan tres o cuatro atentados terroristas que parecen obedecer a una intención coincidente. No se trata de puntos calientes del planeta; esto es, de lugares especialmente conflictivos en donde el ciudadano localiza la posibilidad de que tal cosa ocurra, sino que se reparten de tal forma que hacen evidente su principal propósito: lograr una amplia difusión del acontecimiento de forma que se sienta en peligro toda el mundo.

Se trata, en efecto, de hacerse ver y hacerse temer por alguien. Eso está claro. Mas no lo está tanto saber quiénes son los promotores y los protagonistas y quiénes los supuestos receptores del mensaje. Porque nosotros, europeos, tendemos a dar credibilidad a las previsiones del famoso Huntington, enmarcando estos hechos en una especie de “choque entre civilizaciones”: la Occidental, proveniente de la herencia cristiana y grecorromana, y la Islámica, resultante de la expansión de las doctrinas de Mahoma. Un choque entre dos religiones enfrentadas por la voluntad de una de ellas que pretende recuperar su impulso y reconstruir un antiguo califato. Mas no sólo se trata de un rechazo visceral por parte del Islam contra un modo de vida como el nuestro, que para los más “puros” de los islamistas olvidó la virtud y se halla sumido en la depravación, ya que igualmente se produce contra la desviación doctrinal de ciertos grupos musulmanes – de naciones incluso – que difieren en algún aspecto en su interpretación del Libro. En cuyo caso las mismas acciones – enormemente crueles – pretenden convencer, por la idéntica vía del terror, a sus “hermanos separados”. Me refiero a un terror en su máxima expresión: concebido en un ámbito global y con una expresión brutal, sin tope alguno.

Como señalo, la represión es siempre brutal y sanguinaria: hasta los niños serán objetivo preferente cuando su sacrificio convenga para castigar la degeneración de los que no son como ellos. Y toda expresión individual del alma, sea ésta mediante la música, el baile, la arquitectura, la escultura o incluso la pintura – será etiquetada como símbolo de podredumbre, y su destrucción será vista como un medio eficaz para que el terror produzca sus efectos.

Por otra parte, la violencia será ejercida como respuesta sin piedad a una maldad que “lo merece”. Así veremos “ejecuciones públicas” mediante el degüello y otras lindezas difícilmente soportables. Violencia sin límites, crueldad sin límites, brutalidad sin límites. Y el panorama se completará con un ejercicio de la inteligencia orientado a imaginar continuamente nuevas estrategias: así, por ejemplo, con la inclusión innovadora del sacrificio de las propias vidas, quizá comprensible en medios rústicos y detenidos en el tiempo pero difícilmente imaginable en los entornos ilustrados de las grandes ciudades europeas. Algo tan inaudito que requerirá adentrarse en estudios sociales y psicológicos que nos permitan entender los mecanismos que hoy día superan la impopularidad del suicidio y su rechazo en las sociedades avanzadas donde muchos de los criminales terroristas se han criado en un ambiente de libertad y de confort.

Claro está que el desarrollo de la comunicación. así como la fascinación de las pantallas, permiten crear y transmitir por vía virtual realidades ficticias y mundos atractivos que a su vez pueden hacerse contrastar con la realidad diaria, y que a ésta pueden añadirse cuantos tonos grises y oscuros fueran precisos para remover la voluntad de los más jóvenes y llevarlos a situaciones de desesperación o de entusiasmo.

Naturalmente, lo siguiente será preguntarse por el sistema orgánico: quién o quiénes son los jefes, como puede crearse de la nada un país dotado de economía propia y de ejército; cómo puede dirigirse con cierta eficacia un complejo tan amplio en cuanto a la extensión de sus ubicaciones y procedencia de sus miembros. Cómo puede conseguirse una recluta tan variada y abundante de sujetos que mueren por propia voluntad, porque lo de las huríes soporta difícilmente la prueba de la modernidad en que suelen desenvolverse quienes así se inmolan. Mucho deben conocerse a sí mismos quienes gobiernan el cotarro como para confiar tan ciegamente en un incentivo a la altura de las circunstancias.

Y, sin embargo, una organización con resultados tan potentes no parece tener hoy ni siquiera un dirigente conocido y a la altura del famoso Bin Laden, aquel genio del mal que fue capaz de conmocionar al mundo y cambiar nuestro futuro con una simple operación de bricolaje; de hacer inútiles los sistemas de seguridad que hasta entonces habían funcionado. Todos hemos presenciado cómo, de una o de otra forma, el mundo de la post guerra fría se convirtió de pronto en un escenario global totalmente diferente del aquél al que nos habíamos acostumbrado. Los escenarios, los espacios, el mismo modelo de enemigo, las amenazas, los medios, los tiempos que se han de utilizar – incluso el tipo de personas – son distintos, como lo son también la forma de sentir el peligro que acecha y hasta la ubicación de un atacante que incluso convive con nosotros. Poco tendrán todo que ver con los esquemas clásicos: ya no habrá unos terrenos definidos que puedan separarse trazando líneas en el mapa, porque ya el enemigo puede llegar a ser hasta nuestro vecino.

¿Cómo es posible que algo tan incorpóreo, difícil de definir y escurridizo – virtual a veces – pueda constituir una amenaza concreta y conocida? ¿Y cómo asegurar la libertad total de nuestros ciudadanos o el funcionamiento de unas naciones avanzadas cuando se sabe que nos combaten desde dentro ciudadanos que poseen incluso nuestro pasaporte? Porque el campo de batalla se ha extendido, antes que a ningún otro lugar, a las redes sociales y a las comunicaciones electrónicas. Y la batalla es en gran parte psicológica en un territorio de contrastes y contradicciones donde coexisten ambientes antiguos y esenciales con mundos de sofisticación extrema; mundos en los que caben desde los más exquisitos cuidados sanitarios a las ejecuciones más brutales.

Nunca se vieron ataques tan dañinos en un medio tan fluido como éste; en un esquema físico de contornos tan difusos como los actuales; con una definición tan complicada de amigos y enemigos según la cual casi nada de lo anterior nos sirve. Un mundo en el que, a la vez que somos capaces de acercarnos a la atmósfera del sol según nos dicen estos días, nos confesamos ignorantes sobre si nuestro prójimo o vecino es o no también nuestro asesino.

PS: No olvidemos que un problema semejante alcanza a muchos ciudadanos musulmanes a los que también los terroristas matan a mansalva. Pero, por lo que se ve, ni sus deudos ni sus autoridades religiosas ni sus medios se atreven tan siquiera a protestar.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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