Por Carlos de Bustamante
( Camino entre sembrados. Acuarela de José María Arévalo) (*)
Antes de comenzar con el artículo que “pudiera” ser el último de esta miniserie, he de decirles que el Rezongón tanto en éste como en los anteriores, no pretende aconsejar sobre las bondades o perjuicios del progreso; yo… digo nada más. Para más y mejor constancia veremos qué dice el Rezongón en sus “Conclusiones”. Las que, probablemente sean a ustedes a los que, dicho lo escrito, deje tan difícil cuestión, de la que tengo dudas más que razonables. Como alguno de nuestros lectores pudieran ser, como el Rezongón, más viejos que la tos, habrán vivido los “años del hambre”, penuria o escasez de la posguerra, esto de la achicoria no les sonará a chino… Era un curioso sustitutivo del café.
Sin embargo, lo que alguien tal vez ignore, es que este cultivo ya lo tenían los romanos; no, naturalmente como café, pero sí como yerbas “amargas” para ensaladas con propiedades, además, medicinales. En nuestros días, no se me asombren porque es verdad que también la tomamos en las ensaladas de ¡endivias! Tampoco me extrañaría que las yerbas amargas de las cenas pascuales de los judíos fueran también brotes de achicoria. Los que de trozos o pequeñas raíces que permanecen en la tierra tras el cultivo y extracción de la raíz, brotan en primavera. Si se desentierran los brotes, blancos como la nieve bajo tierra, son endivias exquisitas con un agradable y ligero sabor amargo. Medicinales, diuréticos y antioxidantes…
Brotes éstos, buenísimos, que, más de campo que las amapolas, este Rezongón pero no homeópata, extrajo cantidad en aquellas primaveras de los años cuarenta. Años en que, junto a la malta o cebada tostada, tomé más de un café (¿) almibarado con azúcar morena (nada que ver con las famosas gitanas) y el extracto de la madre de las endivias.
Porque es raíz muy poco exigente en cuanto a la calidad del suelo, desde tiempos muy remotos se han cultivado en los terrenos arenosos y sencillos de las “tierras de pinares” y en algunos también ligeros del valle del Duero.
Y porque las ciencias adelantan que es una barbaridad y la homeopatía se puso de moda, el Rezongón-agricultor, hizo sus pinitos en semejante cultivo que tuvo momentos – ¡ay, muy breves!- de apogeo con la achicoria soluble, como los cafés, descafeinados o no.
Comenzamos, pues, por la “prehistoria moderna”: dicen que la mostaza es la más pequeña de todas las semillas; y digo yo, que tal vez… con el permiso de las de achicoria. Primera y gran dificultad para la siembra: el ingenio de los herreros hizo lo que pudo para un artilugio de sembradora. Un pequeño cajón de chapa y sencillos engranajes que depositaban en la bota que “rascaba” ligeramente la tierra dejando en ella un pequeño chorrillo –nunca tan pequeño como el labrador hubiera deseado- de la diminuta semilla. Someramente enterrada, en primavera afloraban dos hojas (dicotiledóneas) tan diminutas como “la madre que las parió”. Pero ¡ay!, en cantidad tal y tan juntas que entresacar varias (muchas) para dejar sólo una, aunque por menos exigentes a menor intervalo que sus “primas” las remolachas era labor tercermundista y por demás inhumana. Raíz, sí, poco exigente, pero no tanto como para que estas tierras pobres en nutrientes, pudieran criar todo el cordoncillo de miles de plántulas diminutas. Primera y necesaria labor: “marcar” con la binadera intervalos sin achicorias, para más y mejor desarrollo de las restantes, que aún así sobraban y era preciso entresacar.
¡Una a una con la pinza de los dedos índice y pulgar de las mujeres y chicos de las numerosas cuadrillas!
La estampa de un hombrachón castellano tirando de la sembradora como burro de noria era curiosa sí, pero mejor que no se repita. ¿Solución…? Naturalmente el progreso: el que, como tantos otros, nos los “trajon” de la lejana Normandía “de la France”. Como parienta pobre de la ricachona remolacha, también se imponía el progreso para semilla y máquina sembradora “fusilada” de la máquina para la semilla de la raíz azucarada: sembradora, pues, de precisión y cintas giratorias en ella con pequeños orificios por donde pasaban las minúsculas semillas; pero éstas pildoradas y monogermen, claro. Las que caían vertidas por las botas (no menos de seis) a distancia exacta de 5-8 cts., según la calidad de la tierra.
La cara de asombro en las cuadrillas, contrastaba con los ojos tristes de un futuro incierto por verse, una vez más, desplazados por el imparable progreso. Si bien es verdad que para recubrir con una fina película cada semilla a modo de píldora redonda y menos diminuta para facilitar el paso por la cinta de la ingeniosa sembradora precisaban las fábricas si no todo el personal sobrante del campo, al menos una parte. Amén del personal que se llevaba la industria para producir tales artilugios, y los muchos que, ya citados para otros cultivos o menesteres agrícolas, hicieron generar fábricas e industrias florecientes.
Mozos y mozas, normalmente cualificados, que bien emigraban a la capital, bien se ausentaban cada día del pueblo, utilizado entonces sólo como dormitorio. Personal que sin utilizar el “coche de san Fernando”, precisaban de vehículo para el diario transporte. Tan desoladora como inevitable la estampa de quienes héroes anónimos de tiempos heroicos, dejaron la reciedumbre y el vigor en labores tan ingratas como las mentadas. Envejecidos, ellos y ellas “antes de conantes” veían el trajín de sus renuevos entre el sombro y la nostalgia. Compañeros antes en “cortes” similares, lo eran “áhura” sentados a la puerta de la casa que los vio nacer y que ellos se resistían a abandonar.
-¡Ande vamos a ir nosotros áhura con estos alamares que se ha mangau la juventud díahura, que quisió si no darán en tontos… -le decía Nicolás “el Croner” a su vecino y compañero de fatigas, Leocadio “el tío Pichón”.
-¡A vei se creen que en la capital siatan los perros con longaniza,- que pa mí son una miaja inorantes! – remataba éste mientras acariciaba la bota, compañera en mil batallas de cuando bajaban a Peñalba con la ración del exquisito tinto o clarete de estos pagos.
Con pequeños garfios, el diminutivo de los picos para sacar las remolachas… (continuará en el próximo si Dios es servido).
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(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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