Esto sí que es tener sentido del humor

Por Javier Pardo de Santayana

( Perspective: Madame Recamier by David. Óleo sobre lienzo de René François Ghislain Magritte. Collection Mme J. Vanparys-Maryssael. Brussels. 25,5 x 31,7. Foto en pintura.aut.org) (*)

Si me preguntaran cual puede ser considerado el momento más importante de mi vida, seguramente respondería a bote pronto que el de mi propio nacimiento, ya que en él pasé de la no existencia a la existencia. Pero reflexionando sobre la cuestión caigo en la cuenta de que, al no ser yo consciente entonces de tal circunstancia y de su vital trascendencia para mí curriculum, aquel suceso pasó casi sin que me diera cuenta; esto es, sin sorprenderme de tan aparatosa circunstancia. Es más, me iría acostumbrando al hecho de vivir sin conceder especial atención a aquel crucial momento por mucho que para mis padres, como para mis hermanos, abuelos y tíos, representara una gozosa novedad.

Otras opciones de respuesta a la pregunta podrían ser determinados momentos de mi vida caracterizados por su trascendencia, como el de la decisión de abrazar la carrera de las armas o de unir ya para siempre mi existencia a la de una mujer con la que compartiría mis felicidades y desdichas. O, por qué no, el nacimiento de mis hijos o aquellos momentos en los que pude haber pasado a criar malvas, como cuando realicé mi primera barrena en avioneta o fui operado de peritonitis. Sí; todos esos momentos fueron sin duda hitos importantes que encarrilarían mi futuro.

Pero para mí que el momento más importante en la vida de cualquier persona, incluido yo mismo, es el de esa muerte de la que ningún ser humano sale indemne, ya que la transición al otro mundo llega con plena conciencia de lo que nos espera y después de haber vivido un cierto número de años. En todo caso, y aun en el supuesto de que el cambio fuera para bien, no deja de causar cierto canguelo. Por eso la cosa de morirse resulta tan seria que las chanzas y los chistes al respecto sólo caben cuando aún se está lejos de la posibilidad de que esto ocurra. Y, aún así, la intención de fondo para suscitar la risa será contribuir de alguna forma a rebajar la tensión respecto a la realidad de tan inexorable hecho, como ocurre con las películas de miedo, que sólo captarán nuestro interés cuando lo que allí se cuenta nos parezca totalmente ajeno.

Sí señores: como diría Antonio Machado en uno de sus versos, “un golpe de ataúd en tierra es algo perfectamente serio”. Y esto era verdad, porque la muerte es, efectivamente, algo tan serio que sólo algunos seres excepcionales han sido capaces de superar el trance con cierto sentido del humor. Caso sobradamente conocido es el don Pedro Muñoz-Seca, de quien se dice que a punto de ser fusilado por los valerosos correctores de la Historia que hoy reivindican nuestros nuevos bárbaros y los consabidos tontos útiles, fue capaz de dirigirse a sus verdugos para decirles: “Podréis quitarme todo lo que tengo; podréis quitarme hasta la vida; pero hay una cosa que no podréis quitarme, que es el miedo que tengo”. Y su frase quedó para la historia como quedó su “Venganza de don Mendo”.

Viene todo esto a cuento porque al consultar las páginas de esquelas del periódico ABC de hace unos días para asegurarme de que aún estaba en condiciones de seguir leyendo, vi con asombro que uno de los fallecidos incluía en su obituario un puñado de frases hilarantes que desconozco si serían escritas por el mismo difunto – antes de morir, naturalmente. Posibilidad ésta que no puede descartarse; si no, recuerden aquel par de artículos míos titulados “De lemas y epitafios (I y II)” en los que presenté algunos casos chuscos y me atreví a proponer los míos propios.

Claro que el texto de la esquela también pudiera proceder de la pluma de alguno de sus hijos o de los dos en comandita, porque estimaran procedente cumplir con las peticiones de su progenitor o porque, fieles conocedores de los entresijos de éste, decidieran interpretar su voluntad reflejando de alguna forma su estilo de vida. Así le harían protagonista de la redacción del texto dirigiéndose a sus deudos para pedirles perdón por el atrevimiento de morirse sin contar con su permiso previamente, demostrando así tener una exquisita educación. También decidirían incluirle encabezando la relación de familiares afligidos por el óbito incluyendo la certera observación de que esto tan sólo sería posible si estuviera en condiciones para hacerlo. Y finalmente, no contentos con ello, recordarían al lector que entre las disposiciones que señaló su padre se incluía el deseo de ser incinerado para que sus cenizas fueran luego esparcidas por el mismo monte en que lo fueron las de su progenitora, añadiendo – y esto sí que es buena prueba de su delicadeza y, por qué no decirlo, de su sentido práctico – que, en el caso de que, como consecuencia de la grave crisis del país, esto exigiera un excesivo gasto de energía, se optara por “tirarle” simplemente al río Llobregat.

Para redondear la exposición de este hecho tan curioso me queda aún por señalar a ustedes que el difunto tenía la carrera de notario, dato que justificaría plenamente su interés por participar en la correcta redacción del documento aunque no tanto su sentido del humor. Claro que la esquela dice también que además de notario fue “escritor”, y esto ya me permite suponer que fue en esta faceta secundaria donde el difunto tendría en vida la ocasión de demostrar su personalidad oculta.

Yo desde aquí le doy las gracias por su osadía y por su temple, y le deseo que descanse en paz.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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