El Rezongón. Robots y progreso. 4. Sigue de patatas

Por Carlos de Bustamante

( Tormenta. Acuarela de Jesús Meneses del Barco) (*)

De Alemania, de Bélgica de Holanda, o de “quisió ande”, lo cierto es, que en los sacos de patatas sembraderas, además de variedades de patatas altamente productivas –superiores con mucho a nuestras clásicas de riñón (reñón)-o “palogán” nos “vinon” lo que nunca hubiéramos querido: el llamado despectivamente “sapo de las patatas”. Vulgo escarabajo que bajo una apariencia vistosa e inofensiva, tantos quebraderos de cabeza nos iba a proporcionar. El “pan de los pobres” tan asequible a todos los bolsillos hubo que ganarlo con el sudor de la frente, tanto o más que con el cereal. Insecto con alas, aunque el patatal estuviera pleno de verdor, de la noche a la mañana aparecía salpicado de colores muy vivos con franjas blancas, amarillas y negras que en inmediato apareo, cubrían ¡el revés de las hojas con miles de huevecillos! Los que muy pronto serían puntos negros, primera fase de miles de larvas ¡voraces! Y ¡voto al chápiro verde!, que pronto daban buena cuenta de la cuna que las dio cobijo y vio nacer.

Alimentadas con un inagotable pastizal de hojas tiernas, de larvas voraces, pasaban a escape a `sapos´ adultos”. ¡Válgame el cielo, o voto a bríos, qué forma de reproducirse los condenados….! De un verde prado de hojas y flores…, pasaba todo un patatal a tristes palitroques; pequeñas ramas enclenques sin el menor vestigio de las antes hojas turgentes. Cuando allí ya no tenían nada que hacer, bandadas de sapos volaban al patatal más inmediato. ¡Y vuelta a empezar!

Ante semejante desastre, durante los primeros tiempos de la plaga, no se nos ofreció otro remedio contra ellos más que el altamente tóxico arseniato de plomo. Era, sí, mortal de necesidad para el sapo (escarabajo); pero ¿cómo rociar de arseniato un patatal invadido? El veneno en polvo venía envasado en sacos de papel con dibujos de calaveras y tibias cruzas con letreros de peligro a diestro y siniestro. Recias las mujeres de estos pagos castellanos, dieron respuesta, si no segura, sí eficaz. Introducido el arseniato en medias domingueras –una en cada mano- recorrían el patatal con leves sacudidas del artesano artilugio. Con la fresca de la mañana y las hojas humedecidas por el rocío madrugador, el polvo de arseniato que se filtraba a cada sacudida por las medias porosas y dejaba impregnado el veneno, era devorado acto seguido por las larvas insaciables. Morían en el acto. Doy fe de haber visto en lo profundo de los surcos, cantidad de sapos en ciernes (larvas) añadiendo el colorido rojo de ellos al ocre de la tierra.

Pero el riesgo para las mozas y mayores era tan grande, que sin surgir síntoma alguno de envenenamiento, fue de elemental humanidad abandonar el eficaz pero peligroso sistema. Nuevos robots incrementaron el número de los muchos ya existentes: Bombos, que llenos de otros venenos inocuos para las personas, salían líquidos pulverizados y a presión por el aire proporcionado por mecanismos accionados a mano que lo impulsaban con fuerza por las espitas de muerte para los sapos. Robot que hacía inclinar aún más las espaldas de los que no ha mucho soportaron el peso del rudimento en las herramientas primitivas que manejaron.

El progreso imparable, sacó luego al mercado más de una docena de bombos en sólo uno. El gran depósito que acoplado al robot-tractor con largos brazos extendidos y no menos de doce o más espitas en ellos, rociaban en un santiamén cada cacho por grande que fuera. No es exagerado decir que el nuevo bombo-robot, hizo junto al omnipresente tractor el trabajo de docenas y docenas de personas. Nobles gentes ellas y ellos, que no por eso lograron enderezar del todo el torso y espaldas del “hortelano”. Pero ¡ay! que no todos los pesticidas cumplieron como el arseniato. El líquido de algunos en el bombo, fulminaba sí, a la plaga, pero impregnadas las hojas en la mata, transmitían tal y tan desagradable sabor al tubérculo, que no sin razón era rechazado por el consumidor. Siento por el fabricante recordar el “Gamadín”; pesticida que por el sabor transmitido al tubérculo, ocasionó pérdidas millonarias a las siempre menguadas arcas de los que “por fuerza” hubieron de recurrir al progreso en absoluto ecológico.
Mas no terminaron aquí los quebraderos de cabeza de los labradores, obreros o empresarios.

La tierra ligera, limosa y mollar tan apropiada para altas producciones de patatas, lo era también para que proliferaran yerbas (malas) de todo tipo que competían en la absorción de nutrientes para el pleno desarrollo del pan de los pobres. Cardos, correhuelas, ceñilgos o cenizos, amarillas…. Crecían y se multiplicaban como lo que eran: malas hierbas. Tanto más cuanto más fértil y abonado estuviera el terreno. Cuadrillas de hombres, mujeres y chicos habían de recorrer los patatales, binadera en ristre (herramienta hoy antediluviana… y de museo) rozando con el corte del apero todo el terreno infectado por ¡otra vieja plaga! La que ”eslomó” cientos de obreros.

Progreso: Los herbicidas (“yerbicidas”) irrumpieron con fuerza en un mercado que una de dos o de tres: o hacía nuevos y cuantiosos desembolsos en la prodigiosa novedad, o vaciaba aún más el fondo del arca con jornales cada vez –natural- más exigentes por lo progresos domésticos. Pero -¡ay!-, que si los herbicidas no comunicaban sabor alguno al patatal, sí contaminaban el inmenso acuífero del subsuelo en el valle del Duero. Las aguas purísimas que bajaban de las panzas de los páramos a uno y otro lado del padre Duero, perdieron la cualidad de ser potables. Una vez más el sufrido labrador se vio forzado a adquirir, a mayor precio, claro, el progreso robotizado en patatas seleccionadas. Las que ya venían de origen con un antídoto dentro para evitar la proliferación de malas yerbas ¡y sapos! Dicen, porque este último “berrido” del progreso, el Rezongón ya no tuvo ocasión de verlo ni “exprimentarlo”, que será verdad “¡digo ó!”…

Sobre el riego, valga lo dicho para el cereal. Salvo que en vez de regarse como él “a manta” o sea por inundación, en este cultivo era mucho más complicado. Discurrían las bendiciones surco a surco; o si el caudal lo permitía la pléyade de regadores, al abrir cada “torna”, se repartía por dos o tres. Labor, por ardua, “de chinos”.

Con el riego por aspersión (nuevos robots a adquirir o los “pivots” solucionaban (¿) más y mejor el problema. Nuevo desembolso y más suma y sigue de mano de obra sobrante…

Si les es posible a los pacientes lectores, sin aconsejarles, digo nada más, que tengan en cuenta, por favor, el “pequeño detalle” de los dos factores tan importantes para las conclusiones finales de esta miniserie: la ingente disminución de mano de obra, por un lado; y al tiempo y paralelamente, el desembolso del labrador para, con la disminución de jornales cada vez más exigentes y el descomunal desembolso por otra, adquirir las nuevas máquinas-robots que suplirían con creces la carencia de la referida mano de obra. Digo nada más, porque no queda aquí la cosa, sino que en un crescendo imparable, continúa en otros cultivos que, por también vividos y “exprimentados” continuarán, si Dios es servido.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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