Por José María Arévalo
( El Rollo de Villahoz) (*)
El pasado 16 de marzo hice una excursión con los compañeros jubilados a Villahoz, Mahamud, Santa Maria del Campo y Pampliega, pueblos del sur de Burgos en los valles de los ríos Arlanza y Arlanzón, y verdaderamente me quedé impresionado por la historia y el arte que atesoran, para mí –y pienso que para muchos- hasta ahora desconocidas. Yo creo ha sido la mejor excursión a cercanías que hemos realizado en los últimos años. Voy a contarles primero el hilo histórico, para detenerme en próximo artículo en el artístico, sobre todo en los retablos de maestro escultor Domingo de Amberes que albergan Mahamud y Pampliega, aunque las cuatro villas tienen verdaderas catedrales que merece la pena conocer, sobre todo por el empaque renacentista de las edificaciones, una maravilla.
Se añade a ello que tales monumentos no proceden de la iniciativa de la nobleza, como la mayoría de los muchísimos que llenan nuestra comunidad castellano-leonesa, sino del propio pueblo llano, sus municipios y cabildos. Es una comarca que en aquellos años de los Reyes Católicos tenía una floreciente vida económica gracias a la abundancia de cereal, la lana de sus ingentes rebaños y el buen vino que cosechaban, y que se habían ganado muchos privilegios y exenciones reales. Y así Mahamud y Santa María del Campo, que tenían el privilegio de “behetría” (población cuyos vecinos, como dueños absolutos de ella, podían recibir por señor a quien quisiesen). Santa María del Campo, una histórica localidad que estuvo totalmente amurallada, fue cabeza de behetría y gozó a menudo de los fueros y privilegios reales.
Mahamud fue una villa de labradores orgullosos con un alto sentido del honor: todos los propietarios eran iguales, no estaban sometidos a ningún feudo y podían escoger libremente al señor que los protegiera. Los hidalgos que quisieran adquirir la condición de vecinos en la behetría debían renunciar a sus privilegios, pues de lo contrario no se les permitía siquiera pasar la noche.
Villahoz fue fundada hacia finales del siglo IX, seguramente por repobladores de origen mozárabe. El origen del nombre es oscuro, parece tener origen mozárabe. La primera cita conocida proviene de la Carta de Arras del Cid, de 1079, donde aparece como Villa Fabze. En está época formó parte de las defensas de la primitiva Castilla. Durante la Edad Media fue villa de behetría, pero a finales de este período pasó a ser de realengo. En el libro Becerro de las Behetrías aparece dentro de la Merindad de Cerrato, aunque en otras épocas perteneció a la de Candemuñó. Conoció una época de florecimiento desde finales de la Edad Media hasta el siglo XVI, siendo a finales de aquel siglo cuando comienza a decaer. Se conserva impecable en la plaza mayor el Rollo gótico, rollo jurisdiccional que representa la directa dependencia de la villa del poder real, pues no pertenecía a ningún señor salvo el rey. Es por tanto símbolo de libertad y de la justicia que se ejercía en nombre del soberano. Es de finales del siglo XV, de estilo gótico florido, muy esbelto. Sobre urna octogonal se dispone el primer cuerpo, liso; a continuación cuatro cabezas, dos leones y dos perros, simbolizan la fuerza de la justicia y la fidelidad al rey y dan paso al segundo cuerpo, decorado con columnillas adosadas. El remate se adorna con bellas tracerías flamígeras y se remata con un pináculo cónico, culminado por una cruz y una veleta.
( El Arlanzón a su paso por Pampliega) (*)
En cuanto a Pampliega, la última que visitamos, de historia milenaria (por el lugar pasaban dos calzadas romanas, y ya en el siglo II a. C. aparece en las tablas de Ptolomeo con el nombre de Ambisna, uno de los cruces de caminos importantes de la época) en sus estrechas callejas resuenan los nombres míticos de tres reyes visigodos, Chindasvinto, que se hizo proclamar rey por los visigodos en esta localidad, en el 642, Ervigio y, sobre todo Wamba, ya que el destronado rey la eligió como lugar de retiro, donde murió en el monasterio de San Vicente (hoy desaparecido); su cuerpo se conservó ahí sepultado hasta que Alfonso X de Castilla lo mandó trasladar a Toledo a la iglesia de Santa Leocadia. Recibió privilegios de Alfonso VII y Alfonso X. Su plano aún conserva el aire de localidad medieval amurallada,
Pero el hecho histórico más famoso en esta ruta es el cortejo funerario que montó la reina Juana, que vagó con el cuerpo embalsamado de su marido durante ocho largos meses con la intención de trasladarlo desde Burgos hasta Granada, para enterrarlo en el panteón de los Reyes de su catedral. Mucho se ha escrito sobre este cortejo, en el que son puntos clave Santa Maria del Campo y Mahamud, pero también muchas falsedades. Por ejemplo un tal Aleix Romea Negre, que se califica como historiador, publicaba en neokunst.wordpress.com una supuesta “verdadera historia de Juana la Loca” en que afirma que “Juana vagó con el cuerpo de su marido durante ocho largos meses en que trasladó a su difunto desde Burgos hasta Granada”; y en Hola.com, sin firma, también se asegura que viajó “con el cuerpo de su marido por toda España”. Y eso que Wikipedia lo deja bien claro: “El 25 de septiembre de ese año [1506] muere Felipe I el Hermoso en el Palacio de los Condestables de Castilla, según algunos envenenado, y entonces circulan rumores sobre una supuesta locura de Juana. En ese momento Juana decide trasladar el cuerpo de su esposo desde Burgos, donde había muerto y en el que ya había recibido sepultura, hasta Granada, tal como él mismo había dispuesto viéndose morir (excepto su corazón, que deseaba que se mandase a Bruselas, como así se hizo), viajando siempre de noche. Pero su padre se mostró reacio a permitir que su yerno estuviera enterrado en Granada antes que él mismo, y los desplazamientos se limitaron en un espacio reducido en Castilla. La reina Juana no se separaría ni un momento del féretro y este traslado se prolongará durante ocho fríos meses por tierras castellanas”.
Ríos de tinta se han vertido sobre cómo los habitantes de Castilla, boquiabiertos, contemplan el macabro espectáculo de una viuda desconsolada yendo de pueblo en pueblo y de noche en noche con el cuerpo muerto de su marido; acampando a cielo abierto, alumbrándose con grandes hachones. Leemos: “Veintiséis años tenía la Reina cuando comenzó el largo peregrinaje. Veintiocho, cuando en 1509, llega a Tordesillas con el carro fúnebre y decide aposentarse con su hija, de dos años, en un convento que había sido un palacio. Desde su cuarto podía ver el cuerpo insepulto de Felipe el Hermoso”. Así parece que el cortejo ha durado dos años, pero no es asi: hay largas paradas y finalmente el 29 de octubre de 1507, Fernando el Católico deja a su hija en Arcos de la Llana, a diez kilómetros de Burgos capital, donde permanecería hasta febrero de 1509. Sus restos no fueron trasladados a Granada hasta 1527, mientras doña Juana seguía recluida en Tordesillas.
Vamos a seguir la crónica que me parece más verosímil, la de José Andrés Martínez en historiaybiografias.com. El reinado de Felipe «el Hermoso» duró poco tiempo, ya que murió en Burgos a los pocos meses de llegar a España. “A comienzos del mes de septiembre de 1506 –escribe José Andrés Martínez-, don Felipe jugaba un partido de pelota en Burgos. Cuando termina, sudoroso, bebió agua helada; al día siguiente se sintió con fiebre. Nunca se repuso y el 25 de septiembre de 1506 fallecía. Se propalaron algunas especulaciones sobre la posibilidad de un envenenamiento, que la investigación histórica no ha podido corroborar.
El comportamiento de Doña Juana tras el fallecimiento de su esposo constituye la mayor fuente de inspiración para todo tipo de leyendas macabras, muchas de ellas inciertas, pero que, con el paso de los años, contribuyeron a consolidar el personaje de “Dª Juana La Loca”.
En el momento de recibir la desgraciada noticia no derramó una sola lágrima; pero su rostro adquirió para siempre un rictus de desconsuelo. Su amado Felipe fue enterrado de manera provisoria en Burgos, desde donde debía ser trasladado a la Capilla real de Granada, el lugar indicado por el protocolo. Pero una repentina epidemia aconsejó a la reina trasladarse a la Cartuja de Miraflores (Burgos), donde llevó consigo el féretro. Juana no dejó de acudir un solo día a la cripta; luego de almorzar en el monasterio, pedía a los monjes que abrieran el ataúd para acariciar a su marido. Le aterraba pensar que podrían llevar el cadáver de Felipe a Flandes, y necesitaba constatar a diario que el cuerpo seguía estando allí.
El 20 de diciembre de ese año, en medio del durísimo invierno burgalés, con la reina en avanzado estado de gestación, comienza el traslado del cadáver hasta el panteón real de Granada, en un lúgubre vagar por los campos y ciudades abrazada al ataúd. El tétrico espectáculo de la comitiva, la cara pálida y aterrada de Juana, conmocionaban a la gente en los caminos. La comitiva, encabezada por la viuda, viajaba siempre de noche y alojándose en lugares donde las mujeres no pudiesen tener contacto con el cortejo, lo que aumentó las noticias de la locura de doña Juana.
Para aumentar los detalles morbosos, durante el trayecto la Reina se puso de parto, deteniéndose la comitiva en Torquemada (Palencia), solar de la familia homónima, cuyo miembro más distinguido fue Fray Tomás, paradigma inquisitorial. El 14 de enero de 1507 nacía Catalina, quien años más tarde contraería matrimonio con Juan III de Portugal.
Tras el sepelio [aquí el cronista también se salta la historia, como veremos ahora], la infortunada reina cayó en una gran depresión, D. Fernando, ya sin rival, asume la regencia de Castilla. Para mayor control de la situación decide encerrar a Juana en Tordesillas. Corría el mes de enero de 1509. En 1516 murió el rey, dejando el trono en manos de su nieto, e hijo de Juana, Carlos I de España (aquel niño nacido en el retrete del palacio de Gante) quien en el futuro se coronaría Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico con el nombre de Carlos V Alemania.
La suerte de Juana no mejoró con el cambio de monarca; su hijo también estaba interesado en que figurase de manera oficial como incapaz, de lo contrario no sería él el Rey, con lo que mantuvo la reclusión de su madre. Allí permaneció el resto de su existencia, vestida siempre de negro y haciendo una vida retirada. Había días en que se la oía llorar llamando desconsolada a su esposo, incluso, algunos sostenían que se la escuchaba dialogar con él como si estuviera presente, todo ello contribuyó a acentuar su problema mental.
El 12 de abril de 1555 fallecía doña Juana, tras ¡46 años! de cautiverio atenuado, cubierto su cuerpo de llagas al negarse a ser aseada y cambiada de ropa. Quizá los celos de la desdichada Juana degenerasen en una leve enfermedad mental, pero esta se vio agravada por las disputas de poder, primero entre su marido y padre y luego su hijo. Todos sus allegados prefirieron el aislamiento de Tordesillas en lugar de intentar la recuperación que, en su caso, pudiese haber sido, al menos, ensayada. Descansa para siempre, junto a su amado Felipe, en el panteón de la Catedral de Granada.”
Hay que completar el relato con lo que ocurrió en el verano y otoño de 1507. Dice Wikipedia: “En la ciudad de Torquemada (Palencia), el 14 de enero de 1507, Juana daba a luz a su sexto hijo y póstumo de su marido, una niña bautizada con el nombre de Catalina (llamada así en honor a su hermana pequeña, Catalina de Aragón). Cuando llegó a Tordesillas, Juana estaba acompañada de su hija menor, la joven infanta Catalina, y no se hallaba lejos del cadáver de su marido, depositado provisionalmente en el vecino monasterio de Santa Clara. Sin embargo, su primer guardián se ponía cada vez más nervioso cuando ella se negaba a colaborar, y en 1516 el cardenal Cisneros lo destituyó por maltrato. El más criticado en su función de guardián de Juana fue el marqués de Denia, cuya familia se encargó de vigilar a la reina hasta su muerte en el año 1555. Siguiendo órdenes de Carlos V, restringió a Juana el acceso a cualquier información políticamente sensible. Durante cuatro años no informaron a Juana de que su padre había fallecido. Denia apartó a la infanta Catalina del cuidado de su madre en 1525, y dos años después se llevó en secreto el ataúd de Felipe el Hermoso para sepultarlo en la Capilla Real de Granada.”
Pero todavía queda más recorrido por pueblos de Palencia y Burgos. En su intento de llegar a Granada, y tras recorrer el Cerrato palentino de noche y en pleno invierno, el cortejo inicia un dudoso camino de vuelta hacia Burgos que pudo estar propiciado por la escasa lucidez mental de Juana.
El 28 de agosto de 1507, once meses después de la muerte de Felipe, el cortejo hace su entrada en plena noche por las calles del municipio ribereño de Tórtoles de Esgueva (Burgos). Convertido de forma temporal en la Corte de la Corona de Aragón, este pequeño municipio acoge el encuentro entre Juana y su padre Fernando, y es probablemente el lugar en el que el marido de Isabel la Católica toma la decisión de incapacitar a su hija, tras conocer el viaje que ésta ha emprendido con el cuerpo yacente de su esposo.
( Rollo e Iglesia de San Miguel, en Mahamud) (*)
Finalmente, en Mahamud nos cuentan lo que ocurrió mientras el cortejo fúnebre permanecía en Santa María del Campo, como llaman “la dicha histórica más relevante”. La reina, tras haber pasado por Torquemada y Hornillos del Cerrato durante el invierno de 1506 a 1507, había llegado a Santa María del Campo, procedente de Tórtoles de Esgueva, en la alborada del día 2 de septiembre de 1507, donde acompañada del fúnebre carro y de su padre Fernando, el Católico, recién llegado de Italia, permaneció todo el mes. Al llegar a Santa María del Campo, la corte mortuoria de Felipe el Hermoso hace un alto en el camino. Juana la Loca se alojó en la Casa del Cordón, que conserva parte de su fachada del siglo XVI, denominada de este modo por el cordón franciscano que recorre su portada. Fue la residencia de los Señores Don Francisco Barahona y Doña María Herrera, quienes vivieron en esta sede y se vieron obligados a dejar su castillo en Torremoronta. En esta Casa, se alojaron también el Rey Fernando el Católico, así como el Arzobispo Cisneros, en esas fechas en que Doña Juana I de Castilla velaba el cadáver de su esposo en la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción.
Cisneros acababa de ser nombrado cardenal por el Papa Julio II, y el rey Fernando plantea festejarlo en Santa María del Campo, pero la reina Juana se opone a celebrar en el mismo pueblo ningún acto festivo. Así se decide montar una procesión hasta Mahamud, a cuatro o cinco kilómetros, y realizar allí la celebración por todo lo alto. El día antes de partir la corte hacia Tordesillas, el Rey Fernando impone el capello y birrete cardenalicio a Fray Francisco Jiménez de Cisneros, como Cardenal, en Mahamud, donde pervive el arco conmemorativo que se construyó para este fin. La ceremonia tiene lugar en la iglesia de San Miguel, decorada con las tapicerías de la reina para aquella ocasión, y asistió una corte de grandes y dignatarios, entre los que destacaba la presencia de Juan Rufo, obispo de Bertinoro, nuncio del papa Julio II en los reinos de España. Wikipedia, en la voz Mahamud, recoge varios testimonios escritos de estos hechos, que señalan como fecha de imposición del Capello cardenalicio al Arzobispo de Toledo el día 23 de septiembre de 1507.
Explica también Wikipedia que una tradición antigua, cuya autenticidad no se podría demostrar, nos asegura que, a semejanza de las corridas de toros que tuvieron lugar en Benavente, como muestra el óleo sobre lienzo del año 1506 del castillo de La Follie en Ecaussines (Bélgica), también las hubo en Mahamud por esas mismas fechas y que probablemente se realizaron con motivo del acontecimiento de las fiestas que acompañaron la imposición del capello. Y sin duda, por este motivo, por la corrupción de la palabra birrete que se impuso a Cisneros, se llama a los naturales de Mahamud con el nombre de “gorretes”, aunque también se les dice: “Gorretes, que vendisteis a Cristo por un zoquete, por vender a bajo precio el Santo Cristo con la granja de Villahizán”.
Un siglo más tarde, en 1608, por cuenta de la recompensa que los Reyes Católicos prometieron a sus abuelos por el estado que les ocupó el rey don Juan, el rey Felipe III vendió el 25 de marzo a su valido, el Duque de Lerma, el señorío jurisdiccional con carácter hereditario sobre Mahamud en la cantidad de 5.480.000 maravedís, a 17.400 aproximadamente por cada uno de sus 315 vecinos. Esta venta convertía a Lerma y a sus sucesores en señores dotados de autoridad pública sobre el territorio y los habitantes de la villa.
( Nuestra Señora de la Asunción, en Santa María del Campo) (*)
Proseguimos el recorrido del cortejo. El 29 de octubre de 1507, Fernando ‘El Católico’ deja a su hija en Arcos de la Llana (Burgos). En esta localidad, situada a diez kilómetros de la capital permanecería hasta febrero de 1509. Un total de 18 meses que cambiaron la vida de la monarca. Acompañada de su hija Catalina y tras negarse a trasladarse a Burgos por los malos recuerdos que la ciudad le traía, Juana pasa en Arcos lo que algunos historiadores han definido como “los meses más tranquilos de su locura”. Pese a que su salud mental no había mejorado, y los extraños episodios relacionados con el el interés por conocer el estado del cadáver de su esposo se repetían, Juana estableció su residencia en el municipio burgalés a la espera de que llegasen tiempos mejores para poder llegar a Granada. Es difícil situar el palacio en el que Juana vivió aquel año y medio, como explica Elias Rubio en su trabajo sobre este loco viaje, que reseñó El Norte de Castilla. “Vivió junto a un palacio que había junto a la puerta norte de la villa, pero no se sabe más”, indicó el escritor. De lo que sí que hay constancia, escrita y oral, es de las visitas diarias que Juana realizaba hasta la iglesia de Arcos para asistir a las honras fúnebres y velar el cadáver de su esposo, a quien no dejó de acompañar desde que muriese ni un solo día. Conocedor de los hechos, Fernando decidió poner punto y final a aquella locura. A mediados de febrero de 1509, Juana I de Castilla dejó Arcos de la Llana rumbo a la localidad vallisoletana de Tordesillas.
De modo que podemos resumir la historia: Felipe el Hermoso muere el 25 de septiembre de 1506, y una repentina epidemia aconseja a la reina trasladarse a la Cartuja de Miraflores (Burgos), donde llevó consigo el féretro; el 20 de diciembre de ese año, con la reina en avanzado estado de gestación, comienza el traslado del cadáver hacia el panteón real de Granada. La Reina se pone de parto, deteniéndose la comitiva en Torquemada (Palencia), y allí nace Catalina el 14 de enero de 1507. Continúa la marcha y, procedente de Tórtoles de Esgueva (donde el 28 de agosto de 1507 vuelven a encontrarse Juana y su padre Fernando, bastante al sur de Torquemada, o sea que la comitiva retrocedió hacia Burgos), llega a Santa María del Campo en la alborada del día 2 de septiembre de 1507, y el día 23 de septiembre se impone el Capello cardenalicio a Cisneros en la vecina villa de Mahamud. El 29 de octubre de 1507, Fernando deja a su hija en Arcos de la Llana, a diez kilómetros de Burgos capital, donde permanecería hasta febrero de 1509. Continúa el trayecto hasta Tordesillas donde Juana y el ataúd de Felipe el Hermoso quedan instalados en el convento de las Claras. A poco de llegar su padre encierra a Juana en la famosa torre de Tordesillas, y en 1516 muere el rey Fernando el Católico. En 1525 apartan definitivamente a la infanta Catalina del cuidado de su madre. En 1527 se lleva en secreto el féretro de Felipe para sepultarlo en la Capilla Real de Granada. Y el 12 de abril de 1555 fallecía doña Juana, tras 46 años de cautiverio atenuado.
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(*) Para ver las fotos que ilustran este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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