El Rezongón. Robots y progreso. 3. Patatas.

Por Carlos de Bustamante

( Viejo con vara.1980. Óleo de José María García Fernández, “Castilviejo”. 106×87,5) (*)

Treinta años por lo menos, ligado al campo aún a tiempo parcial, y en período de auténtica evolución-revolución, podrían dar pie a tantas añoranzas rezongonas, que a buen seguro y además de algún que otro lector, aburriría hasta a las mismísimas ovejas. He de limitar, pues los robots y progresos vividos a sólo los cultivos más pujantes en las tierras más conocidas que son -¡cómo no!- las de la Dehesa de Peñalba.

Dicho casi todo lo referente a la evolución de modos y medios de trabajo con el cereal, se me ocurre que es preferente el cultivo que, procedente del Nuevo Mundo, enseguida se hizo popular e imprescindible en la alimentación del ser humano en este viejo Continente. Me refiero a “la patata”; o sea al cultivo extensivo (el de grandes extensiones) de las patatas. Como en casi todos los productos agrícolas, la preparación del terreno para la siembra utilizó progresivamente más sofisticados robots en sustitución de los útiles más rudimentarios que a golpe de azada o azadón y de la grada para dejar el terreno liso y mollar.

El mismo progreso-robot con tractores hizo en este cultivo lo propio que en lo referido para el cereal. La “cosa” empezó cuando al igual que la siembra a voleo, lo hicieron luego máquinas sembradoras con cada vez más “botas” por donde caía la pequeña patata y quedaba enterrada. De la misma forma, digo, de las patatas depositadas una a una en el surco abierto por el arado y tapadas luego por otra “pasada” de arado, se pasó progresivamente a las máquinas sembradoras; las que, remolcadas por el tractor, y con un gran depósito de “patatas sembraderas”, seleccionadas en variedad y tamaño, caen automáticamente a la distancia debida y enterradas al tiempo a una profundidad uniforme y exacta.

Pronto el sistema pasó a antigualla. Y no porque no fuera efectivo, sino porque además de cada vez más perfectas y “cundideras” las sembradoras, apareció la verdadera revolución en el cultivo que requería numerosa mano de obra con esfuerzo para extraer el producto de la tierra donde creció, y se multiplicó de tal manera que desde el inicio de la jornada hasta el fin, se cumplía con creces el refrán que hizo célebre la sabiduría popular para otros menesteres: “Cuando el hortelano planta la berza/, levanta más el culo que la cabeza”. Ésta era la postura de decenas o más de trabajadores en la otra vez inhumana labor de extraer, envasar, transportar y seleccionar por tamaños el preciado tubérculo. Omito decirles cómo realizaban este trabajo, porque supongo recordarán cómo a golpe de azadón extraían una a una para depositarlas en “chasconeras” de donde la cuadrilla de mujeres las recogían en “conachos”. Y de ellos, a los sacos. Carga, transporte luego y almacenamiento. Al final de la temerosa faena, todo el “cacho” quedaba removido y cavado, tanto, como exhaustos los obreros castellanos. El progreso liberador también vivido – ¿o padecido?- fue paulatino. Fueron primero grandes “cucharas” que, remolcadas por el ya imprescindible tractor, acogían en su cuenco tierra, matas y patatas que una cinta transportadora hecha de finas varillas de acero filtraban la tierra por rodamiento sobre ellas. Sin necesidad de retirar a mano del forraje que las dio vida caían aceptablemente limpias por un lateral de la “cinta” de varillas; así quedaban alineadas en el santo suelo que anteriormente las cobijó amoroso.

Robot Incompleto por el penoso quehacer de recoger a mano el producto, pronto surgió otro robot ¿insuperable?: la cosechadora autopropulsada; la que extraía, limpiaba y envasaba sin necesidad de la postura del hortelano… Envasadas en grandes “sacas”, era el tractor el que, como las carretillas elevadoras cargan los pallets en los almacenes, igual depositaba las sacas de 100-200 kgs. en los camiones. Uno o dos “operarios cualificados” bastaron entonces para realizar la labor de antes con no menos de treinta, cuarenta, cincuenta…, según la extensión del cacho. Total, que menos freírlas, las máquinas –robot lo hacían casi todo.

Por no incitar al sueño omito “a posta” los sistemas de riego que, similares a los del cereal, contribuyeron, junto a nuevas variedades más productivas, hicieron de éste un arriesgado cultivo ¡por generar excedentes! No puedo por menos que dedicar otro Rezongón sobre la guerra entablada entre el labrador y la peste que nos “vinon”,`diz´ que de Alemania. Lo verán en el próximo, si Dios es servido.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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