Tirurís y respingos

Por Javier Pardo de Santayana

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Yo llamo “tirurís” a esos sonidos que emiten los teléfonos actuales para avisarnos de que ha llegado algo. Probablemente, como he oído bastantes cañonazos en mi vida no me producen apenas reacción visible, pero a mi esposa sí, puesto que siempre da un respingo; que en esto tiene la sensibilidad de una gacela.

Nunca se me ocurrió contar los sobresaltos que, en consecuencia, nos produce la llegada diaria de llamadas, mensajes y otros avatares anunciados así por la tecnología, pero sí les diré que algunos – por no decir bastantes – se vienen produciendo precisamente durante nuestro sueño, porque siempre tenemos encendido el móvil compartido, sobre todo desde que nuestros hijos empezaron a salir de noche. Así que el “respingo” es cosa a la que ya estoy acostumbrado.

De ahí que inexorablemente se me ocurra la comparación de nuestro tiempo con los de mi niñez y juventud, por no decir de nuestra madurez, lo cual me lleva a recordar que allá por los años cuarenta mi padre ofreció a mi abuela la fascinante idea de hablar por conferencia telefónica con la ciudad de Méjico, donde vivía desde hacía muchos años un hermano suyo que decidió emigrar para buscar su vida “haciendo las Américas”.

Por entonces todavía – no estoy hablando de la época de las cavernas, sino de mi propia historia – se utilizaba profusamente la relación epistolar, y el correo con el Nuevo Continente viajaba en el famoso “Clipper”, o sea en un barco que cruzaba el océano. Así que lo que lo que leía el receptor había sucedido bastante tiempo atrás, tal como el parpadeo de una estrella no refleja sino el aspecto de ésta en tiempo muy anterior a aquel en que la contemplamos: a veces con años luz de diferencia. O sea que, en vez de “jet lag” lo que se producía era un retardo que podríamos bautizar como “time lag”; una diferencia que imponía ritmos de vida incomparablemente más pausados que los que tenemos ahora por costumbre. Y esto se ponía en evidencia simplemente a la hora de concertar el tiempo y hora de una llamada telefónica que costaba además un dineral. En este caso se trataba de un plazo de meses.

Y sin embargo, ahora, aún dentro del tiempo que corresponde a mi generación, nos oiréis pronunciar algunas frases tan significativas como éstas: “el mensaje ya ha salido pero todavía no ha llegado” – esto nada más haberlo puesto -, o “ya lo tiene pero aún no parece haberlo visto”-, un minuto más tarde – o “ya lo vio, así que no sé por qué estará tardando tanto en contestar”. Todo esto en un tiempo de nada y con cada comentario acompañado de un sentido de urgencia o de impaciencia, o, por qué no decirlo, también de preocupación. En cuestión de dos o tres minutos el hombre de hoy habrá manifestado diversos sentimientos que se convertirán en “tirulís”. Así, por ejemplo, en lo que llevo intentando componer este pequeño artículo ya he podido oír por lo menos.diez o doce de ellos.

Establezcan ustedes, pues, la diferencia entre la vida actual y la que nosotros mismos conocimos durante gran parte de nuestra existencia, para lo cual no es preciso trasladarse mentalmente a Tito Livio o al Cid Campeador. Háganse ustedes, por ejemplo, una lista de nombres con las personas y organismos de los que ustedes mismos reciben “tirurís”: algunos serán amigos de verdad, otros no tanto, bastantes, parentela, otros personas conocidas por cualquier circunstancia. Habrá también seguramente antiguos compañeros de estudios o actuales de trabajo, supermercados y centros comerciales y otras organizaciones que le ofrecen cosas. Luego, imagine con cuántos de ellos habría usted mantenido una relación epistolar con sellos incluidos y frecuencia parecida a aquella con la que ahora le llegan por correo electrónico o cualquier otro procedimiento. Estoy seguro de que esta comparación resulta apabullante excepto, seguramente, por lo que respecta a lo que nos envían los bancos desde que ya podemos consultar por Internet el estado de las cuentas.

Desde luego el cambio es espectacular en cuanto a nuestra relación con los demás, y por consiguiente en cuanto al conocimiento de la gente de nuestro entorno y de bastante más allá. ¿De cuántas personas de las que hoy tratamos no tendríamos ni pajolera idea si no hubieran aparecido todos estos nuevos cachivaches y esos sistemas de información y relación que nos conectan con la enorme variedad de ambientes que conforman el mundo en que vivimos?

En fin, he aquí la prueba: termino el artículo y cuento ya con por lo menos veinte “tirurís”.

PS: Ahora me dicen que por lo visto se pueden anular algunos “tirurís” dejando otros determinados sin que ello suponga suprimir ningún mensaje. En todo caso, el agobio permanece en la medida que cada día encontraremos tarea suficiente como para obligarnos a revisar y clasificar – “este sí, este no” – un correo que amenaza con no dejar que hagamos otra cosa.

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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