El Rezongón. Hermanados y amigos por la música (I)

Por Carlos de Bustamante

( Músico Callejero. Acuarela de Julia Morkecho‎ en Hispacuarela de Facebook) (*)

Creo que muchos, o la mayoría de los españoles que algo vemos de televisión, pudimos presenciar hace años un concurso que se denominó Operación triunfo. En él eligieron primero unos pocos, entre los miles que se presentaron al programa; y tras unos meses de academia, promocionaron luego a los mejores cantantes seleccionados. Poco podíamos imaginar que tras el indudable éxito inicial del concurso tuviera años más tarde semejante repercusión.

Con singular éxito de audiencia y elevada “cuota de pantalla”, nos han repetido y tripitido los inicios de hace ¡quince años! Antes que nada he de decir, que como música, música , aquello, ni antes, ni ahora fue santo de mi devoción; aunque he de reconocer, que los gustos, con el tiempo, cambian que es una barbaridad y que lo nuestro, peor o mejor, era diferente. Mal no lo hacían los chavales; pero más que la calidad, que alguna hubo, nos llamó más la atención el ambiente que se vivía en la academia. Competitividad, por supuesto, pero, según lo visto y salvo cámara oculta, competitividad sana.

En mi opinión y sólo como rezongón, que dice nada más, rezongo que hubo mucho, llamativamente positivo. Lo que responde al título de qué sé yo el número que hace este rezongón. Aun con el riesgo, más o menos disimulado, del peligro de tan estrecha convivencia, de chicos y niñas monas, cuya opinión me reservo, la convivencia, nos pareció entonces y confirmó en la repetición, extraordinaria. Buena, muy buena. Y eso, lo dio, sí, la juventud, pero innegable que la música y el canto tuvo mucho que ver en ello.

Hago un primer alto, para con algunos recuerdos, tan comunes en muchos de ustedes, confirmar que operación triunfo (OT. En lo sucesivo) no fue excepción en ésta “culpabilidad” tan positiva. He dicho muchos de ustedes, porque, el buen oído musical y la respuesta luego con la voz, tiene excepciones. Lástima, porque no saben ellos, o sí, lo que se pierden; mejor, lo que se han perdido. ¿Acaso no cantaron la mayoría de ustedes en los coros de escuelas o colegios?

Según transcurría el programa, primero y la repetición –muy bien “traída” por cierto-; luego, el Rezongón viajó gozoso en el tiempo a los del colegio Nuestra Señora de Lourdes. En todo el curso y en todos los cursos, desde los más “elementales” hasta el séptimo de nuestro bachillerato, cada “clase” tenía coro. También selección previa de voces. Las que, con los años, solían pasar por toda la escala de tonos. Tiples, tenores, barítonos, bajos… Sin perder casi nunca la tendencia inicial. Durante todo el curso, digo, pero más, mucho más cuando se aproximaba la fiesta de nuestra Patrona Santa Cecilia, o las propias de nuestro cole – la de la Virgen de Lourdes o San Juan Bautista de la Salle- en las que se preparaban con especial esmero, cuidadoso esmero, cánticos especiales o concursos de coros y canto.

De tal manera dejaron huella y “poso”, que en aniversarios de los que hoy cuasi ancianos estuvimos en el mismo curso, aún cantamos con mejor voluntad que calidad lo que hicimos de niños, adolescentes o jóvenes en cantidad y calidad. Y nos lo pasamos… ¡de miedo! Raro es el colegial abuelo que no conserva el librito “Mis canciones” donde se imprimieron las letras en español – con todos los dialectos de España- que fueron comunes curso tras curso. Todos los de nuestro `cole´ cantando “Mis canciones”. En cada una de las Regiones, cantamos a España. Y cantando la amamos. Zorcicos vascos; coros, preciosos, gallegos; Asturias, patria más que querida; melodías recias de La Montaña… todas, todas y cada una, tan ricas en melodías que incitaban a quererlas en lo mucho que valen. ¿Cómo no entender, pues, esa hermandad inolvidable, surgida de O T. si también nosotros la seguimos experimentando? Es mucho lo referido en este primer alto referido arriba, pero hay más, mucho más. Muchísimo más. Ahora:

Como la mayoría de las de nuestro tiempo, nuestra familia era numerosa. ¿Qué hacer sino cantar cuando la que tuvo que hacer de madre y padre -del que nos privaron las hordas marxistas-tenía oído y voz como la de los propios ángeles? Cuando a pesar de los muchos pesares cantaba, se paraban hasta los relojes para escucharla. Una verdadera delicia. Y nos lo contagió. Del todo.

Sin llegar al portento de sus dotes para la música y el canto, ninguno de los seis hermanos lo hacíamos mal; incluso -permítanme decirlo- bien, tirando a muy bien.

Intenten trasladarse conmigo a un ambiente adecuado: en la terraza de nuestra casa en la, ¡cómo no!, Dehesa de Peñalba. Allí, con la luz suave del farol de forja en la entrada de la casa y con la suavidad de la noche veraniega a punto de extender su dominio sobre el grupo familiar, todo invitaba a la música y canciones. Junto a otras sombras de las acacias del jardín y almendros alineados en la “carreterilla” que lleva al caserío, traspasaba la penumbra melodía tras melodía las trovas a tantas voces como elementos componían el coro. Y a fe que el espectáculo era alucinante: La voz suave, de terciopelo, de la “mater familiae” en el centro, y en su derredor la verdadera fraternidad era visible en un coro de voces educadas por la maestra singular. Por la clara influencia de genealogía montañesa, entre todo el repertorio destacaba el sabor de la tierruca en “La barca marinera”… cuya letra no me resisto a escribir, de memoria, por si a alguno de los pudieran leer esto, les trae algún recuerdo:

LA BARCA MARINERA.
La barca marinera la tengo de pasar,
las chicas de Laredo no las puedo olvidar.
No las puedo olvidar porque las tengo amor,
más quisiera morir, que decirlas que no.

Ya se murió mi amante, ya se murió mi amor,
qué triste se ha quedado mi pobre corazón.
No las puedo olvidar, porque las tengo amor,
más quisiera morir, que decirlas que no.

La barca marinera….

He de finalizar aquí. Pero como me placen tanto estos recuerdos, les “condeno” al siguiente rezongón con idéntico título y tema continuación del presente. Nos vemos…, si Dios es servido.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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