Memoria familiar. 5. Vitaliano

Por José María Arévalo

( Vita, en Madrid, movilizado, hacia 1937) (*)

Concluyo esta “memoria familiar” sobre los años de juventud de mi padre, sin perjuicio de volver sobre sus pasos cuando dirigía los míos y los de toda la familia años después.

Cuando acabó la guerra Vita se puso de nuevo a estudiar, y en un par de años, con las facilidades que dieron para recuperar el tiempo perdido, concluyó la carrera y empezó a preparar oposiciones a Inspector de Trabajo. Y entonces se creó la División Azul y mi padre se sintió obligado a alistarse, ya que había pasado el conflicto en lo que se llamaba “zona roja” y alistado en el ejercito republicano. Por entonces ya tenía buenos contactos y se había unido a lo que también se llamaba “el Movimiento nacional”, militando en el Sindicato Español Universitario (SEU), en el que me suena incluso tuvo algún cargo mientras acababa la carrera.

En Alemania estuvo seis meses con la División Azul, con tan mala fortuna, o buena, porque le salvó la vida, que se le congelaron los pies y tuvieron que cortarle la primera falange de casi todos los dedos. Con ello terminó su aventura contra el comunismo en la propia Rusia, y regresó como mutilado de guerra. Recordaba con orgullo las dificultades que pasaron los divisionarios y nos enseñaba la condecoración recibida, que luciría después siempre en el uniforme de Delegado de Trabajo, cuando iba de gala, con otras varias. Las conserva uno de mis hijos, con la medalla al mérito en el trabajo que le concedieron antes de morir, en el 73. También teníamos el gorro de plato de divisionario, que conservaba en una sombrerera, no sé que fue de él.

( En la División Azul) (*)

La amputación de los dedos de los pies le impidió en lo sucesivo cazar, que tanto le gustaba practicar en su juventud en Carbonero, pero siguió en forma manteniendo toda su vida los ejercicios que había practicado en gimnasio, yo creo que tanto en Segovia como en Madrid, pues era un buen atleta. Recuerdo las demostraciones que nos hacía de andar sobre las manos, pies arriba completamente rectos, largos trechos, incluso con viaje de vuelta. Pero de deporte solo siguió practicando la natación, y algo el tenis, que aprendió ya en Zamora, cuando se puso de moda, más que nada para enseñarnos a nosotros, como nos enseñó a andar en bici y a nadar.

( Vita con otros heridos de la División Azul ) (*)

Me parece que los años de la reconstrucción merecen más capítulos, así que acabo contando lo que me ha explicado recientemente mi primo Pepe, el que nos queda en Carbonero. Me contó que un labrador de Carbonero le ha dicho que estaban, él y muchos otros, muy agradecidos a don Vitaliano, gracias al que habían podido no solo conservar sino acceder a la propiedad de las tierras que hasta la guerra tenían en aparcería, tierras de la Marquesa que entonces tenía arrendadas a unas treinta familias desde muchos años atrás y que eran su modo de subsistencia.

( Vita y Rosita en su boda, en 1943) (*)

Al acabar la guerra, una alta autoridad segoviana estaba llegando a un acuerdo con la Marquesa para comprarle las tierras, en una operación inmobiliaria de calado que amenazaba con dejar en la calle a los aparceros; entonces acudieron éstos a mi padre, como último recurso, a la desesperada. Recordé entonces que mi padre efectivamente me había hablado, sin entrar en detalles, de una ocasión en que, al poco tiempo de ocupar su cargo en Zamora, hubo de intervenir para cortar una injusticia en Carbonero; que se fue a Madrid a la máxima autoridad del Movimiento y, jugándose su posición, le planteó si habían hecho la guerra para aquello. Así consiguió que se parara la operación y se arbitraran créditos suficientes para que los aparceros compraran las tierras que venían trabajando durante generaciones.

( Vita y Rosita hacia 1941) (*)

Siempre me hablaba de los ideales de fe y justicia en una España mejor que habían movido el alzamiento, y de la importancia de ser ejemplares. Se lo tomaba muy en serio: era el primero en llegar a diario a la oficina, siendo el jefe, y devolvía los regalos que no pocas veces le hacían, dejándonos con la miel en la boca sobre todo cuando se trataba de hermosas cestas de Navidad. Merece que abundemos en ello, ya digo.


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