Memoria familiar. 4. Vita, Santa y Panta

Por José María Arévalo

( Panta, Santa y Vita) (*)

El caso es que no tengo muchos detalles de estos amigos de juventud de mi padre, Vitaliano, que eran Santamaría y Pantaleón, pero muchísimas veces le oí hablar del trío “Vita, Santa y Panta”, como de grito de guerra o aventuras de la pandilla, grito de mosqueteros. Alguno sí, ahora veremos. Nombres curiosos, de la época – Santamaría supongo era apellido, que usaban por ser su nombre más vulgar-. A mi padre le bautizaron Vitaliano por ser el santo del día en que nació, el 26 de enero, como se hacía entonces en toda Castilla. No he conocido más que otro Vitaliano, don Vitaliano Alfageme, el que fuera rector del Seminario de Toro e ilustre teólogo. Un nombre así tenía la ventaja de que todo el mundo le identificaba enseguida, como ocurrió en Zamora, donde fue mi padre treinta años Delegado de Trabajo, el de más tiempo en nuestro país con este cargo. Me ha dicho mi amigo Alfredo – que también tuvo este cargo en Valladolid- que entre los compañeros le llamaban en broma, aludiendo a ello, don Vitalicio. Tiene gracia, no lo sabía, pero le pega poco porque en público era bastante serio.

De momento vamos con sus años de juventud, que transcurrieron en Carbonero el Mayor hasta que se fue a estudiar a Segovia y después, a hacer Derecho, a Madrid. Lo de “Vita, Santa y Panta” es, creo, de los años del bachillerato en Segovia, o al menos empezó allí. Vivió mi padre en una pensión muy próxima al famoso Torreón de Lozoya, en la plaza de san Martín, que he tenido el gusto de pintar varias veces en acuarela, una de las cuales vendí bien en la Semana Santa de 2003 en una exposición que celebramos varios compañeros vallisoletanos en el Casino, que está en la misma plaza, con poco éxito porque fue la única que se vendió. Al menos yo pude cumplir con la memoria de mi padre. Poco más abajo, bajando por la misma acera, ya en la calle Juan Bravo, cerca de la Casa de los Picos, está el restaurante El Bernardino, al que nos llevó alguna vez mi padre a comer cochinillo como –nos decía- le llevaba a él el abuelo Paco, y el típico “ponche segoviano” que tanto le gustaba de postre. Hace un par de años volvimos mis hermanas y yo a comer en él y recordamos con añoranza aquellos tiempos.

Muchas veces me dijo mi padre que debía la vida a Dios y a la Guardia Civil. Se refería al episodio que vivió en Carbonero cuando se produjo la proclamación de la II República española, el 14 de abril de 1931, o al día siguiente. España se había acostado monárquica y se despertó republicana, como suele decirse en frase de Aznar-Cabanas que se ha hecho famosa, tras el triunfo en las elecciones de la candidatura republicana-socialista, llamada Alianza Antidinástica. Para algunos fue una fiesta popular revolucionaria, pero para muchos un susto morrocotudo, porque no se quedó en algaradas. Contaba mi padre que frente a la casa de mi abuelo, en Carbonero, se apostaron varios grupos de extremistas y empezaron a tirar piedras a la casa y dar gritos agresivos contra los “Calderones” –que ya he explicado en artículo anterior era el apodo de la familia-. Al cabo de un rato sonaron varios disparos contra la casa, y mi tío Pedro, que observaba tras una ventana junto a mi padre, a la vista del peligro que amenazaba, se fue a por una escopeta de caza y disparó al aire un par de cartuchos. Menos mal que apareció en ese momento una pareja de la Guardia Civil y se llevó a los dos hermanos al cuartelillo, donde estuvieron encerrados hasta el día siguiente, en que los soltaron sin más consecuencias. Por eso decía mi padre que debía la vida a la Guardia Civil, que les salvó de un probable linchamiento.

( Vita, hacia 1927) (*)

Supongo que amenazas habría contra otras familias de Carbonero, donde hubo una buena movida. Ni mi abuelo ni sus hijos se habían metido en política, pero eran una de las familias pudientes del pueblo.

También supongo que le cogió la proclamación de la República en Carbonero por casualidad, ya que en aquellas fechas era ya estudiante en Segovia. Unos años después vivió en esta ciudad, con Santa y Panta, otro episodio peligroso. Por lo visto uno de los dos amigos –quizá Panta, no recuerdo bien lo que me contó mi padre- era falangista, y llevaba a veces una pistola en el bolsillo, tras las noticias que llegaban de la capital de que los anarquistas iban a por ellos. Pues bien, aquel día que paseaban “Vita, Santa y Panta” por el centro de Segovia, por la misma calle Juan Bravo, cerca ya de la plaza del Azoguejo se toparon con una manifestación anarquista que subía hacia la Plaza Mayor gritando consignas revolucionarias. Panta se asustó y, creyendo que iban a por el, sacó la pistola y tiró un tiro al aire, con lo que tuvieron que salir corriendo los tres. Por suerte, en una de las revueltas de la calle, se pudieron meter sin que les vieran en un portal, y casualmente uno de los tres conocía a uno de los vecinos que allí vivían, que les dio cobijo. Mi padre –me explicaba cuando me contaba el suceso- no era de nada, si acaso simpatizante de la derecha católica.

( Vita, a caballo, hacia 1929) (*)

En Segovia tenía otro amigo, Manuel de Frutos Borreguero, compañero del Instituto, al que escuché muchos años después rememorar, orgulloso, las clases a que asistieron ambos del gran poeta don Antonio Machado. Manolo de Frutos fue después farmacéutico de Toro, amante de la investigación, con un laboratorio muy completo en la trastienda de la botica que tenía junto a la toresana torre del Reloj. Nos veíamos las dos familias muchos domingos en Toro, cuando mi padre compró aquel 1.400 que nos facilitaba salir de Zamora – donde empezó mi padre a trabajar y nací yo, ya contaré- , y en el que aprendí a conducir porque el asiento delantero era corrido y el cambio salía del volante, lo que me permitía llevarlo yo, con mi padre arrinconado sobre la puerta y un pie cerca de embrague y freno. Manolo de Frutos prestó buenos servicios a los toresanos, descubriendo en los años 50 un tratamiento efectivo para una enfermedad de los frutales y otro para las viñas, en momentos de plagas en aquellos campos que en buena parte son todavía su medio de vida. Ya en los 80 mantuvo una discusión con un famoso arqueólogo, sobre la fecha de construcción del acueducto romano de Segovia, y publicó finalmente un libro, que guardo con cariño, dedicado por él. Manolo no era nada creyente, pero mi padre, que lo era por convicción, respetaba enormemente las ideas de su amigo, lo que en aquellos tiempos decía bastante de la tolerancia de mi padre.

( Rosita, hacia 1930) (*)

Un par de años antes del Alzamiento del 36, acabado el Bachillerato, Vita se fue a Madrid y empezó la carrera de Derecho en San Bernardo, y paró en la pensión que había puesto mi abuela Antonia, como ya he contado, Toneta de la Alfatara, cuando enviudó. Allí conoció y trató a su hija Rosita, que después sería mi madre, una quinceañera de lo más pizpireta, monísima, que salía mucho, no paraba en casa, con un buen grupo de amigas entre las que estaba Maruchi Fresno, después famosa actriz de teatro, con la que no perdió el contacto hasta años después de la guerra. De sus andanzas es significativo el que, como nos contó ella misma, cuando mi padre le propuso relaciones, las aceptó, pero no cortó, hasta pasado algún tiempo, con otro pretendiente que también tenía. También vivía en la pensión de mi abuela mi tío Pepe, que después sería mi padrino, estudiante de electrónica por aquellas fechas y jugador juvenil del Atlético de Madrid, entonces Athletic Club de Madrid. El tío Pepe también vivió mucho mundo, espero contarlo más adelante. Supongo que vigilaría de cerca a su hermana, a la que, por lo que nos contó, le gustaba saltarse las reglas, como cuando se fue con las amigas a bañarse al río, para lo que consiguieron agenciarse unos bañadores de aquella época en que no estaba muy bien visto este ejercicio.

( En Segovia, con los compañeros de Instituto hacia 1929) (*)

Había Vita aprobado todas las asignaturas del primer curso en la Facultad de Derecho, cuando estalló la guerra civil el 18 de julio de 1936. Le cogió en Madrid todavía, no pudo escaparse al pueblo, que desde el principio fue zona nacional. Con sus antecedentes de derechas, cuando fue a alistarse en el ejército republicano – como no quedaba más remedio entonces- desconfiaron de él y le encuadraron en servicios auxiliares. En estos casos temían que si los llevaban al frente acabaran pasándose al otro lado. Fue a parar destinado a una panadería de la zona de Guadalajara, donde pasó toda la guerra sin poder moverse. Sí que les oí contar que a veces conseguía pan para la pensión de la abuela Antonia, que en artículo anterior ya mencioné se las apañaba bien para mantener vivo el comedor de la pensión con alimentos que le llegaban también desde Ondara, de su familia y de amigos o conocidos alicantinos que se cobijaban de vez en cuando en la pensión, aprovechando la relación, quizá con una cesta de viandas, entonces tan codiciadas, bajo el brazo.

( Durante la guerra, Vita, Rosita y familiares hacia 1939) (*)

Lo cierto es que mi madre no recordaba haberlo pasado muy mal, por encima de las lógicas carencias y a pesar de los bombardeos, que quizá en la zona de la pensión de la abuela no afectaron mucho. Ella nos contaba que siguió haciendo vida casi normal, que hasta iban al cine de vez en cuando. Más que nada temía por Vita, su novio ya, pero él seguía bien colocado en la panadería, y podía verle de vez en cuando.

( Vita, Rosita y su prima Mª Rosa, al acabar la guerra) (*)

Dejo lo que le ocurrió a Vita después de la guerra para otro capítulo, que tendrá también más de una anécdota.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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