Una generación de viejos

Por Javier Pardo de Santayana

( Abuela. Acuarela de Carlos Armando Ortega Delgado en Facebook) (*)

Hoy leía un reportaje de carácter científico sobre el impresionante aumento que se ha producido en la esperanza de vida de los seres humanos en los últimos setenta y cinco años, es decir, en lo que es la duración de la generación a la que pertenezco, ya en franco y decidido trance de desaparición del mundo de los vivos. Del estudio retengo unos datos significativos: mientras esta esperanza era de 53 años en el año 40 para la mujer, la revista “Nature” augura que, en el año 2030, por lo menos las coreanas que encabezan la lista de longevos llegarán a superar ya los 90 .

El cambio es, pues, más que espectacular, sobre todo considerando que la noticia se refiere a la vida de la raza humana, para la cual el tiempo es el mayor tesoro. En efecto, cada persona justifica la existencia de todo el universo al que un día abrió los ojos, y por tanto su supervivencia está en el mismo límite entre la posibilidad de seguir siendo o de desaparecer definitivamente como habitante del planeta.

Quiero decir con ello, ahora que nuestro entorno está invadido por gente insatisfecha, algo natural habida cuenta de la lógica inadaptación a la condición mortal que nos caracteriza, que, una vez resignados a nuestra condición de criaturas, lo más conveniente y práctico sería acoger con entusiasmo los grandes avances obtenidos en el esfuerzo por prolongar nuestra existencia, teniendo en cuenta la suerte que tenemos los ancianos de ahora si nos comparamos con quienes en los cuarenta tenían edades semejantes a las nuestras. Pues el resultado que obtenemos debiera movernos a valorar lo que tenemos hoy en día gracias a quienes, desarrollando la asistencia sanitaria, un intenso esfuerzo educativo y unos impresionantes avances tecnológicos, mejoraron la resistencia de la frágil condición humana.

Cuando, siendo yo cadete, nos visitaron los llamados “Galbis”, viejos oficiales de los tiempos de creación de la Academia, el número de quienes entonces celebraban sus 50 años de carrera apenas superaba el de los dedos de una mano. Por otra parte, su aspecto mostraba un considerable deterioro físico. Claro que aquella generación había pasado por el duro trance de una guerra, pero aun teniendo en cuenta tan importante circunstancia, el número y aspecto de los supervivientes de esa edad superaría hoy sustancialmente al de nuestros antecesores. También recordarán ustedes cómo se solía imitar a los ancianos poniendo una voz característica que ya no corresponde en absoluto a la de los actuales “viejos”. Y la razón es bien sencilla: cuando la gente pierde ahora sus dientes o sus muelas, se instala otros postizos o unos implantes que funcionan igual que piezas propias. El resultado es que, con el aumento de la esperanza de vida y el desarrollo y popularización de cuidados como éstos, no sólo ha crecido espectacularmente el número de ancianos razonablemente sanos, sino que, además, éstos presentan un aspecto más joven.

De todas formas permítanme que me pregunte cómo nos verán estos jóvenes de ahora que tanto han aumentado su estatura gracias, digo yo, a que en su niñez tomaron Pelargón o productos similares y luego se criaron a base de Colacao y buenos bocatas de jamón. Esas generaciones de ahora cuyas dentaduras fueron modeladas por dentistas y que, pese a su descuidado aliño indumentario, cada vez lucen más sanas y robustas gracias a lindezas como ésta y a que, afortunadamente, empiezan ya a fumar bastante menos. Así que sólo quedan por solucionar esas barrigas criadas a base de chucherías, bollería industrial y otros excesos.

Me preguntaba cómo nos verán esos muchachos a los que vamos ya por los ochenta. Supongo que ante los restos de la generación de sus padres, abuelos, y ya casi bisabuelos, los nuevos mozos y las nuevas mozas nos considerarán bastante inútiles, y, a falta de una educación que se hubiera preocupado de inculcarles debido respeto y agradecimiento hacia quienes les precedieron en la lucha diaria y en el esfuerzo por mejorar el mundo, nos verán más bien como un estorbo. Sí, señor: lo más seguro es que nos vean como unos viejos que, además de dar bastante asco – ya que la senectud no es atractiva sino para los fotógrafos que exponen obra en las galerías de arte – les pareceremos una legión de seres prescindibles. Y es que a nuestras edades resulta ya imposible contener los estragos causados por una alimentación como la que se estilaba en nuestros tiempos jóvenes.

Y lo que te rondaré, morena, porque si hemos llegado a vivir tanto pese a nuestras muchas deficiencias, imaginen lo que nos puede ocurrir si en el tiempo que nos queda seguimos a rajatabla las instrucciones oficiales y abandonamos el azúcar, que según las últimos estudios resulta ser una especie de veneno que nos va destruyendo lentamente. O prescindimos de las carnes rojas y de la carne en general, causa por lo que se ve de muchos cánceres malignos. O vigilamos las calorías y tantas y tantas otras cosas que deberán convertir nuestra cocina en una especie de laboratorio químico.

Pero aunque muramos muy viejos y no podamos presumir de estatura, tipo y buenos dientes, siempre podremos presentar como tarjeta de visita el hecho de que conseguimos las más altas cotas de progreso de toda la Historia de los hombres. Ahí tienen los nuevos adonis, para meditar sobre ello, el hecho de que en el tiempo que duró nuestra existencia llegamos a desmenuzar el átomo, pisar la luna, circunvalar los satélites de otros planetas y cabalgar sobre un cometa en movimiento, romper la barrera del sonido e inventar los aviones a reacción, el helicóptero y los cohetes espaciales. Que impulsamos la miniaturización hasta el extremo de dar pie a la creación de ese teléfono móvil que hoy sirve para todo, y llegamos al desiderátum de una información en tiempo real de cualquier suceso acontecido en cualquier parte del planeta y sus alrededores. Y que, además de crear una sociedad del bienestar – cosa que parece bastante importante – desarrollamos increíbles técnicas quirúrgicas como la laparoscopia. Todo esto sin contar con la irrupción del ordenador y de Internet en nuestras vidas.

Y paro de contar, ya que lo que la generación de estos viejos bajitos – que es la mía – fue capaz de crear y desarrollar a lo largo de su paso por el planeta Tierra, no sólo no cabría en el presente artículo sino que ni la bastarían los ochocientos setenta por mí acumulados hasta ahora.

Y eso que no tomamos pelargón ni colacao, ni nos preocupaba apenas la ciencia alimenticia. Con decirles que ni siquiera sabíamos lo que era eso de “emplatar»…

PS: Supongo que no habrá problema con la cita de estos productos comerciales que perdieron su naturaleza propia para convertirse en símbolos intemporales.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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