Hablando de hacer niños

Por Javier Pardo de Santayana

( Futuro incierto. Acuarela de Julia Morkecho en Hispacuarela de Facebook) (*)

Si hay una cosa segura en este mundo es que el cien por cien de los seres humanos fuimos paridos por mujer. Y no sé cuantos somos, pero seguro que millones y millones; eso sin contar las sucesivas generaciones que nos precedieron desde el comienzo de los siglos. Sí, todos fueron – fuimos – engendrados sin excepción en un encuentro íntimo entre una mujer y un hombre, que ahí sí que no hay ni vuelta de hoja.

Sin embargo, tan cierto como esto es que, curiosamente, ese encuentro íntimo se oculta sistemáticamente como si fuera un acto inicuo o vergonzoso. Tanto que ando ahora mismo eligiendo con tacto mis palabras. En los sabrosos coloquios entre el coronel Bramble y su enlace francés en la Gran Guerra, André Maurois imaginaba la existencia de una sociedad en la que estos encuentros tendrían lugar con la mayor naturalidad del mundo mientras que la ingestión de alimentos se ocultaría cuidadosamente de la observación del prójimo, es decir, en la que se haría exactamente lo contrario de lo que venimos haciendo desde siempre pero que es hasta cierto punto lógico habida cuenta del esfuerzo que realizamos habitualmente para evitar que la masticación, la deglución y otras operaciones similares sean mostradas ostensiblemente. Y es que en realidad el hombre entró en contradicción consigo mismo al hacer de comidas, cenas, desayunos y meriendas una ocasión perfecta para la relación social a la par que trataba de inculcar a los más jóvenes que es de mala educación eso de hablar mientras se come.

A partir de este sencillo planteamiento no le resultará tan raro al lector el preguntarse – poniéndose en el caso de un extraterrestre que llegara desde otro lugar del universo y viera como nos comportamos los hombres habitualmente – sí hay algo malo en un acto tan frecuente y tan fundamental como aquel sin el cual no habría un solo terrícola que hubiera llegado a la existencia. Desde luego ninguna iglesia lo ha prohibido ni lo consideró inmoral excepto cuando la responsabilidad de sus efectos naturales no fue asumida tal como sería exigible moralmente. Porque está claro que la llegada al mundo de un nuevo ser humano demanda protección y educación para la vida, y, en consecuencia, la aparente frivolidad del acto referido encubre un trasfondo de seriedad considerable, casi cósmica.

En favor de desatender este principio se esgrime ahora la libertad del ser humano como si este asunto no entrañara responsabilidades, sobre todo desde que los avances tecnológicos nos dieron la posibilidad de intervenir en el proceso hasta el punto de convertirlo en un simple acto placentero desde esa concepción relativista de la vida según la cual lo bueno no pasa de ser lo que nos apetece o conviene en cada instante. Así una madre podrá cargarse a su hijo antes del nacimiento con el apoyo de subvenciones públicas y sin daño social que pudiera afectarla, y se manipulará la naturaleza – tan sabia según dice todo el mundo – de muy diversas formas: por ejemplo mediante la fecundación “in vitro” o interviniendo para cambiar la estructura misma de las células. Pero por lo que se ve, nada de esto resulta vergonzoso aunque altere el orden esencial del universo.

Ahora nos dicen que en la India ya existen bancos de mujeres que pueden proporcionar un hijo por encargo, y que en Europa se discute acerca de este tema pese a que nadie pueda creer que alguien esté por soportar los nueve meses de embarazo y el peligro del parto si no es por una perentoria necesidad de contar con dinero en el bolsillo. Y sin embargo aún andan dando vueltas a la cosa e intentando imaginar siquiera un solo caso en el que no haya dinero de por medio.

Así que al final nos encontramos con toda clase de situaciones más o menos surrealistas: hijos con dos padres simultáneos ninguno de los cuales le engendró; dos madres que hacen de “él” y de “ella” sin que sepamos siquiera a cuál le corresponde cual papel; hombres que por necesidad o gusto se dedican a proporcionar el medio imprescindible aun no teniendo opción de conocer a sus retoños; mujeres que, como las ya citadas, hacen de la maternidad una fuente de ingresos y se convierten en algo más que gallinas ponedoras, y aún podríamos añadir un buen montón de otras opciones, porque ya se está hablando de maleducar desde la escuela a los muchachos para que elijan el sexo que les plazca, con lo cual la última polémica está ya al nivel del uso del váter o excusado. Y aún nos queda el caso de los progenitores A y B, que acabará de seguro con el abecedario entero.

Así que, frente a tanto desmadre – palabra que viene aquí como el anillo al dedo – lo único que queda más o menos como siempre es el pudor que produce el ya citado encuentro íntimo, desnaturalizado incluso por su asimilación a otras actividades naturales calificadas como “higiénicas” y cuya trascendencia social y personal no tiene punto de comparación.

Lo cual sucede mientras sigue habiendo niños cuyas madres – tras de sufrir penosas circunstancias que las “obligarían” a desprenderse de ellos – salvaron a las criaturas del criminal recurso del aborto, que eso sí que hubiera sido una vergüenza para ellas. Me refiero a criaturas necesitadas de un padre y de una madre a ser posible “normalitos” que no tendrían que recurrir a complicados procesos tecnológicos. Les bastaría con acudir simplemente a la adopción.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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