El Rezongón. Rastrojos

Por Carlos de Bustamante

( Finca La Legua, Cigales. Acuarela de José María Arévalo) (*)

Un sábado inolvidable. Al fin dejé la ciudad. Sólo por unas horas; pero suficientes para, saliendo de las cuatro paredes y el fárrago ciudadano, respirar a pleno pulmón y tomar oxígeno hasta que la escapada se repita. Ruta del vino clarete con denominación de origen Cigales. Con los majuelos espléndidos de “La Legua”, finca y bodega del gran amigo y eminente neuro-psiquiatra Emeterio Fernández Marcos, dejamos atrás la gorra de polución que cubre la capital en que, “pueblo por pueblo y villa por villa, Valladolid es Castilla”.

A intervalos del verdor insultante de los majuelos, el oro de los rastrojos luce como el metal precioso previo paso por el crisol; como el sol del verano que tras caer a plomo sobre lo que aún hace pocos días fueran mieses color limón, las convirtió en doradas. Las que, onduladas por la brisa que acarició con suavidad de susurro cuasi femenino la “terrible estepa castellana”, convirtió en oro puro las que no ha mucho eran sólo espigas bien granadas de trigo. El que, tras la molienda –flor de harina-, nos proporcionarán pan bueno. Pan de Valladolid. El mejor pan.

Y en los rastrojos, el cordón, muy largo, de la “chasconera” de paja que vomitó la cosechadora por la boca llamada infierno en la beldadora. Aquí, en siega y trilla ininterrumpidas con la máquina poderosa. Cordón o chasconera que, por el volumen, son indicios seguros de una cosecha formidable. Tales eran las ansias de campo en el Rezongón que con la velocidad del medio de transporte que nos llevaba, hacía imposible asimilar tanta belleza de lo ordinario, vivido, ¡ay!, en tiempos pasados.
Sin embargo, el campo otrora alegre y bullicioso de segadores, muleros, agosteros y espigadoras, ahora está triste. Ya no hay acarreo, ni gavillas, ni haces, ni aun el ajetreo del personal en las tierras, que no menguaba los sábados, o incluso los domingos con el permiso de la autoridad eclesiástica competente. El progreso que nos humanizó el trabajo, se nos llevó a cambio la alegría.

Una vez más surge espontánea la pregunta: ¿no es entonces un bien el progreso…? La que meditada, da una respuesta que aún no creo del todo convincente. Porque la adecuada, por certera, no puede estar sólo en un simple “sí” o “no”. Habrá, digo, que elevar el listón de lo opinable.

El mandato recibido por el hombre desde el inicio de los tiempos fue de “trabajar y custodiar” la tierra. En la medida, pues, en que lo cumpla, o facilite cumplirlo, será o no bienvenido el progreso. Porque si esta forma de trabajo, impidiera custodiarla o se la perjudicase, el progreso no sería bueno. Si por el contrario la hiciese más hermosa, bella y habitable, bienvenido sea. Porque, sigo en lo opinable, -que no es tan simple como parece-, la verdadera alegría, no creo que esté en el bullicio bullanguero, sino en la más profunda de trabajo y custodia. Mejor, digo, cuanto más humano. Y mejor aún, si de esta forma obedecemos más y mejor el mandato recibido.

Era muy joven cuando pleno de fuerza y facultades, hice labores de agostero con los agosteros; cargador de carros de mieses como uno más entre los obreros; mulero con los muleros que trillaban en círculos repetidos una y mil veces hasta triturar la parva. Y como uno más entre ellos celebré en las “Mañas” con bailes en las eras al compás del almirez y música de la charambita el fin de los trabajos con las mieses en el campo y en las eras. Pero también como ellos –no nos engañemos- supe de lo poco romántico que es caer rendido por el cansancio, en el lecho muy duro del empedrado por donde trillos, “pares” y soles como fuego dejaron hechos unos zorros a los que, con esfuerzo cuasi infrahumano se dejaron la juventud y hasta la salud a veces en este trabajo artesano.

Quehacer demoledor del que, pese a la natural añoranza, no es menos cierto que hizo estragos en quienes, racionales, los ejecutaron. Por el bienestar de ellos y como ya cantara el juglar el “Bienvenido Mayo”, bienvenido el progreso, cantiga singular.

En el pueblo –Cigales- por el contrario la afluencia de labradores endomingados era extraordinaria. En la Misa Mayor primero y en los bares luego, donde se trasladó la alegría del personal otrora en el campo. Nuevos tiempos. Nuevas costumbres. Y, al parecer, afluencia masiva de forasteros. Visto lo visto hoy: bienvenido el progreso. Con la salvedad de que al Rezongón le sea permitida la añoranza.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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