El Rezongón. ¿Cabía otra solución?

Por Carlos de Bustamante

( Nevada en Rothenburg. Acuarela de Reyes Prieto, de felicitación del nuevo año) (*)

Valgan estas reflexiones para empezar el nuevo año con algo más de garbo. Parece ser que cuantos, profesionales o no, nos dedicamos al noble oficio de las letras, gran parte de nuestro temario se basa en hechos reales de nuestra propia existencia. Si sólo “se basa”, esto presupone que cabe la artimaña de “colorear” los hechos con más o menos florituras literarias. Las que, dependiendo de la imaginación del escritor, pueden adornar lo real con lo imaginario. Curioso cómo al fin el relator confunde si lo escrito sucedió o no tal y como dice en cuanto narra.

En cualquier caso, quien es sólo articulista y novelista esporádicamente, conecta de tal modo con los posibles lectores, que llega incluso a perder los respetos humanos para comunicar verdaderas intimidades que no expresa en la conversación con los tertulianos habituales. Como de familia, pues, vaya este artículo como botón de muestra de lo dicho en la muy larga perorata de introducción.

Aún no cumplidos cincuenta años de edad y tras sufrir un grave accidente vascular-cerebral, sin remedio tuve que dejar el servicio activo en la milicia, que es mi verdadera profesión. Tuve entonces la peregrina idea de materializar la afición que durante una vida en extremo azarosa, nunca pude llevar a cabo: escribir.

Mas ¡ay!, que con absoluto desconocimiento de las secuelas del daño sufrido, del dicho al hecho hubo tanto trecho, que cuando tomé la “tinta y cálamo”, no hubo posibilidad de plasmar sobre el papel lo que la mente maltrecha me sugería. ¡Se me había olvidado escribir! Testarudo, terco o testarrón como una mula, no renuncié a desenredar la madeja con tal revoltijo de hilos (entiéndanse neuronas).

Don José Antonio Íñiguez, sacerdote amigo y escritor de reconocida excelencia, sugirió al perplejo lesionado en Acto de Servicio, que recurriese al teclado de un ordenador. Héteme aquí cómo inicié la novedosa aventura de la informática. Disciplina ésta tan desconocida como pudieran serlo los cabalísticos signos del idioma chino. Y… comenzó así el gran salto a lo desconocido: un mundo en el que, como un extraterrestre en el planeta azul, estaba por completo perdido. Si en la escritura a mano llené de palotes infinidad de cuadernos o folios sueltos, sobre un teclado un pulpo en un garaje se hubiera encontrado más en su hábitat, que el lesionado sobre esta “máquina de los demonios”. Para enredar más las cosas, si en mi profesión siempre tuve escribiente para redactar con máquina de escribir cartas, oficios o documentos diversos. ¿Cómo “aporrear”, pues, en lo desconocido? El testarudo volvió a serlo con la idea fija de lo que si no era físicamente posible, al menos lo fuera en la mente. Por el momento vagando por qué sé yo los espacios siderales o tal vez del caos.

Ignoraba hasta qué punto era “facha”; o si lo prefieren totalmente de derechas. Sabía que, por el momento, la pierna izquierda era un adorno, todavía robusto, pero inútil. Pero lo que ignoraba y supe entonces fue el porqué decían mis hijos ser tan facha su padre que hasta le había quedado inutilizada toda la parte izquierda del cuerpazo. Sin método para teclear con los dedos de una sola mano, fue el dedo índice el que hubo de moverse cada día más rápido a lo largo y ancho del teclado. Creo ser persona sin identificar, al menos por falta de huella dactilar borrada en este dedo por tanto aporrear las teclas. Verbo adecuado éste, porque con la velocidad iba la fuerza que golpeaba hasta borrar el blanco sobre negro en la mayoría de las letras.

Junto al progreso evidente en la redacción de artículos con destino a la prensa local o como colaborador en alguna que otra revista, lo fue también el del manejo e intríngulis de este novedoso medio de escritura. Fue entonces -¡ay!- cuando alguien me propuso desenredar más y mejor los cables del ovillo todavía hecho un lío, con el ¡acceso a internet! Malhadada idea, que sí, me convirtió en casi experto internauta…; pero lo desenredado por un lado lo enredé aún más que antes por otro: el del nuevo mundo de lo que llega al “bicho” por las ondas, satélites o cables ¡de fibra óptica! (¿). Me sentí robot. Un robot tan programado, que pronto pasé de los artículos a ciertos pinitos como novelista. Mal o bien, lo cierto fue que a base de insistencia, mi nuevo trabajo fue -¿cabía otra solución a la inactividad en la que nunca estuve?- el de ¡corresponsal en el periódico local “El Norte de Castilla”. “Papel” más que centenario de prestigio reconocido y decano de la Prensa nacional. Con la añoranza irredenta de campo, sentí vergüenza de ver varios cientos de artículos camperos, principalmente del valle del Duero. Con la inestimable ayuda de mi gran amigo y mejor escritor Miguel Martín Fernández de Velasco, y la bondad del entonces Director Fernando Altés Bustelo, se me concedió el Vº Bº tras la criba de un trío de la categoría de Miguel Delibes, Francisco Javier Martín Abril, y el propio Fernando. Nunca sabrán – o sí- la impagable contribución para desenredar neuronas en la nueva actividad. Además de la generosa retribución en pesetas recibida, Dios les pague la medicina que por su bondad me proporcionaron.

Pero como los medicamentos suelen tener contraindicaciones, en un momento determinado esta medicina buena, no fue excepción: escribí tanto y de forma tan compulsiva, que junto a algún que otro premio en varios certámenes literarios, sufrí –estoy sufriendo -, la peligrosa adicción. Cuando aún era tiempo de impedir un nuevo desorden en las neuronas cerebrales, se imponía un descanso. O al menos, la obligada reducción de una actividad obsesivo-compulsiva.

Lo planificado era, un primer período vacacional hasta la Navidad, si Dios era servido y me concede vivirla, como ha ocurrido, para seguir luchando. Como para este blog tenía ya muchos artículos preparados, se ha podido mantener la correspondencia. Ahora, Él dirá. … Yo…, digo nada más.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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