La muerte de John Glenn

Por Javier Pardo de Santayana

(John Herschel Glenn Jr. (Cambridge, Ohio 18 de julio de 1921-Columbus, Ohio, 8 de diciembre de 2016) astronauta, piloto militar y político estadounidense)

John Glenn ha muerto. A lo mejor para los jóvenes de hoy John Glenn es un perfecto desconocido, tan solo un nombre en un periódico. Incluso dudo mucho de que la noticia de su muerte llegue a aparecer en la relación de “trending topics” de Internet. Hasta es posible que cuando oigan su nombre los más jóvenes piensen “me suena, me suena, debe ser uno de los…” (aquí la mención de un grupo musical de moda). Lo que es casi seguro, tal como están las cosas, es que si alguien les dijera que se trata de un héroe demostrarían su desinterés desconectando simplemente.

Y sin embargo John Glenn es uno de los grandes personajes del pasado siglo XX. Si ustedes encienden ese móvil que seguramente llevan ahora mismo conectado para escribir un twit o un mensaje de Facebook, si se relacionan sin darlo importancia con cualquier parte del mundo de forma instantánea, si por cualquier motivo buscan en Google algún dato, será precisamente porque gente como este hombre extraordinario se jugó la vida por alcanzar una quimera.

John Glenn era un hombre de armas, o sea un hombre que se distinguiría por su valor, su amor a la patria y su sentido de la responsabilidad. Siempre dio un paso al frente ante situaciones difíciles y casi siempre las asumió en la soledad más absoluta. Para empezar, soñó con ser piloto de combate, puesto en el que habría de enfrentarse al enemigo en un encuentro individual del que al final tan sólo uno saldrá con vida; una prueba de la que hay que descartar al pusilánime. Y así combatió nada menos que en dos guerras: 59 misiones libró en la batalla del Pacífico y noventa en la Guerra de Corea. Y en una de ellas su avión volvió a la base materialmente acribillado.

Mas Glenn no se limitó a vivir de sus recuerdos, que ya entonces darían para escribir una novela ni se refugió en el confort y la tranquilidad de una vida apacible y familiar, sino que siguió dando pasos adelante cada vez que el azar y su imbatible voluntad le situaron ante la posibilidad de un nuevo riesgo asumido en el servicio a la nación. Y la ocasión surgió cuando pidieron voluntarios para la insólíta misión de dar la vuelta al mundo en un vuelo orbital y en un contexto de competencia abierta entre las dos grandes potencias – Estados Unidos y la Unión Soviética – que, representaban, respectivamente, la libertad y la opresión. En abril de 1961 – tan solo un mes después de que Yuri Gagarin fuera puesto en la órbita terrestre – el presidente norteamericano había aceptado el reto de los rusos y prometido que un norteamericano pondría el pie en la luna antes de que terminara aquella década, así que era preciso que se produjera una inmediata reacción de su país. Y para entonces John Glenn ya estaba listo como uno de los siete voluntarios del programa ”Mercury”. El vuelo de Glenn fue por tanto una misión patriótica en la que se jugaba el prestigio de Estados Unidos.

Sobre su temple habría que reseñar que en el cuarenta por ciento de los lanzamientos previos el tipo de cohete utilizado habían terminado en el fracaso, y que en su propio vuelo falló el sistema de protección que debía impedir que la cápsula espacial se le incendiara. Además, la comunicación con tierra se cortaría durante unos interminables cuatro minutos largos. Así que se pondría a prueba la sangre fría y la pericia de nuestro hombre, recibido en su tierra como un héroe admirado al que su nación debiera estar agradecida. No hay que decir que éste sería el arranque de una gesta que impulsaría la mayor parte de los avances tecnológicos que hoy nos permiten la intercomunicación en tempo real con cualquier otro punto de nuestro planeta sin discriminación de persona o de nivel económico o social, avances éstos que han revolucionado el ritmo de la vida y nos han permitido incluso vernos a nosotros mismos bajo una perspectiva diferente que nos moverá a reflexionar sobre muchas cosas importantes.

Se preguntarán ustedes cómo pudo John Glenn sobrevivir a tantos peligros sobrecogedores y llegar a los noventa y cinco, pero más se asombrarán cuando recuerden que todavía quiso probar de nuevo suerte cumplidos los setenta y siete. Lo haría en el transbordador “Discovery”, y se convertiría en el astronauta de mayor edad que conoció la historia. También se arriesgaría tanto en los negocios como en la política en su función de senador, que no sé si estas actividades no serían las de mayor riesgo para una reputación consolidada.

Al constatar ahora el rechazo de cualquier ideal ilusionante en una sociedad ganada para el relativismo más feroz; al observar cómo a nuestros jóvenes no se les exige esfuerzo que les separe de la mediocridad y del confort; al percibir nuestro desprecio al compromiso y al arrojo – considerados ya como antiguallas -, quizá nos pueda parecer inútil esa demostración arrolladora de vigor y compromiso de que, siempre al servicio de su patria, dio pruebas este hombre extraordinario. Afortunadamente a él no le pareció tal cosa, y miren ustedes lo que hizo acudiendo a la llamada del deber.

Así que, aunque no sea “trending topic”, tomémosle, por lo menos, como ejemplo.

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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