Por favor, menos payasadas

Por Javier Pardo de Santayana

( Acuarela de Joseph Jzbukvic en jzbukvic.com/Home.html) (*)

Lo ve uno y no acaba de creerlo. Hablamos mucho de la educación y ahora nos damos cuenta de que hay gente joven y no tan joven que parece carente de juicio y de razón; que ni siquiera sabe lo que sucedió el pasado siglo. Que no recuerda, por ejemplo, que Europa fue siempre un campo de batalla – en realidad, de guerras intestinas – y que, tras la dura experiencia de dos conflictos de ámbito mundial generados en su propio suelo experimentaría un cambio radical generador de nuevas esperanzas. Era un proyecto basado en la raíz cristiana de nuestro continente e iluminado por las ansias de paz y libertad. Aquello sí sería de verdad un “nunca mais”.

El caso es que, arrastrados y unidos por una visión compartida de futuro y espoleados por la amenaza comunista que durante el pasado siglo había sojuzgado a muchos millones de personas con promesas de falsa libertad, entramos en un proceso ilusionado que nos traería una prosperidad nunca alcanzada y nos aportaría una increíble “sociedad del bienestar” en la que, contentos y embalados hacia un futuro próspero y feliz, no veríamos ni sombras ni amenazas.

Pero, con el correr del tiempo – como ocurrió por cierto en otras fases de la historia – el abandono de algunos de los principios que inspiraron la construcción de un espacio de paz y libertad condujo al debilitamiento de aquellos ideales esenciales, y la prosperidad empezó a darse por natural en vez de verse como resultado de un esfuerzo. Tan sólo el dinero pareció importarnos y se instauró un relativismo a ultranza; nada habría ya de esencial o permanente a que acogerse, así que el proyecto perdería su impulso primigenio: la Unión sería vista como el trabajo rutinario de unos oficinistas distinguidos y no como un sueño permanente o como fruto de un ilusionado impulso. Así quedaba el terreno preparado para que, cuando se produjera una crisis económica, aquellas corruptelas, aquellos vicios y egoísmos que en la comodidad del bienestar pasaban sin provocar el interés apenas, aquella acomodación de los políticos a la tentación de la opulencia, emergieran a la superficie intentando explicar el estado de las cosas.

Dirán ustedes que, ante los problemas generados por una crisis como la sufrida, lo normal seria procurar restituir la situación que nos había hecho felices y atacar los desvíos de una buena práctica. O sea que lo procedente sería aprovechar la ocasión para reflexionar y hacer algunos cambios mientras entonábamos la “mea culpa” por haber permitido – mientras no nos afectaran al bolsillo – corruptelas, disfunciones y faltas “in vigilando” de las que hicimos caso omiso. Mas algunos se fueron al monte con las vestiduras desgarradas para, aprovechando la ocasión propicia, cargase lo construido en un impulso revolucionario que utilizaría las más casposas y desprestigiadas fórmulas del belicoso siglo XX, y de paso lucirse como líderes. Así han contribuido a que colara en el ambiente una sensación de inaguantable pesimismo que en nada favorece la serenidad que reclaman estas circunstancias. En cuanto a los demás, la tendencia ha consistido en entrar en el juego pero intentando salvar algunos muebles.

¿Acabaremos cayendo en esa trampa? Afortunadamente aquí en España hemos parado con serenidad el primer golpe. La cosa ha requerido no perder la calma, pero lo que consideramos una peculiaridad de nuestra idiosincrasia ha resultado ser un gran problema compartido con casi toda Europa, y así hemos presenciado algunos casos lamentables en los que los propios gobernantes propiciarían una “débacle” para más INRI acompañada por su propio y estúpido suicidio. Uno de ellos supondría nada menos que la salida del proyecto europeo – como dando el pistoletazo de salida a otros países deseosos de ruptura – de una de las naciones con más elevado cachet democrático. Un suicidio personal y colectivo que puede ser aún más autodestructivo si llegara algún día a completarse con la desintegración territorial a la que apunta.

No hablaremos del caso del otro mandatario que intentó echar alegremente un pulso a la Unión Europea tomándola por tonta e incompetente, pues por lo menos quien salió con el rabo entre las piernas transformado en un tierno corderillo fue un ardoroso líder “revolucionario”. Pero el tercer y último caso pertenece al responsable de la tercera potencia económica de Europa, que se ha permitido, a la manera del inglés citado, jugársela como un novato para salir del trance trasquilado corriendo el riesgo de que en un breve plazo sea sucedido nada menos que por un payaso. Sí; un payaso, pero no en el sentido figurado, sino en el más literal y estricto; el de un payaso malababa al que he visto incluso haciendo gestos de limpiarse el trasero en plena efervescencia mitinera. Y esto no ha sucedido en un país exótico, sino, aunque cueste creerlo, en la cuna de Ovidio, de Cicerón y Julio Cesar, de Miguel Ángel y Leonardo.

Y ahí estamos, mirando como bobos la reacción extemporánea de quienes no se reconocen ni a sí mismos, representantes de una Europa que ellos desconocen, alejada de sus raíces clásicas, de su elegancia cultural y de la buena educación de siempre: un espacio vociferante y escasamente reflexivo, sin perspectiva para entender los signos de los tiempos, ajeno a lo que la globalización impone, un desligado conjunto de países que rechazan unirse y en el que no cabemos todos; una vuelta a los odios del pasado.

Así que no hay otra solución deseable – y si quieren ustedes, responsable – que no sea la Europa que soñaron los padres fundadores, la que nos llevó a ser una gran potencia modelo para el mundo. Esforcémonos en recuperar, por tanto, la orientación que ellos trazaron: la que aconseja su vocación de libertad y de justicia, la de la fe en sí misma; la de la inteligencia y el espíritu.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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