Experiencia para olvidar

Por Carlos de Bustamante

( Lavabo del servicio. Acuarela de Jesús Lozano Saorín en artesaorin.blogspot. com.es) (*)

Aunque bien podría remontarme “a los fenicios” de hace 28 años, una especie de pudor –tan escaso en nuestros días- me obliga a “correr un estúpido velo” a la gran experiencia que lo fue la del origen de otras muchas con incontestable relación causa-efecto. Como rítmica cantilena, tantas veces, me he repetido: calma, calma…., no pasa nada, no sucede nada; todo es para bien. Pero ese “nada” y “para bien”, es preciso pasarlo. ¡Y vaya si lo pasé…! Fue un 12 de febrero.

¡ “Oh Sra. Mía, oh Madre mía, yo me ofrezco todo a Vos…! ” . Y me levanté de la cama, sin conceder ni un minuto a la pereza; tanto lo fue así, que se me enredó el pie izquierdo en la manta descolocada por el santo suelo. Como un “relo” (sapo) di con mis huesos -con los huesos de la cadera- en la tarima que nadie diría no fuera de piedra berroqueña en vez de madera noble. Hizo crak. La cadera, No la madera. La cadera, no la piedra berroqueña. De tamaño, cuerpazo y peso del “relo”, más que regular, los del “112” se las vieron y desearon para depositar al herido en una camilla; y acto seguido en la ambulancia. Operación de urgencia tras la búsqueda y hallazgo en el mercado de la placa de titanio apropiada al pedazo de hueso. El que hizo buena la sabiduría popular: “Según es el burro, así la albarda”. Obra en el quirófano de carpintería o, digo mejor, herrería.

-¿Quiere verlo?, me dijo el carpintero-herrero-cirujano. En absoluto tuve siquiera curiosidad.

-¿Quiere verla…?

-¿Queeé…? , pregunté tras el telón

-La nueva cadera, contestó el nobilísimo “artesano”. Prosiguió, la labor. Me estiraron las piernas dormidas; colocaron el nuevo artilugio; soltaron las piernas, y el ¡clak! de encaje perfecto, se oyó nítido. Y la labor de la radial. Y la del puntero y martillo. De pesadilla luego. Ininteligible. Porque, díganme ustedes, ¿si el cuerpo humano afectado de ictus cerebral, está insensible, cómo es posible que sea, a la vez, tan horriblemente hipersensible? ¿Por qué, digo, duele lo que no debería por no sentir…? Despertar, encima, lento. Como, con perdón, recochineo en el dolor.

Hay más; mucho más.

Profesionales en el Centro hospitalario, como la copa de un pino. La mayoría del personal auxiliar, con trato y cuidados exquisitos…. ¿Cómo no saben “los otros” un poco más del dolor que produce en el sufridor moverle de forma violenta la cadera herida u operada? ¿Cómo no saben “los otros” que un hemipléjico (ictus) sentado en una silla no controla la posición de sus piernas y el dolor que se le produce si se le arrastra repentina o bruscamente para cambiar de posición su asiento? La palanca sobre la cadera, es tal, que hube de recordar el implacable mordisco de lobo sobre su presa, en sangre aún palpitante. “Los otros”, eran menos; a Dios gracias.

Hay más, mucho más. Lo mejor y con mayor morbo…

Pocos días de sufrir el malhadado percance, recurría la denegación del auxilio económico que corresponde –o debería corresponder- a los grandes inválidos en el INSS o Mutilados absolutos en las Fas. Además de la valoración en sí de las viejas lesiones en Acto de Servicio, razonaba y relacionaba extensamente cuántas y cuáles les eran éstas; y las que podrían derivarse, aun transcurrido un muy importante número de años: “Por tener -decía en el escrito- pie equino o con contracturas, pueden ser, y son, frecuentes las caídas en casa o en la calle”. Y muy graves, añadía, las consecuencias. Premonición.

Se cumplieron, exactamente, los riesgos dichos de accidente. Con creces. Roturas. Dolores. Malos tratos estrecheces económicas… y las reclamaciones:¡¡al maestro armero!! Aún prosigo: En el centro hospitalario, operan, curan, pero no rehabilitan. Reunión incompleta (faltaba el interfecto pater familiae) del consejo familiar y decisión (¿unilateral?, pero necesaria): ingreso en Residencia de Rehabilitación. O sea, un geriátrico de nombre rimbombante y de coste muy elevado; pero geriátrico. Casa de los horrores. Lo verán. Y si no lo ven, a buen seguro que sí lo que yo creí ser tal: casa de los horrores, aunque-¡ahora!-, lo tome a chufla.

Aquí (desde donde escribía esta historia), abundan, aún más que en el hospital, “los otros”, los que, sin preparación, o a todas luces insuficiente, “someten” a los ¡¡¡residentes!! a sufrimientos y vejaciones sobreañadidos. ¡Y gritos; y voces! Zarandeo despiadado de la pierna y cadera afectada. Personajes siniestros de películas de Hitcohk, y crueldad en el trato a personas respetables. Tan confusa atemorizada era mi situación. Abandono por un lado, y como revancha de odio del humilde (¿) hacia el poderoso destronado. O así lo viví¡ ¡Lo estoy viviendo!! Tanto, y créanmelo ustedes, que llegué a pensar seriamente en que pudieran cometerse con nosotros lo visto -siempre impactante- en películas de maldades sin cuento a residentes ¡como nosotros!
Sin poder entrar ni salir nadie desde las ocho de la tarde. Ventanas cerradas con llave, sin posibilidad de libre ventilación. Sonrisas siniestras… Conversaciones sospechosas… todo un cúmulo de temores e imaginaciones traumáticas, me llevaron a pedir, desesperadamente, socorro. Cuanto más argumentaba por teléfono a los míos, menos caso -pensé- hacían a mis delirios…

¿Pero cómo no se daban cuenta de la “trama” urdida sobre nosotros…? Disparaté, nervioso (aterrorizado), contra todo y todos. Quise, incluso, y como en las películas de horroroso recuerdo, llamar a la policía, para detener la trama.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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