Antonio de la Peña en el Pimentel

Por José María Arévalo

( Después de la tormenta, Palencia. Óleo de Antonio de la Peña en la exposición del Palacio de Pimentel. 150×100) (*)

Hasta el próximo día 5 de noviembre está abierta en la sala de exposiciones del vallisoletano Palacio de Pimentel “Reencuentro con Castilla”, una muestra de óleos de gran formato del palentino Antonio de la Peña, que nos visita cada dos o tres años con sus paisajes castellanos y vascos, “pintor de la trilla y de la ría”, como titulábamos otro artículo en estas páginas sobre su exposición del 2010 en Caja Duero.

En los salones de entrada del hotel Lasa Sport de Valladolid –decíamos entonces- hay tres o cuatro magníficos óleos suyos, uno de ovejitas, otro de faenas del verano, de trilla, creo recordar. Me sentí como en casa cuando celebramos allí la boda de uno de mis hijos, Antonio, el profe de lengua y aprendiz de acuarelista. Las faenas del campo castellano me llevaban a mis años mozos, veraneando en el pueblo de mi padre, Carbonero el mayor.

Antonio de la Peña –escribíamos entonces- ha sido llamado «El pintor de la trilla y de la ría», porque empezó pintando nuestro paisaje pero pronto se fue a vivir a Bilbao, y ha compartido esta dedicación a las escenas que vivió en el campo palentino de niño, con las de barcas y marineros de la ría de aquella ciudad en la que también ha triunfado. Pues bien, ahora repite sus temas habituales en la misma línea de trazos gruesos, impresionistas pero muy eficaces, llenos de vigor colorista.

( Antonio de la Peña. Sol en Castilla. 100×80) (*)

“Del gran acuarelista Jesús Meneses, también palentino, dicen los diccionarios es –fue pero sigue siendo- el pintor de las labores del campo castellano. Yo creo que ahora ya le acompaña en ese honor el también palentino Antonio de la Peña. Que además ha conseguido – ¡a pesar de los tiempos que corren¡- una descripción perfectamente reconocible de nuestro campo y sus hombres, con un estilo muy actual, de desfiguración, manteniendo los elementos imprescindibles para que pueda reconocerse el asunto. Así que de la Peña triunfa en estas tierras nuestras en que tan partidarios somos de Castilviejo y sus discípulos, Pedrero en Zamora y Pedro Alonso –este último también de raíces palentinas- aquí en Valladolid. Todos ellos son pintores más del campo castellano, de sus tierras y pueblos, como Vela Zanetti y Zuloaga fueron pintores más de sus hombres, así que Meneses y de la Peña se llevan la palma de la pintura de labores de nuestro campo”.

( Antonio de la Peña. La siega. 100×80) (*)

Antonio sigue en su momento de plenitud de su expresión artística. Recordaba en aquel artículo que en los años ochenta un grupo de compañeros, y para regalarlo a uno de ellos, le compramos un cuadrito magnífico de un atardecer en el mar. Ya entonces era un figura, destacaba claramente entre los pintores de la tierra, pero todavía tenía precios muy asequibles. La fama nos lo ha alejado un poco, para estas funciones, pero seguimos teniéndolo en las salas de exposición. Han pasado muchos años desde aquellas clases a las que asistiera en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.

El año pasado Palencia capital le dedicó un caluroso homenaje, con una placa conmemorativa en la casa donde nació, en la esquina de las calles Panaderas y Mancornador. Me uno a él con sumo gusto.

El folleto de esta exposición en el palacio de Pimentel incluye un artículo de Luis Lózaro Uriarte, Catedrático de lo Universidad de Deusto-Bilbao, que creo vale la pena reproducir ahora:

( Antonio de la Peña. De regreso a casa.170×120) (*)

“Colorismo o dibujismo a ultranza, otra ociosa y sempiterna cuestión en la historia de lo pintura. Como si dibujo y color, estructura y valores tonales, academicismos e impresionismos, rigor y teclado cromático, normas y temperamento, fuesen términos recíprocamente hostiles e irreductibles. Como si constructivismos y solideces de cualquier género (aquel «peso» de que Cézanne hablaba a Emilio Zola) estuvieran reñidos con destellos y apoyaturas que traducen estados del alma, inagotables y cambiantes vivencias del mundo mágico de los formas. Personalmente, no creo en la existencia de ningún «colorismo» de buena ley sin previos dominios plásticos y formales de base estructural, de todo esa normativa técnica y precentiva, indispensable para que el color cante, domado y dominado, en libertad pero sin caprichosas anarquías, su justa y exacta canción.

Antonio de lo Peña evidencia un ejemplo prototípico de ese justo fiel de balanza cuyos platillos complementarios de forma y color, en modo alguno antagónicos, se funden en superior unidad. Trátese de atardeceres o amaneceres castellanos, de barcazas o gánguiles, de grúas y malecones de nuestra Ría, de rincones típicos o ambientes fabriles, de puertos y paisajes vascos o de recoletas y silentes evocaciones de su estudio deustoarra, nuestro pintor sobe conjugar, equilibradamente y a maravilla, esqueletos compositivos y esenciales con cristalinos alardes de unas gamas que recogen los más sutiles pálpitos lumínicos y cromáticos. Luz y color no van en la paleta de Antonio simplemente asociados o yuxtapuestos con facilones recursos escolares, sino en poético y virtuosa simbiosis e indivisible fusión. De tal manera, que sus luces brotan del color y a la inversa, sin mezclarse a secas ni meramente sobreponerse. Tanto da hablar en su pintura de luz coloreada como de color luminoso, lo que trae al recuerdo (en muy dispar sentido) aquel «color-materia» de los cubistas o la famoso «luz-color» del impresionismo.

( Antonio de la Peña. Bajamar en Bermeo, 200×145) (*)

En esa filiación de colorismo riguroso y, a la par, de rigores atemperados por mórbidos y musicales pigmentos, de registros tonales ilimitados, hoy que inscribir esta pintura sólida, espontánea, viva y técnicamente depurada, susceptible además de fértiles caminos futuros cuyo exploración aguarda a un artista ya positivamente valorado en exigentes medios artísticos internacionales.

Ante cualquier motivo, Antonio de la Peña capta la esencia con retina infalible. En torno a su vivencia inicial, toques rítmicos y airosos de su pincel plasman un lenguaje plásticamente elemental, sin reticencias ni desmayos. Ya desde la «primera mano», el pintor nos brinda el secreto formal del tema y su clave recóndita, bastándole muy pocas manchas para restituirnos, en sabias decantaciones de su alambique interior, la jugosa frescura de un mundo transfigurado y como bañado en atmósferas incontaminadas. Pinceles y espátulas que «construyen» con el color, ateniéndose a los acordes necesarios e imprescindibles, con intuitiva seguridad que cercena todo lo accesorio y denota sello de auténtica creación.

Vigoroso estructuralismo de color, dibujando y componiendo con él y mediante él, en esta modélica pintura de Antonio de lo Peña, sin desfasados magisterios impresionistas a la manera consabida de tanto epígono de pega. Un mensaje pictórico acreedor, por su calidad y sinceridad, a más que merecida atención.”


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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