Por Javier Pardo de Santayana
( Viñeta de Nieto en ABC el pasado día 12 de agosto) (*)
Uno de los geniales humoristas del periódico ABC representa en uno de sus chistes gráficos la evolución del político español. El correspondiente el siglo XVIII, de cuyo costado cuelga un sable, peina peluca y viste medias y calzón hasta por la rodilla; el del XIX, que se apoya levemente en su bastón, luce un cuello de pajarita y un elegante sombrero de copa; el del XX se muestra con el clásico terno de chaqueta y corbata de toda la vida, y el de ahora, o sea, el que representa al siglo XXI, aparece asiendo una bandera, independentista por supuesto, y calzando unas chanclas, con la camisa con el cuello abierto y medio remangada y con un pantalón a media pierna, mientras luce una mata de pelo en forma de horroroso casco que recuerda al de un conocido presidente de región “autonómica”.
Indudablemente la comparación entre la imagen de unos y otros políticos nos hace ver que algo está cambiando en un cierto sector de nuestra sociedad a menos que la escasa seriedad y clase de nuestros representantes de hoy en día ya existiera desde antiguo y se hiciera patente ahora por encontrar un ambiente más propicio. En todo caso el cambio nos anima a preguntamos cuáles son las verdaderas actitudes de la nueva ola.
El resultado parece bastante tenebroso. Las actitudes dominantes son las de unos revolucionarios que desean destruir nuestra cultura, aquel camino hacia la perfección y la belleza que el hombre viene recorriendo siglo tras siglo desde las cavernas. Por lo visto de lo que se trata ahora es de desencadenar un retroceso voluntario, de imponer una estética retrógrada que prefiere la suciedad a la limpieza y el desorden al orden; también la fealdad a la belleza. Es la estética de los ”okupas” y los grafiteros, de quienes transgreden la paz ciudadana y en ello se complacen, de quienes queman los contenedores o rompen las farolas como si con ello hiciesen un favor a la Humanidad sufriente que ahora se alza contra lo que ellos consideran elitismo. Por eso la chusma vociferante trata de identificarse con “el pueblo”. Es la estética que se complace en la ruptura y en la destrucción y la violencia. Una de sus expresiones más ruidosas es la de los “animalistas”, que ven al hombre no ya como lo que es, un animal, sino como un ser inferior a cualquiera de estos. Es el reflejo de un ética mezcla de ignorancia y de soberbia porque se basa en la premisa de que cuantos hombres y mujeres vivieron antes que nosotros – es decir, antes del teléfono móvil y la televisión de plasma – fueron perversos además de inútiles. Así que ahí están ellos para cambiar el mundo. El problema es que lo hacen retrocediendo hacia la tribu. Quizá por eso la agresividad y el matonismo son algunas de sus características.
Su incapacidad para reconocer la valía de quienes fueron sus predecesores marca también otro de sus principales rasgos naturales: toda la Historia de nuestra nación es para ellos un cúmulo de crímenes y abusos. Los reyes serán sojuzgadores de sus pueblos, cada obra de arte antigua no pasará de ser un trasto inútil y un gasto improcedente, las grandes gestas nacionales representarán para ellos la imposición por la fuerza de una cultura a otra, los grandes de la historia y del arte serán unos enanos al lado de los aulladores y los portadores de pancartas. Denostarán a los Trece de la Fama y a Hernán Cortés; también a Elcano y no digamos a Calderón, Cervantes y Lope de Vega: esos piernas que nunca escribirían pareados. Lo de descubrir un nuevo mundo o dar por vez primera las vuelta al orbe no tendrá gran mérito; total, ahora eso cuesta una pasta pero puede hacerse cualquier día montando en un avión. Nadie estará para ellos a la altura de sus “okupas” y “activistas”: hombres y mujeres iluminados por la clarividencia y dotados de superioridad moral. Sí, señores; ellos son quienes se ocupan de la “gente” que, naturalmente, son ellos mismos y también sus amiguetes: quienes nos conducirán al prometido paraíso; aquel soñado en sus tardes de pizarra, tiza y sms.
¿Para qué acordarse de la Historia o festejar las Fiestas Nacionales españolas si entre unos y otros – pues también caben los iluminados de una nueva patria fraguada sobre la base del treinta por ciento – pueden crear otra patria nueva sin mayúsculas, esto es, más corta, más sucia y más polvorienta, con más entraña de odio, más auténtica, a espaldas de una Europa decadente? ¡Fuera aquello que nos una y humanice, cualquier sentimiento de pertenencia a algo, cualquier atisbo de generosidad, ya que en nada creemos! ¿No tenemos ya aquí, elaborando su doctrina, a la promotora de la no-familia, de los hijos sin padre convenientemente educados por la tribu?
En fin, imaginen ustedes el maravilloso edén que quedaría para nuestros hijos y nietos, con la “política de trincheras” y de “asaltos al cielo”, con las madres agarradas a su escoba y limpiando colegios mas con las calles plagadas de basuras y regadas por los excrementos de la concejala, las iglesias ardiendo – pero qué bonito, como la Roma de Nerón – los artistas moviendo sus muñecos con los eslóganes de nuestros asesinos y contando chistes sobre mujeres violadas – que eso sí que arte -, las casas plagadas de ocupas cargados de cerveza pintarrajeando las paredes después de un chute de los buenos, o cinematógrafos con explicaciones gráficas de cómo sodomizar a los más jóvenes; que de todo esto hemos visto como sugerencias promovidas por nuestros imaginativos gobernantes.
Me queda por decir que ahí no faltarán los “tontos útiles” buscando sutiles argumentos para apoyar estas iniciativas rompedoras y demostrar su admiración hacia quienes llegaran a parirlas: esas lumbreras de la nueva cultura y de la convivencia en paz tan sagazmente presentadas como el político español del siglo XXI por el genio de un sagaz humorista.
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(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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