Las Edades del Hombre en Toro

Por José María Arévalo

( San Juan Bautista, talla en piedra de Villamayor, de Juan de Juni, 1540, procedente del trascoro de la Catedral Nueva de Salamanca, antes en el sepulcro del arcediano Gutierre de Castro que estaba en el claustro de la Vieja ) (*)

Cuando ya se acerca el cierre de las Edades del Hombre de Toro, previsto para el 14 de noviembre, el gran éxito obtenido está forzando la prórroga hasta el 6 de diciembre, que se reclama por unos y otros, sería estupendo. Ya hace tiempo que se ha pedido por otras ciudades españolas se lleve a ellas esta organización, a lo que los responsables han contestado que Las Edades del Hombre no se celebrarán fuera de Castilla y León mientras haya localidades de la Comunidad autónoma que quieren acoger la muestra. De momento hay sede para los próximos años: Cuéllar (Segovia) en 2017, Aguilar de Campoo (Palencia) en 2018, y Lerma (Burgos) en 2019. Y quedan muchas más localidades con monumentos y riqueza artística viables para sucesivas ediciones, pienso en Tordesillas, Simancas o Benavente, como más próximas.

Lo cierto es que las Edades del Hombre de Toro han sido un nuevo éxito, que se ha apuntado la Fundación de las Edades y también Toro, que ha multiplicado su oferta turística habitual. La ruta turística por la localidad zamorana, con este motivo, comienza en el Alcázar como centro de recepción de visitantes, se amplia a otros tres templos del centro de la ciudad, las iglesias de San Sebastián, San Salvador y San Lorenzo, y el Ayuntamiento de Toro abre a los visitantes el Teatro Latorre, Bien de Interés Cultural (BIC) desde 2008, y la Plaza de Toros, construida en 1828 y que constituye uno de los conjuntos conservados más singulares de la arquitectura popular española. Esta última me ha impresionado muy gratamente en la excursión que con mis compañeros jubilados me ha llevado a las Edades de Toro, y que paso a resumirles, como en ediciones anteriores.

La Colegiata -explica la guía- de Santa María la Mayor es la joya arquitectónica de Toro. Comenzó a construirse en 1160 bajo el reinado de Alfonso VIII y se terminó ya en siglo XIII. Su conjunción de estilos románico y gótico y sus formas evocan los trazos de la catedral vieja de Salamanca o la de Zamora. Entre sus muchos detalles destacan los Ancianos del Apocalipsis esculpidos en las arquivoltas de la portada norte y lo que tradicionalmente ha sido el símbolo de la Colegiata junto con el cimborrio, por la que empiezan estas Edades, la poco común portada policromada de La Majestad, hoy ya en el interior después de las ampliaciones. Este templo de Santa María la Mayor recoge los cuatro primeros capítulos de ‘AQVA’.

( San Andrés” óleo de 1630 de José Ribera, procedente de la Catedral de Ávila) (*)

El quinto capítulo y el sexto se localizan en la Iglesia del Santo Sepulcro que se encuentra en la Plaza Mayor toresana con un estilo románico-mudéjar y levantada en el siglo XIII por la Orden de los Caballeros del Santo Sepulcro. Más tarde pasó a depender de la Orden de San Juan de Jerusalén Caballeros de Malta y guarda reminiscencias del gótico mudéjar.

La muestra ‘Aqva’, se articula en torno al agua con obras de Berruguete, Zurbarán, Juan de Juni y un larguísimo etcétera, como en las anteriores ediciones, del que a mi siempre me maravilla sobre todo descubrir tantas tallas y pinturas sobre todo de los siglos XV y XVI, de flamencos y primitivos castellanos, de los talleres de Vigarny o Fernando Gallego, repartidos por los templos y pueblos más recónditos de nuestra comunidad. De un mosaico romano del siglo IV llegado desde el Museo de León, como pieza más antigua, a la última en terminarse, la obra de Venancio Blanco ‘Don Quijote y Sancho Panza descubren el agua’, encargada de forma expresa para la muestra y que está expuesta junto a una edición original de El Quijote, en un guiño al IV Centenario de la muerte de Cervantes, en ‘Aqva’ dialogan arte antiguo y contemporáneo. Tienen presencia autores modernos y todos los grandes escultores y pintores que trabajaron en Castilla y León entre los siglos XV y XVIII.

( Rosas de Ávila. 2014. Dos óleos de Antonio López, en el primer capítulo de la exposición) (*)

«Están todos los grandes», explicaba el secretario de la Fundación Las Edades del Hombre, Gonzalo Jiménez, durante el pase previo. el 27 abril, a la inauguración, a la que asistió la madre del Rey, y que fue guiado por el comisario, José Ángel Rivera de las Heras. “Es un proyecto hermoso – destacaba el secretario general-, de diálogo entre la fe y la cultura, una catequesis que estoy seguro nos ayuda a amar nuestro patrimonio». Incluye 139 obras procedentes de las diócesis de Castilla y León, de otras como Madrid, Navarra, Andalucía, Extremadura y País Vasco, y tres de Portugal, con el agua como hilo conductor aprovechando el paso del «padre» Duero por Toro y la provincia de Zamora, a la que divide en dos.

`Agua de vida´ es el título del primer capítulo de la exposición, a la que se accede desde la famosa Portada de la Majestad de la colegiata, maravilloso pórtico que solo tiene comparación con el de la Gloria de Santiago de Compostela, y que es el único en nuestro país que conserva la pintura original con que se revistieron las figuras románicas, gracias a que queda salvaguardado por un amplio soportal, que ahora se ha ampliado y cerrado del todo para instalar en él el comienzo de la visita.

( De Fernando Gallego es la tabla “El martirio de san Juan Bautista”, hacia 1475-1480, de la capilla de San Ildefonso de la catedral zamorana) (*)

Este primer espacio inicia el tema del agua, que da nombre a la muestra y que es tratado desde perspectivas natural y antropológica; como su referencia en la mitología clásica, su servicio en la limpieza corporal, los recursos hidrológicos, la ingeniería hidráulica, los recipientes domésticos de barro y cristal para contenerla y beberla, etc. Este umbral sirve de tránsito a los visitantes, para pasar de la realidad puramente humana a la novedad de la realidad salvífica, cuyo centro y culmen es Cristo.

En este capítulo figuran tres cuadros del pintor Eduardo Palacios, autor del cartel de ‘Aqva’; tres óleos de Antonio López de la serie ‘Las flores de Ávila’; otro de Antonio Pedrero, “paisaje de Toro atardecido”, en la línea de los famosos cuadros del pintor zamorano sobre el paisaje de la catedral de Zamora desde el Duero; una acuarela del gran acuarelista, también zamorano, José María Mequita; alfarería popular zamorana de Moveros y varias fotos de Ángel Quintas y otros incorporadas tras el éxito de esta técnica en la edición de Oña, son algunas de las piezas de este primer capítulo. Figuran también “Los diez libros de Architectura”, de Marco Vitruvio en traducción y comentarios de Joseph Ortiz Sanz, Madrid, Imprenta Real, 1787, procedente del Monasterio de Santa María de La Vid (Burgos), y dos piezas de la Real Fábrica de Cristales de La Granja, una jarra de agua del periodo barroco, 1770-1787, de vidrio soplado, grabado a rueda y dorado, y una copa de maestría, del periodo historicista, 1833 de vidrio incoloro soplado a molde, y grabado a rueda.

Traspasada la Portada de la Majestad, el segundo capítulo, `Preparando caminos´, está dedicado al agua en la creación y en la historia de la salvación, desde los orígenes hasta la figura de Juan Bautista, el Precursor. Siguiendo cronológicamente los textos bíblicos, se van mostrando acontecimientos y personajes del Antiguo Testamento, a través de los cuales Dios fue anunciando de forma progresiva su voluntad salvífica y el significado de la gracia del bautismo. Hay obras de interés, también contemporáneas, como la talla en piedra “Estela solar’ de José Luis Alonso Coomonte, 1974, y “Paloma”, hiperrealista, de 2016, técnica mixta de Florencio Galindo. Entre las clásicas, “Agar e Ismael”, óleo sobre lienzo de 1630 de Pedro Núñez del Valle, procedente de la Fundación Asociación de Misericordia, de Ávila; “El diluvio universal”, 1647, de Juan de Zamora, procedente del palacio arzobispal de Sevilla, un impresionante ‘tableau vivant’ que simboliza a los refugiados que abandonan su país; “Rebeca dando de beber a Eliezer”, anónimo flamenco de mediados siglo XVII, un óleo sobre cobre de la Catedral de Segovia; “Jacob en el pozo” , óleo sobre lienzo atribuido a Pedro de Orrente, del primer tercio del siglo XVII procedente del Palacio Colina Lanestosa (Vizcaya); otro óleo impactante, “Sansón bebiendo agua de una quijada” atribuido a Luca Giordano, del tercer cuarto del siglo XVII, que está normalmente en la Sacristía mayor de la Catedral de Zamora; y “Moisés salvado de las aguas”, anónimo, de hacía 1700 , de la Iglesia de Nuestra Señora de los Remedios, de Zamora; etc. Una extensa figura del Cristo Crucificado de la iglesia de la Santísima Trinidad de Toro centra las miradas antes de pasar al tercer capítulo

( Talla de San Juan Bautista, de Gregorio Fernández, de entre 1612-1626, de la iglesia de los Santos Juanes de Nava del Rey ) (*)

El tercer capítulo, “Los cielos se abrieron”, se dedica a la figura de San Juan Bautista, del que dijo Jesús: «En verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista» (Mateo 11, 11). Con él se cierra el ciclo profético del Antiguo Testamento, actualizándolo, y se abren los tiempos mesiánicos, pues el Salvador estaba ya próximo, llegaba tras él. Los momentos más destacados de su vida son, aparte del bautismo de Jesús, su nacimiento, su predicación y su martirio. De Fernando Gallego es la tabla “El martirio de san Juan Bautista”, de la capilla de San Ildefonso de la catedral zamorana, de hacia 1475-1480; de Juan de Juni, 1540, “San Juan Bautista”, talla en piedra de Villamayor, procedente del trascoro de la Catedral Nueva de Salamanca, antes en el sepulcro del arcediano Gutierre de Castro que estaba en el claustro de la Vieja; de Juan de Montejo, 1600, un San Juan de la iglesia del mismo nombre de Alba de Tormes; otro de Esteban de Rueda, de 1620, de la de San Antolín de Tordesillas; y uno extraordinario de Gregorio Fernández, de entre 1612-1626, de la iglesia de los Santos Juanes de Nava del Rey; un San Juan en el desierto, óleo de Francisco de Zurbarán, 1650-1655, de la Catedral de Sevilla; otra talla de Luis Salvador Carmona, en torno a 1740, de la iglesia sevillana de Estepa; y el Bautismo de Cristo, óleo de Pedro Berruguete que proviene de Santa María del Campo, Burgos.

El Capítulo IV. que se titula “Cristo, fuente de agua viva”, cierra la exposición en la Colegiata y se dedica íntegramente a Cristo y su relación con el agua durante su vida terrena, pasando por su infancia, su ministerio público y su misterio pascual. En él se recogen, entre otros, temas como la vocación de los primeros discípulos junto al mar de Galilea, las bodas de Caná, el encuentro con la samaritana en el pozo de Sicar, la curación de un enfermo en la piscina de Betesda, el lavatorio de los pies, el lavatorio de Pilatos, el Calvario, y como momento culminante, la crucifixión y el instante en el que le atravesaron el costado con una lanza y de su costado salió sangre y agua.

Podemos ver aquí artistas contemporáneos como Hipólito Pérez Calvo, del que es un relieve en madera de las bodas de Caná, y un abstracto de Antonio Martín Alén, que titula “Aparición a los discípulos en el mar de Galilea”, de 2016; otros del siglo pasado como una estupenda maqueta de Ramón Núñez del paso, que él mismo realizara, ‘La Sentencia’ de la Semana Santa zamorana; y, la mayoría antiguos, como el Calvario de Pinilla de Toro, 1595-1598, de Juan Ducete y Sebastián Ducete, los fundadores de la Escuela de Toro, y que es una de las 32 obras restauradas en los talleres de la Fundación Las Edades del Hombre en la localidad vallisoletana de Valbuena de Duero. Destacan también “Jesús cura a un enfermo en la piscina de Betesda”, de Pieter van Lint, 1640-1650. de la catedral de Segovia; “Lavatorio de los pies”, 1567-1568, de Juan de Anchieta, bajorelieve en madera de nogal en blanco, del Monasterio de Santa Clara Briviesca (Burgos); y “Noli me tangere”, anónimo del siglo XV, del entorno del taller de Fernando Gallego, óleo sobre tabla procedente del Retablo de San Gil, Museo Mateo Hernández, Ábside San Gil, de Béjar.

( San Juan en el desierto, óleo de Francisco de Zurbarán, 1650-1655, de la Catedral de Sevilla) (*)

Los dos últimos capítulos se ubican en la iglesia del Santo Sepulcro, en la Plaza Mayor. Los dos momentos fundamentales en este templo se encuentran en el sotocoro, con la pila bautismal de Quintanilla del Monte y objetos de platería, junto al Cristo Resucitado de Antonio Tomé, que cierra la exposición. El Capítulo V, “El bautismo que nos salva”, penúltimo, está dedicado al sacramento del bautismo y a los objetos usados en su celebración litúrgica: la pila bautismal, los recipientes para contener el agua que se vierte sobre el bautizando (jarros, cacitos y conchas), y las olieras o crismeras para ungir al catecúmeno con el óleo y al neófito con el santo crisma. Por derivación, también a los objetos relacionados con el agua bendita: la pila, el acetre y el hisopo; otros vinculados a la celebración eucarística: las vinajeras, la naveta, la sacra del lavabo y el aguamanil; finalmente, a libros y cantorales con obras polifónicas relacionadas con el agua. Entre muchos de estos objetos destaca un bajorelieve de principios del XVI, del círculo de Felipe Bigarny, el “Bautisno de San Hipólito”, de la iglesia de esta advocación en la palentina Támara de Campos; un óleo de Bartolomé de Cárdenas, de 1617, sobre el bautismo de santo Domingo de Guzmán y otro de Zacarías González Velázquez, de 1787, sobre el bautismo de san Francisco de Asís.

En el capítulo final, VI, “Renacidos por el agua y el espíritu”, se representa a los santos, hombres y mujeres que, nacidos de nuevo por el agua y el espíritu, han sido un fiel testimonio de su vinculación existencial a Cristo, a quien se unieron íntimamente por el sacramento del bautismo. Y más concretamente aquellos santos cuya biografía o patronazgo están relacionados con el agua. Empieza con una Inmaculada de Antonio Vázquez, óleo de mediados del siglo XVI, del Museo Catedralicio de Valladolid, procedente de la Sacristía de la Iglesia de Santa María, de Tordehumos; y próximo, la “Colocación de Santiago en la barca”, bajorelieve del entorno de Felipe Bigarny, de hacia 1530, procedente de Sasamón; San Andrés” óleo de 1630 de José Ribera (taller), de la Catedral de Ávila; la cabeza degollada de San Pablo, óleo atribuido a Sebastián de Llanos Valdés, del tercer cuarto del siglo XVII, del Museo Catedralicio de Zamora; dos tallas de Luis Salvador Carmona, un San Isidro labrador, de 1752 de la iglesia vallisoletana de Santa María del Castillo en Nueva Villa de las Torres, y un San Juan Nepomuceno de 1750, de la iglesia de San Miguel de Valladolid; un San Francisco de Asís, óleo de 1659 de Mateo Cerezo, de la catedral de Burgos; y una “Apoteosis de San Francisco Javier”, óleo de 1680 de Claudio Coello, procedente de Getafe; en otras obras.

La muestra finaliza con la figura de Cristo resucitado, que esculpió Antonio Tomé hacia 1707 y pertenece a la propia sede. Él es quien bendice a los visitantes con su mano derecha, mientras deja ver la llaga gloriosa de su costado, de la cual brotó sangre y agua. Y con ella nos ofrece su mensaje de despedida, el mismo que proclamó en Jerusalén el último día de la fiesta judía de las tiendas: “El que tenga sed, que venga a mí y beba el que cree en mí; como dice la Escritura: «de su seno manarán ríos de agua viva»” (Juan 7, 37-38).


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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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