Una manifestación de amor al prójimo

Por Javier Pardo de Santayana

( Logo de los Juegos Paraolímpicos de Río de Janeiro)

Saturado de comentarios políticos, he sintonizado con mayor frecuencia que otras veces los Juegos Paraolímpicos celebrados esta vez en Río de Janeiro. Y he de decir que las imágenes no me hicieron sentirme incómodo, sino reconfortado. Por eso me he decido a hablar del tema.

Desconozco quién fue el promotor de tal idea, difícil sin duda de “vender” y no digamos de llevar a cabo, pues parece tarea destinada al fracaso ya desde su inicio. Y es que, efectivamente, la complejidad de su organización se diría casi insuperable incluso dando por supuesta la aceptación de su sentido y su importancia, cosa difícil de alcanzar como cualquiera puede comprender. Basta con imaginar lo complejo de unas competiciones que a veces habrán de repetirse para su adaptación a minusvalías diferentes y codificadas según naturaleza y grado, precisan de personal cualificado para el apoyo a los participantes, y exigen atender a mil detalles de funcionamiento innecesarios en los demás casos, como incluir un avisador para que los nadadores invidentes sepan cuando se encuentran próximos al borde final de la piscina.

Y sin embargo unos Juegos para minusválidos son ya en nuestros días un acontecimiento que va bastante más allá de lo que pudiera ser un hecho deportivo como otro cualquiera: unos Juegos Olímpicos propios que se retransmiten por las grandes cadenas de televisión y se dedican a dar cancha e imagen a estas personas en todas sus modalidades y variantes. Pocas disciplinas quedarán excluidas de un programa variado y completísimo que se desarrollará con toda fluidez y dando un ejemplo impresionante de sensibilidad, ya que, en efecto, las retransmisiones se realizarán sin referencia apenas a las limitaciones físicas que sufren los atletas, o sea, utilizando las mismas expresiones con las que se retransmiten las competiciones de los Juegos Olímpicos de siempre; los de los grandes nombres. Juegos sin distinciones con los clásicos que si no se pudieran contemplar en las pantallas no se distinguirían de los otros.

Impresionan, por tanto, tan sólo las imágenes, y ahí viene el asombro ante el esfuerzo de superación de los participantes. Alguna nadadora pude ver a la que faltaban tres de los cuatro miembros impulsores y desarrollaba sin embargo una velocidad de vértigo, corredores carentes de ambas piernas esprintando, un jugador de ping-pong que mantenía la raqueta con su boca, y tiradores con arco que agarraban la flecha con los pies: manifestaciones todas ellas de hasta qué punto la voluntad humana es capaz de superar cualquier obstáculo.

A mí todo esto me parece fantástico. Sí; me parece fantástico que, lejos de sentir vergüenza por exhibir sus desgracias tratando de ocultarlas ante el público, algunos jóvenes hayan decidido que aquéllas sean vistas tal como son en la realidad; es decir, como situaciones personales que en estos Juegos se transformarían en impresionantes muestras de superación humana. Así podremos contemplar imágenes conmovedoras de gentes capaces de dar la cara a las que veremos intentando contener sus lágrimas al oír el himno de su patria o mostrando sin complejos sus cuerpos averiados cuando desfilan ante un público asombrado. Todo ello como sin darlo demasiada importancia en una demostración – como quien no quiere la cosa – de que a pesar de todo no renunciaron a superar sus límites. Y cómo este valor fue reconocido e impulsado por la comunidad internacional.

Por eso a mí me parece formidable que se hayan llegado a montar unos Juegos Olímpicos en que esos hombres y mujeres admirables lleguen a compartir con los grandes atletas del momento, ante la admiración de un público rendido, los mejores escenarios existentes, la grandiosidad de los estadios míticos, el imponente espectáculo de las ceremonias de inauguración y cierre, el elegante protocolo de las ceremonias de entrega de medallas, o la emoción contenida de los himnos.

Pienso que esto sí que es una demostración de amor al prójimo. Por eso, al tiempo que me congratulo de ver en primera página de la actualidad a unos jóvenes que – quizá convencidos de su incapacidad para cualquier empeño – habrían permanecido en un rincón protegido de su hogar en otro tiempo, me siento obligado a aplaudir el interés, el coraje y el esfuerzo de quienes, además de concebir la idea, fueron capaces de ponerla en práctica en forma de acontecimiento del más alto rango transmitiendo así un mensaje de hermandad y de auténtico amor entre los hombres. Mensaje que, retransmitido con toda naturalidad ante nuestras pantallas familiares, proporciona una ocasión inigualable para que el ancho mundo admire a quienes no sólo dan ánimos y ejemplo a sus compañeros de desgracia, sino también un toque de atención a quienes, como nosotros, hijos de la Sociedad del Bienestar, no valoramos lo que ya tenemos y nos quejarnos por costumbre con cualquier motivo.

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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