Y ahora, ¿qué hacemos con Europa?

Por Javier Pardo de Santayana

( Viñeta de Idígoras y Pachi en El Mundo el pasado día 24 de junio) (*)

La fuerza de la costumbre me lleva a plantearme, así sobre la marcha y en la estela del famoso “Brexit” – ¡qué ganas de bautizar cada acontecimiento en vez de describirlo tal como es! – qué puede pasar ahora a nuestra Unión y, sobre todo, qué habremos de hacer de ahora en adelante. Pero el caso es que, una vez encontrado un rincón para el descanso, ya no sigo los temas como solía antes, y resultaría pretencioso pontificar sobre este asunto como cuando escribía precisamente, sobre la construcción de Europa. Así que me limitaré a reflexionar con la levedad del periodista sobre las cosas que se me ocurren al hilo de los últimos sucesos, aquellos que nos han llevado a la confusa e increíble defección del Reino Unido; o sea, a ese “peor, imposible” que glosé no ha mucho en estas mismas páginas del blog.

Partiremos de un hecho incontestable, y éste es que – por fas o por nefas – se ha producido un hecho de gran importancia con vistas el futuro y que es el resultado de un referéndum promovido por el gobierno británico con el convencimiento de que lo ganaría, siendo así que lo perdió y que su resultado ha sido, como todo el mundo sabe, el primer paso realmente visible de una marcha atrás en el proceso de conformación de aquella gran potencia moderna y envidiable que los europeos pretendíamos crear.

Bien es sabido que la política es en parte una cuestión de gestos, así que a un hecho como éste debemos darle la importancia que desde este punto de vista se merece. Porque los británicos siempre estuvieron en la Unión con más de medio cuerpo fuera y a veces daban ganas de decirles que se fueran de una vez y no incordiaran. Ni moneda común, ni gran parte de los tratados y disposiciones europeos serían admitidos por tan rocosos compañeros, que no sólo iban en casi todo por su cuenta, sino que sobre todo repudiaban el estilo, tan importante para ellos. Por ejemplo, ahí está su costumbre inveterada de enfocar los problemas mediante la aplicación de usos y costumbres o simplemente del menos común de los sentidos en contraste con la europea manía de poner todo por escrito, o, como ahora dicen, en negro sobre blanco, por lo que no era infrecuente verles incómodos en sus asientos contemplando cómo el resto de los representantes europeos discutían innecesariamente con el mayor detalle y determinación. Algo que, si permaneció latente en los tiempos de los “padres fundadores” que hacían camino al andar y sólo daban pasos adelante si el horno estaba ya listo para bollos, fue luego cayendo en el cartesianismo más afrancesado y en una concienzuda pesadez teutónica. Así que el ímpetu europeo por conformar nuestro futuro se vería disminuido con el tiempo por la rémora de la actitud británica.

Esto me hace suponer que, aunque el proyecto europeo se haya desprestigiado gravemente con este paso atrás, el cambio del ambiente interno a otro más cómodo y propicio para avanzar hacia una integración conforme con los signos de los tiempos puede que facilite considerablemente un nuevo avance rompiendo así el impasse en que nos encontrábamos. Claro que esto de poco servirá si falta un liderazgo a la altura de las circunstancias y si quienes permanecemos en la Unión no mostramos una decidida voluntad de movimiento que permita generar un nuevo impulso en la línea de aquella que imprimieron los padres fundadores de la idea; cosa difícil precisamente ahora, cuando hasta las mismas instituciones se ven contaminadas por el impulso contrario de unos “nuevos bárbaros” que caricaturizan aquella bella idea de Europa para desprestigiarla en favor de viejas y casposas fórmulas que creíamos felizmente superadas. Mas si queremos prevenirlo tendremos que abrir los ojos a la gente.

Será preciso, por tanto, revitalizar los ideales y los objetivos tanto inmediatos como a medio y largo plazo recuperando el estilo y el espíritu de los primeros tiempos y acomodándolos cuanto antes a los nuevos; remozando incluso los mecanismos administrativos con un dinamismo que rompa la imagen burocrática que hoy parecen proyectar. Y, sobre todo, habrá que oír de nuevo voces proféticas que entronquen con las de aquellos “padres fundadores” que creían en Dios, para, de nuevo, hacernos soñar con un futuro de paz y solidaridad estimulado por el recuerdo de lo felizmente conseguido; aquel esfuerzo que ya nos hizo saborear el bienestar y que sorprendería al mundo convirtiéndose en modelo.

En esta deseable situación que apunto, la seguridad y la defensa – a las que curiosamente nadie se refiere ahora pese a las espantosas amenazas terroristas y la caótica situación del mundo islámico – tendrían un papel clave para, a pesar de todo, mantener la cohesión entre la Gran Bretaña y los países europeos. Es decir, para reconstruir los lazos descompuestos por el famoso referéndum, ya que la OTAN sigue siendo uno de los nexos mejor articulados y más intensamente compartidos. Un nexo que además incluye a los norteamericanos, que ya se ocuparán como lo han hecho siempre de mantener la relación más firme y más auténtica entre las “tres patas” del sistema. Porque lo fundamental, por encima de los actuales avatares, es la garantía de supervivencia de los principios y valores de un “Occidente” cada vez más importante ante los retos de un futuro incierto y potencialmente peligroso.

PS: Con la salida de la Gran Bretaña España avanza un importante puesto en el rango de las economías de la Unión.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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