El Rezongón. De afectos y sentimientos (fin)

Por Carlos de Bustamante

( La alcoba. Acuarela de Álvaro Castagnet en Facebook) (*)

Creo haber escrito mucho – demasiado…- sobre afectos y sentimientos. Si puedo suponer que lo dicho no haya sido en vano, creo también que es llegada la hora de finalizar esta miniserie con algunas conclusiones que espero sirvan de provecho – como lo han sido para quien se lo dice- en el día a día de nuestros amores y creencias más fundamentales.

Si como parece indudable “el corazón del hombre está hecho para amar”, no me parece disparate cuando de amores se trata, estas conclusiones tanto para los amores, tan importantes, humanos (naturales) como los que ni les digo si son divinos (sobrenaturales). En los primeros, cuantos afectos y sentimientos que el Sumo Hacedor dejó impreso en la primera pareja humana son fundamentalmente buenos y mejor diría, y digo, necesarios. ¿Cabe cabeza humana la que no siente, ni padece por cuanto le rodea, y más si se trata de otra persona -que por serlo es humana- pero de distinto “sexo”? ¿Cómo juzgar baladíes afectos y sentimientos si fue el Creador quien dispuso que los tuvieran los que fueron nuestros progenitores y de quien los heredamos todos…? ¿Cómo enmendar, pues, la plana al que “todo lo hizo bien” y “vio que era bueno”?

Aun con el riesgo de repetición he de traer a colación lo expresado sobre el particular por “el santo de lo ordinario”: san Josemaría:

“No te digo que me quites los afectos, Señor, porque con ellos puedo servirte, sino que los acrisoles”. Ya la sabiduría popular dejó sentenciado hace siglos: “obras son amores y no buenas razones”. Entiendo, pues que las obras son el crisol donde los amores humanos adquieren pleno sentido. El que partiendo del trato y con él del conocimiento de la otra persona amada, los afectos y sentimientos iniciales, se perfeccionan y acrecientan.

Según esto, ¿qué amor humano noble y verdadero podría darse en quien careciendo de ellos (afectos y sentimientos) no siente ni padece?

Si para mejor entendernos hemos puesto el corazón como símbolo de amores, afectos y sentimientos, a nadie medianamente “despierto” se le puede ocurrir que tengamos dos corazones: para amar a Dios, uno: sobrenatural y como de ángeles. Y de sólo carne otro:, para amar a las criaturas, sean marido y mujer (con diferente “sexo”, se entiende), sean padres, madres (idem en lo referido a “sexo”, ¡oigan, no género!), conocidos, amigos etc., etc. “Un solo corazón y una sola alma”.

Dicho lo cual y metidos de lleno por estos derroteros, si cuanto sigue no es del todo aplicable para el amor humano, por lo de “un sólo corazón” no resultará complejo establecer similitudes aprovechables para ambos amores.

Sabido es de todos, que a veces la dualidad en el amar y Amar no es siempre “vida y dulzura”. Entonces….:

En la aridez, aunque el alma no tenga ningún sentimiento y parezca trabajoso el trato con Dios, permanece la verdadera devoción, que Santo Tomás de Aquino define como la “voluntad decidida para entregarse a todo lo que pertenece al servicio de Dios”.
Esta voluntad decidida se vuelve débil en el estado de tibieza: tengo contra ti –dice el Señor–que has perdido el fervor de la primera caridad, que has aflojado, que ya no me quieres como antes. La persona que mantiene con empeño la oración aun en época de aridez, de falta de sentimientos, se encuentra quizá como quien saca agua de un pozo, cubo a cubo: una jaculatoria y otra, un acto de desagravio… Es trabajoso y cuesta esfuerzo, pero saca agua. En la tibieza del Amor principalmente, por el contrario, la imaginación anda suelta, no se rechazan con empeño las distracciones voluntarias y prácticamente se abandona la oración con la excusa de que no se saca fruto de ella. Sin embargo, el verdadero trato con Dios, aun con aridez, si así el Señor lo permite, siempre está lleno de frutos, en cualquier circunstancia, si existe una voluntad recta y decidida de estar con Él.

Hemos de recordar ahora, en la presencia de Dios si es posible por tratarse del Amor, que la verdadera piedad no es cuestión de sentimiento, aunque los afectos sensibles son buenos y pueden ser de gran ayuda en la oración, y en toda la vida interior, porque son parte importante de la naturaleza humana, tal como Dios la creó. Pero no deben ocupar el primer lugar en la piedad, como tampoco debiera de serlo primero, aunque diferentes, en las relaciones humanas; y más si son en las conyugales. No son, pues, la parte principal de nuestras relaciones con el Señor, ni tampoco con las criaturas.

El sentimiento es ayuda y nada más, porque la esencia de la piedad no es el sentimiento, sino la voluntad decidida de servir a Dios, con independencia de los estados del ánimo, ¡tan cambiante!, y de cualquier otra circunstancia. Tanto en la piedad como en el amor humano, no debemos dejarnos llevar por el sentimiento sino por la inteligencia, iluminada y ayudada por la fe o la generosidad de la entrega. “Guiarme por el sentimiento es dar la dirección de la casa al criado y hacer abdicar al dueño. No es malo el sentimiento, sino la importancia que se le señala…”. Vuelve con lo dicho, la necesidad de tener muy en cuenta que no tenemos dos corazones (quien lea entienda). Uno solamente sobre el que, aparte de lo que “siente”, planea la voluntad. Y otro distinto, repito, para vivir en lo ordinario el definitivo Amor.

La tibieza es estéril, “la sal desvirtuada no vale sino para tirarla fuera y que la pisotee la gente”. Por el contrario, la aridez puede ser señal positiva de que el Señor desea purificar a esa alma.

Creo, pues, que fácilmente pude deducirse la conclusión de que cuando en uno de los dos amores flaquean y se debilitan los afectos y sentimientos, puede y debe hacer acto de presencia la voluntad. Tan distinta en el ser humano, claro, que el sólo instinto de los irracionales.

Porque dije al inicio y en el título “fin”, dejo al posible lector que saque otras conclusiones; las que de comentarlas alargaría la serie y les haría de menos con las que, rozando la filosofía, están ustedes mucho más preparados que este sólo Rezongón. Digo nada más que si necesitasen como quien se lo dice, ampliar conocimientos, para mejorar “la nota”, acudan a la citada y nunca tan bien ponderada como se merece, Amoris laetitia. Maravilla. Nos vemos…


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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