Nadie se escapa impunemente de una mara

Por Javier Pardo de Santayana

( Red wall. Óleo de Costa Dvorezky en dvorezky.com) (*)

Hace pocos días que las maras llegaron al centro de Madrid. La noticia fue el asesinato de un muchacho junto a la Puerta del Sol, y la historia una pelea a la salida del metro, donde una de las pandillas se encontró con otra a bocajarro. Las dos eran facciones rivales de origen dominicano: la una, de “los Trinitarios”, la otra, de los “Domincans don´t play”, cuyo nombre me hace pensar que estos grupos buscan su inspiración en los guetos de las grandes urbes norteamericanas. El luctuoso hecho llevó a la primera página de los noticieros la proliferación en España de grupos delictivos como éstos.

Ahora acabo de ver en la televisión un largo reportaje con las confesiones de una joven, guatemalteca según creo; un relato escalofriante en el que la muchacha pone en juego su propia vida transmitiéndonos su trágica experiencia. Nacida en una familia muy humilde, pronto encontraría su razón de ser en la amistad de los chicos del barrio, y en éste su biótopo natural. Una madre trabajadora y un padre alcohólico constituían la base de un panorama familiar poco atractivo que el tirón de la calle superaba con creces. De su padre recuerda la muchacha que le tenía por “su héroe”, aunque cuando volvía bebido arremetía contra cuanto pillara en su camino, y, como los hijos se escondían entonces, era la madre quien recibía los golpes.

Así que la pandilla sería el refugio en el que esta chica encontró el calor que echaba en falta. Pero estar en ella era una cuestión de pertenencia a un “club” que tenía unas reglas exigentes, por lo que tuvo que pasar la prueba de los golpes y de las vejaciones, aceptadas con gusto sin embargo con la esperanza de ser admitida. Luego, como sus compañeros vivían en la calle y tenían necesidad de financiarse siquiera para sobrevivir en su día a día, la mara exigiría una intensa actividad recaudatoria consistente en la extorsión y el robo, lo que vendría a reforzar su identidad. Tipos como los componentes de la mara tenían que demostrar su fortaleza de las formas más extremas y crueles; por ejemplo, con el asesinato, que evitaba además la defección. Y una vez que uno cumplía la orden de matar a alguien ya no había marcha atrás posible .

La consecuencia fue que nuestra protagonista pasaría por el trance de asesinar a otra muchacha, y lo hizo ya con la impresión de que esto la valía la definitiva confianza de sus líderes. Según el reportaje – realizado en su totalidad con un primer plano de la chica – hubo más muertes y más actos delictivos: palizas, robos e intimidaciones que ella fue asimilando como precio de la condición que había asumido. Y, naturalmente, también violaciones sobre las cuales no entraría en detalle pero en las que como mínimo participó como compinche.

En esto estaba la muchacha cuando se lió con unos de sus “hommies”, que la embarazaría. Aquello la impactó de tal manera que acabaría siendo una importante razón para su defección. Por primera vez sentía nuestra protagonista una ilusión auténtica; de aquí que se sintiera destrozada cuando murió el niño, y su desesperación, enmarcada en una vida vivida sin piedad, maduró su valiente decisión del abandonar la mara. Decisión que sería aceptada con la condición de pasar por una simbólica pero cruel paliza.

Pero aun quedaría otra prueba que la marcaría de por vida: al abandonar el escenario de la tunda y alejarse del grupo al que ella misma se había dedicado en cuerpo y alma oyó un disparo y sintió en sus espaldas un dolor intenso. Sus adorados “hommies” la habían convertido en una inválida que ya jamás podría caminar.

Impresionante testimonio el de esta mujer aún joven que nos relató con emoción pero sin sensiblería la historia de su vida entre los pandilleros. Sólo en dos ocasiones la vi yo derramar algunas lágrimas; la primera cuando relató cómo su madre – que no debía dar abasto en su trabajo de sostener a la familia, pero salía en su desesperada búsqueda para intentar localizarla – sólo recibió desprecio por su parte. Y la segunda y última la perdida de un hijo, tabla de salvación en el desastroso naufragio de su vida.

Cuando parece que aquí todo marcha mal y vemos a los indignados hurgando en las heridas, cuando nos quejamos de todo cuanto ocurre y parece que el futuro se nos está negando, no es mal ejercicio contemplar, en contraste con estos ambientes sórdidos y destructivos que por otros pagos proliferan, el ambiente de alegría y libertad que, mal que les pese a nuestros agoreros de la mala baba, vemos en esas multitudes de jóvenes afortunadamente libres, que aquí en España, además de mostrar su solidaridad con quien la necesita, salen alegremente al aire de las calles y llenan los lugares de esparcimiento sin molestar al prójimo. O la eficacia de las instancias públicas a la hora de evitar situaciones como la que, desde una silla de ruedas y con grave riesgo de su vida, nos ha descrito esta pobre desgraciada.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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