Una exhibición de hipocresía

Por Javier Pardo de Santayana

( Viñeta de Puebla en ABC el pasado día 2) (*)

Alertaba el filósofo don Julián Marías – con cuya revista “Cuenta y razón del pensamiento actual” tuve el honor de colaborar durante varios años – sobre la instalación de la sociedad en la mentira, fenómeno éste que andaba ya rondando y tenía su máxima expresión en el comportamiento de los separatistas vascos, premeditadamente ambiguos en sus expresiones y en sus relaciones con los demás españoles, y que en su empeño habían desarrollado un verdadero arte. Así que el uso de la hipocresía como forma de engañar al prójimo se había convertido para ellos en algo totalmente habitual.

Ciertamente parece imposible llegar a extirpar este pecado que siempre estará ahí tentando al hombre. Al fin y al cabo la mentira es sobre todo una expresión del egoísmo, y éste se hace presente en el origen de todos los males. En efecto, remedando al catecismo bien podría haberse acuñado la frase de que “todos los males se encierran en uno”, para añadir seguidamente: “el egoísmo”. Pero en el pensamiento de don Julián Marías no estaba tanto la necesidad de reaccionar contra la instalación de la mentira en nuestra sociedad como de hacerlo contra la instalación de la sociedad en la mentira, que éste sí que es un problema grave e insidioso.

La cuestión es que, en España, donde la lucha política ya contamina todos los espacios, la lacra de la que don Julián Marías nos alertó pensando en lo que estaba ocurriendo en un rincón de España es hoy algo que se ha extendido a todas partes del país, porque hoy los españoles vemos la realidad según nos la presentan las pantallas a cuyo son bailamos como monigotes teledirigidos.

Una de las manifestaciones de que estamos inmersos en la mentira es que tan habitual se ha hecho ya para nosotros que casi no la detectamos. Se nos muestra, como no podía dejar de ser, en la hipocresía que reina sobre todo en el ámbito político, donde no aprecio ni el menor rubor en decir lo contrario que se piensa siempre que la tergiversación redunde en nuestro beneficio. Ni siquiera la evidencia de dejar un rastro – ya que hoy todo acaba por saberse y todo queda registrado en las hemerotecas – contiene a algunos a la hora de contradecirse sin mostrar el menor de los rubores. Tanto es así que a veces desearíamos que lo de que al mentiroso le creciera la nariz no fuera sólo un recurso de los viejos cuentos infantiles.

Veo, por ejemplo, a un candidato a regir nuestro futuro que tiene el rostro de venir a presentársenos como un amante de toda la vida de ese diálogo que tanto dice de una actitud inteligente, abierta y comprensiva, pero que se atreve a hacerlo después de cerrarse en banda reiteradamente, no digo ya a negociar, sino a siquiera hablar con su rival político. Un rival que precisamente ganó las elecciones y que representa nada menos que a siete millones de españoles; además la negativa nunca fue acompañada de explicación o de argumento alguno. Fue sólo, sencillamente, un NO rotundo a secas, y se acabó la historia. Hasta diecisiete veces dispararía este individuo el exabrupto ante los micrófonos de la televisión publica y privada, y hasta se permitió el chiste de mal gusto de enfatizar su negativa preguntando a su contendiente qué parte del NO era la que no entendía.

Pues bien, estoy seguro de que un buen porcentaje de españoles ni siquiera parpadearía de vergüenza ajena al escuchar tanta simpleza impropia de un líder político que pretende nada menos que codearse con la flor y la nata de Occidente. Porque supongo que no habrá que pasar por la universidad para darse cuenta de que ese señor nos está tomando el pelo. Y esto sí debiera ser motivo para provocar la indignación a que, por lo que se ve, los españoles somos tan propicios. Claro que ese señor ya nos había sorprendido cuando anunció su intención de suprimir el ministerio de Defensa; que tiene bemoles siquiera pensarlo en estos tiempos y habida cuenta los que se avecinan. Y, sin embargo, tampoco entonces la “ciudadanía” pestañeó como tamaña burrada merecía y como habría sucedido en cualquier país civilizado, donde el arrogante personaje se habría autodescalificado para siempre. Y aun cabe algo peor: a saber, el que opte por desdecirse sólo por satisfacer a su posible compañero de fechorías políticas, que alberga la idea de colarle de ministro a aquel que ustedes ya conocen.

Y estos son tan sólo ejemplos tomados sobre la marcha, pues aquí podríamos presentar bastantes más sin dar vueltas a la cabeza, como aquel de los ases del balón que se permiten el firmar autógrafos a la puerta de los juzgados como si meterse millones no declarados en los bolsillos fuera una de sus habilidades deportivas. O los relacionados con la corrupción, pues hay quienes se nos presentan como indignados símbolos de la mayor pureza con un su salón plagado de excrementos. O quienes se rasgan las vestiduras porque un torero se hace la foto con el toro y la niña mientras aplauden el asesinato en el vientre mismo de sus madres de los hijos inoportunos o molestos.

Hasta algunos de los nuevos en la plaza ya han dado en poco tiempo suficientes muestras de no tener inconveniente en hacer tabla rasa de los límites morales a la hora de engordar cuentas corrientes. Y para financiarse no hacen ascos ni siquiera a esos ayatolas iraníes que cuelgan en la plaza pública a quienes por cualquier razón les son incómodos.


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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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