De afectos y sentimientos (III). Educar la afectividad

Por Carlos de Bustamante

( Nueva York. Acuarela de Álvaro Castagnet en Facebook) (*)

Los afectos son imprescindibles para una vida plena. Pero es necesario educarlos para que contribuyan realmente a la felicidad a la persona. Como veo que el tema elegido como miniserie pudiera dar más de sí de lo que pensé con el primero, “con la ayuda de un vecino…”, haré el atrevido intento de desglosar en los distintos factores que pudieran tener influencia sobre lo que a simple vista indican afectos y sentimientos. Como hitos importantes trataré de comentar como preferentes algunos, y sin descartar otros, como la familia y la educación.

Desde muy antiguo se pensó que eran malos aquellos sentimientos que disminuyeran o anularan la libertad. Ésta fue la gran preocupación de la época griega, del pensamiento oriental y de muchas de las religiones antiguas. En todas las grandes tradiciones sapienciales de la humanidad encontramos una advertencia sobre la importancia de educar la libertad del hombre ante sus deseos y sentimientos. Parece como si todas ellas hubieran experimentado, ya desde tiempos muy remotos, que en el interior del corazón del hombre hay fuerzas y solicitaciones contrapuestas que con frecuencia pugnan violentamente entre sí.

Todas esas tradiciones hablan de la agitación de las pasiones; desean la paz de una conducta prudente, guiada por una razón que se impone sobre los deseos; apuntan hacia una libertad interior en el hombre, a una libertad que no es un punto de partida sino una conquista que cada hombre ha de realizar. Cada uno debe adquirir dominio de sí mismo, imponiéndose la regla de la razón, y ése es el camino de lo que empezó a llamarse virtud: la alegría y la felicidad vendrán como fruto de una vida conforme a ella. Y para ello, nada mejor o mejor diría imprescindible, la “conversión del corazón”:

La moral cristiana enseña que el desorden de nuestro mundo afectivo hunde sus raíces en el pecado original. El corazón humano es capaz de indudable nobleza, de los más altos grados de heroísmo y de santidad, pero también de las más grandes bajezas y de los instintos más deshumanizados.

El Nuevo Testamento recoge en varias ocasiones diversas palabras de Jesucristo en las que insistía pidiendo con fuerza la conversión interior del corazón y de los deseos: Habéis oído que se dijo: “No cometerás adulterio. Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio en su corazón”.

Nuestro Señor subraya que no basta con abstenerse de obrar mal, o con atenerse a unas normas en la conducta exterior, sino que hay que cambiar el corazón, “porque del interior del corazón de los hombres proceden los malos pensamientos, fornicaciones, hurtos, homicidios, adulterios, codicias, maldades, fraude, deshonestidad, envidia, blasfemia, soberbia, insensatez. Todas estas cosas malas proceden del interior y hacen impuro al hombre”.

Sus enseñanzas son una constante apelación a la conversión del corazón, la única que hace realmente bueno al hombre: “El hombre bueno del buen tesoro de su corazón saca cosas buenas, y el malo de su mal saca cosas malas: porque de la abundancia del corazón habla su boca. Remarcan la necesidad radical de purificarse interiormente: “Vosotros os hacéis pasar por justos delante de los hombres; pero Dios conoce vuestros corazones”.

Los actos inmorales surgen de los pensamientos torcidos que incuba el corazón. Por eso tiene tanta importancia la educación de sus afectos. Y por eso el Apóstol Pedro dice a Ananías, cuando es sorprendido en su falsedad: “¿Por qué has admitido esta acción en tu corazón?”.

La moral cristiana no observa con recelo a los sentimientos. Al contrario, da una importancia fundamental a su cuidado y su educación, pues tienen una enorme trascendencia en la vida moral. Orientar y educar la afectividad supone un trabajo de purificación, porque el pecado ha introducido la cizaña del desorden en el corazón de todos los hombres y es por tanto necesario sanarlo. Por eso escribió San Josemaría: “No te digo que me quites lo afectos, Señor, porque con ellos puedo servirte, sino que los acrisoles”.

Se trata de construir sobre el fundamento firme de las exigencias de la dignidad del hombre, del respeto y la sintonía con todo lo que exige su naturaleza y le es propio. Y el mejor estilo afectivo, el mejor carácter, será el que nos sitúe en una órbita más próxima a esa singular dignidad que al ser humano corresponde. En la medida que lo logremos, se nos hará más accesible la felicidad y la santidad. ¿Y de la familia…? Si Dios quiere, todo se andará.

P.D.: desde nuestro blog, agradezco a mi entrañable amigo A. Aguiló. Las inestimables aportaciones, para completar con citas e importantes ideas el mejor sentido a esta miniserie que continuará si Dios es servido.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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