Por Carlos de Bustamante
( La incredulidad de Santo Tomás. 1308-1311. Temple sobre tabla de Duccio di Buoninsegna, en el Museo de la Ópera del Duomo, Siena. 56,1 x 50,7. Pintura.aut.org) (*)
Todos con Myriam en el Cenáculo. Menos Tomás (Dídimo. De apellido o mote, quién lo sabe).
Con la sutilidad de los cuerpos resucitados mi Amigo penetró en la estancia cerrada a cal y canto. Bueno, no tanto. Mejor: con las puertas cerradas. Todos, menos Myriam y Tarsicio, tiemblan de miedo. Les pide de comer. Come pez asado y se calman. ¡Han reconocido al Maestro! Era verdad. Jesús ha resucitado. Lo ven y creen. Sonríe Myriam. Tarsicio también. Pero sigue a lo suyo. Servir. No ha visto ninguna novedad. De sobra lo sabía. Sopló sobre ellos un viento muy suave. Ruah, en arameo.
“A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, quedan retenidos”. Con el sacrificio recién sufrido, derramó su sangre para el perdón de los pecados. Ahora estableció el camino reglamentario. El que acababa de trazar con esa facultad a los discípulos. A ellos corresponde la absolución. Nuevo Sacramento: Reconciliación, Confesión, Penitencia.
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(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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