Regalos de Reyes

Por Javier Pardo de Santayana

( Viñeta de Álvaro en El Norte de Castilla, el pasado día 4) (*)

Si pudiera añadir a este artículo una banda sonora ésta sería probablemente la de “Carros de fuego”. A ella añadiría un clip de la película mostrando a unos jóvenes y esforzados atletas con pantaloncillos y camisetas blancas. La razón es bien sencilla: hoy quisiera presentarles un hecho que me parece muy apropiado para reflejar el desconcierto que viene produciendo la acumulación de noticias sorprendentes cuando no contradictorias que recibo desde que despierto de mis sueños. Se diría, en efecto, que éstos no se disipan cuando comienzo a abrir los ojos.

La primera noticia que oigo hoy, día de Reyes, es de carácter deportivo, terreno del que le supongo a usted al tanto. Como es sabido, tras el campeonato de los tres trampolines cuya retransmisión enlaza con la marcha Radetzki del concierto vienés, el nuevo año se estrena con el temible “Dakar”, carrera sobre ruedas en la que se desafían toda clase de problemas y de obstáculos impuestos por una infernal topografía. Para quien no se haya interesado por el acontecimiento yo le recuerdo que el nombre de “Dakar” tiene sólo que ver con sus orígenes, pues desde hace unos años esta aventura ya no se desarrolla en África sino en los duros desiertos sudamericanos.

Siendo como es una carrera, y contando con que, como es habitual en este tipo de competiciones, la victoria se concede a quien emplee menos tiempo en completar su largo y accidentado recorrido, lo fundamental en el “Dakar” es, como usted bien puede suponer, correr más deprisa que cualquiera de los compañeros de fatigas. De lo cual se deduce que para llegar a ser ganador de la prueba el corredor deberá superar en velocidad al resto de quienes con él compiten. Recuerden aquello de “citius, altius, fortius” . Y como quien hasta ahora ha sumado menos tiempo es precisamente un compatriota nuestro, éste debiera ir en cabeza de la clasificación; de ahí mi asombro al conocer esta mañana que, pese a ser el más rápido de todos, nuestro flamante deportista aparezca relegado a un tercer puesto. Buen regalito para nuestro representante…

Ante esta anomalía usted se habrá pensado lo peor: supondrá que nuestro hombre habrá hecho trampa, que no habrá seguido exactamente el difícil trazado de la prueba, que su vehículo no responderá a las especificaciones exigidas, o que se ha utilizado un combustible prohibido por la organización. Pues bien, nada de eso ha sucedido en este caso. La penalización – agárrese usted a la brocha – le ha sido impuesta… ¡por exceso de velocidad! Así sin más. Y aún estoy esperando de algún reportero deportivo una explicación plausible que hasta ahora ha brillado sencillamente por su ausencia. Menos mal que uno ya se ha llegado a acostumbrar a cosas tan aparentemente absurdas como ésta.

Ahora imaginemos a los competidores de cualquier carrera, sea ésta a pie o en algún tipo de vehículo. en la pista de tartán o en la piscina, dispuestos para la salida de una prueba. Suena un disparo, y la competición se inicia; luego se desarrolla hasta su término en la meta. Y vemos como al vencedor, exultante de satisfacción, no tarda en tratar de envolverse en su bandera. Naturalmente, el público aplaude entusiasmado.

Bueno, pues imagínense ustedes ahora que de pronto, antes de que esto llegara a suceder, otro par de corredores – éstos de la cola pero identificados con el segundo por pertenecer a su raza, país o continente – corriesen a abrazar al frustrado perdedor del sprint y lo pusieran en el escalón más alto del podio para aclamarlo como vencedor. Y, como es lógico, a los encargados de hacer sonar el himno, izar la bandera y proclamar el ganador del título que se nos vuelven locos intentando adaptarse a tan forzado cambio.

Bueno; pues si esto nos extrañaría y nos parecería un comportamiento improcedente, más absurdo sería admitirlo cuando el postergado, en vez de ser un simple deportista, fuera el ganador de unas elecciones en las que se pusiera en juego el porvenir de la nación. Y sin embargo, este proceder que tan burdo podría parecernos es algo que estamos viviendo ahora en esta España siempre “diferente”. Aquí de poco sirve lo del “citius, altius fortius”; se puede ser ganador incluso siendo el último; aunque uno sea cojo o tenga la peor marca del siglo. ¿Qué le parece a usted? No importará su formación, su experiencia, su inteligencia o su sabiduría; sólo importará su estereotipada ideología de carné. Y así una minoría hasta ridícula puede determinar en ciertas circunstancias el futuro de cuarenta millones de españoles. ¿Qué le parece a usted este regalo envenenado?

Claro que otra de las noticias del día de la Epifanía comenzaría con el anuncio, igualmente sorprendente, de que en el país más cerrado del planeta un imberbe devorador de hamburguesas y coleccionista de revistas porno; un sátrapa ridículo y cruel que ordena eliminar del mundo de los vivos a aquellos colaboradores suyos que no le sirven según sus peculiares gustos, se ha permitido la humorada de hacer explosionar una bomba de hidrógeno. Sí, lo que les digo: una BOMBA DE HIDRÓGENO. Otra cosa será que la noticia resulte más o menos cierta, pues de ese tipo no puede uno fiarse.

Y no podemos dejar de imaginar la bomba envuelta en un gran paquete atado con un inmenso lazo rosa y con una dedicatoria en coreano. No olvide usted que estamos en la mañana del día 6 de enero, justo a la hora en que los niños españoles se despiertan. ¡No me diga que esto no es otro buen regalo!


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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