Magia y realidad

Por Javier Pardo de Santayana

( La Barranca del Cobre. Acuarela de Antonio Agudo) (*)

Empiezo a escribir este artículo a horas tempranas de la mañana del día de Reyes, ese momento mágico de un año que acaba de empezar con su amenazadora carga de incógnitas pero también con una esperanza que quiere escapar de nuestro panorama pero a la que nos asimos para salir de un horizonte incierto.

Es, efectivamente, el momento de la magia: un ingrediente de la vida que no quisiéramos perder. y que aunque hoy, en este el día de enero, parece ser cosa de niños con su mucho de irrealidad y de ilusión, es, sin embargo, una dimensión irrenunciable de nuestra condición de hombres: la que puede ligarnos a lo que yo llamaría ”la verdadera realidad”; aquella dimensión que se refiere a nuestra condición de seres creados en un entorno más mágico que cualquier otro imaginable – recuerden: sobre la superficie de un planeta situado en un universo casi desconocido y que no tiene conciencia de sí mismo – y a nuestra indescifrable y desazonadora complejidad interior, esto es, a las dos dimensiones que, queramos o no, nos exceden cuando pretendemos encajar en ellas nuestro pequeño mundo personal.

Sí; la magia no es una elaboración de la mente sino una realidad que tiene que ver hasta con nuestro día a día. Surge cuando intentamos conocernos a nosotros mismos y asimilar el misterio que encierra nuestro entorno; cuando pretendemos entender nuestro panorama de incertidumbres e ignorancias. La sublimamos para poder así asumirla e integrarla de alguna forma en la normalidad; por ejemplo, en la lírica poética, en cuyo caso será aquello que transforma unos palabras – en el fondo unos sonidos o unos rasgos gráficos – en imágenes o sensaciones inefables. O adjudicándosela a la música, donde unos simples sonidos nos transportan no se sabe bien a dónde al arrancar a nuestra sensibilidad sensaciones imposibles de alcanzar de otra manera. En todo caso nos hace darnos cuenta de que estamos rodeados de belleza; de que ésta existe y es tan real como cualquier cosa que podamos tocar con nuestras manos. Magia es también lo que transforma simples percepciones en conceptos.

Claro que nada de ello es de extrañar si recordamos simplemente que hay muchas cosas en la vida que existen aunque no las veamos físicamente. Que dos mundos coexisten en nuestra realidad: el de lo visible y el de lo que es invisible a nuestros ojos. Por ejemplo, cuando vemos una multitud circulando por la calle tan sólo percibimos una parte de la realidad presente. Cada uno de los viandantes camina con sus pensamientos dentro y con las imágenes que éstos le provocan, y tanto aquéllos como éstas son tan reales como lo que nos impresiona la retina. En ese instante histórico toda una realidad de imágenes y pensamientos íntimos coexiste con lo que podríamos describir. Cabría imaginar, incluso, que una parte de la realidad invisible da lugar a iniciativas y acciones que se plasmarán de alguna forma e incluso transformarán la vida de personas concretas, puesto que todo cuanto hacemos los hombres ha sido antes concebido en forma no visible en un determinado instante.

Por otra parte, si ahora descendemos al terreno de nuestros comportamientos habituales, observaremos que tendemos a relegar la magia a la categoría de la sal del guiso o de la pirueta verbal o conceptual, es decir, a algo muy lejano de lo que es realmente esencial al ser humano: su capacidad transformadora de la realidad palpable para arrancar de ella sus esencias. Así la fiesta de los Reyes Magos consistirá para la mayor parte de la gente – y no digamos para los “nuevos bárbaros” – en la ilusión de unos niños y en la repercusión comercial de esa ilusión; no en el trascendental hecho del descubrimiento de que el Creador, que nos dotó de inteligencia en el contexto general de un universo que no tiene siquiera conciencia de existir, quiso acercarnos a Él y salvarnos de nosotros mismos, proclives como somos a caer en el mal y el egoísmo. Y con la Epifanía quiso dejar claro que su salvación no se destina a un restringido grupo de elegidos sino que nos alcanza a todos.

Esta ceguera nuestra, que no quiere ver que ese salto desde la realidad palpable en busca de la verdadera realidad, está en el origen de nuestra confusión actual y quizá también en la de siempre. Por eso hablamos de la Revelación y de que el Verbo vino a los suyos pero los suyos no le recibieron.

Sí, efectivamente, los hombres, en nuestra soberbia, nos resistimos a admitir que hay algo más allá de la física y la química. No nos damos cuenta – Dios mío, ¡qué ceguera! – de que nosotros no creamos nada; que, sorprendentemente, todo estaba ya a nuestra disposición para que lo descubriéramos. Y que quizás el arte puede abrirnos los ojos a la constatación de que en nosotros mismos tenemos ya sin más la magia necesaria para redescubrir y enderezar al mundo. Solo nos falta entender la Epifanía.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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