La fe de los cristianos sirios

Por Javier Pardo de Santayana

( La Hermana María Guadalupe dirige un villancico con niños sirios) (*)

Recibo un video de un amigo. De vez en cuando me llegan, en efecto, colecciones de fotografías o videos emotivos, sorprendentes, tiernos o cómicos, en muchas ocasiones ingeniosos, Lo que pasa es que son tantos que tiendo a enviarlos a la papelera para no cargar en exceso la memoria. En esta ocasión lo dejo estar al leer la recomendación del remitente y fijarme en el título, que hace referencia a la guerra de Siria. Me envía el vídeo un amigo, como dije, y veo que se trata de la charla de una monja, así que la fórmula promete.

La religiosa es una argentina que pasa apenas de los cuarenta años. Entró en el convento a los dieciocho, y al terminar su formación fue destinada a la ciudad de Belén, aquélla que como simple aldea tengo representada a mis espaldas por medio de serrín y musgo, papel de plata, corcho y algunos otros medios de fortuna. Porque cuando escribo estas letras es aún el tiempo santo de la Navidad. Dice la monja que fue enviada allí porque su congregación deseaba tener presencia en sitios como éste. Luego pasó bastantes años en Egipto, donde el trabajo era en extremo agotador; tanto que su salud llegaría a ser preocupante y su madre superiora la haría elegir otro destino más tranquilo. Y ella se decidió por Siria, uno de los pocos países árabes en donde los cristianos son – eran – admitidos con cierta naturalidad. Y así es como ella recaló en Aleppo, una ciudad de gente bien situada, como de clase media y alta procedente del comercio y de la industria: una ciudad con gran vida social.

Puntualiza la conferenciante que cuando empezó la guerra, hace ya bastante más de cuatro años, nadie pensó que los terroristas llegarían tan al norte. Pero un mal día empezaron a oírse cañonazos, y pronto la ciudad acabaría aislada del mundo exterior, sin posibilidad de abastecerse y siendo objeto de una amenaza que se les venía encima por todos los costados. Sí; contra lo que ella imaginaba – que las guerras se libraban normalmente en campo abierto entre dos ejércitos rivales – ésta entró dentro sin que ni siquiera las sirenas pudieran avisar de los ataques.

Entonces fue cuando sus superiores preguntaron a la frágil monja si no querría salir de aquel infierno en el que las granadas de mortero y los cohetes caían diariamente sobre sus cabezas reduciendo a escombros los orgullosos edificios que hasta entonces habían dado rango de gran urbe a la ciudad. La pidieron incluso que consultara a sus padres la respuesta. Y estos dijeron lo que ella ya tenía decidido: que no era cosa de salir de allí cuando era más necesitada su presencia.

El pormenorizado y muchas veces estremecedor relato de los bombardeos a los barrios cristianos – ahora objetivo preferente de los terroristas del mal llamado “Estado Islámico” – refleja el permanente peligro de muerte en que se encuentran los cristianos sirios y la admirable fuerza de su fe. Se ve que viven como si fueran a morir al día siguiente, mas que no dudan de que jamás apostatarán; que traicionar a Dios es algo con lo que no cuentan. Y la amenaza, lejos de inducirles a la melancolía o la tristeza, fortalece su ánimo de mártires. Se preparan, sí, para morir, para no fallar en el último momento. Y algunos se sienten tan cerca ya del Cielo que hablan de él como si hablaran de una realidad cercana.

Si; la fe de los cristianos sirios es tan auténtica que la iglesia se les llena a tope tras los bombardeos incluso para acudir a un lugar que acaba de ser objetivo de los terroristas. Y dan por hecho que cuentan con la intervención de la Divina Providencia: así en el caso de aquella joven a la que la monjita sacó de entre el polvo y los escombros con un pedazo de hierro clavado en las espaldas, o en el del joven que, habiéndose convertido, prometió ir a misa diaria ya para el resto de su vida y al ser secuestrado pidió ayuda a la Virgen para, acto seguido, lograr deshacerse de las ataduras de un tirón, y eso que ya lo había intentado sin éxito muchas veces antes. Luego sobreviviría cuando saltó desde un balcón con el secuestrador ya a punto de alcanzarle. O en las dos ocasiones en que la misma monja se libró de la muerte al trasladarse de un piso a otro en el momento justo en que de haber permanecido donde estaba habría caído sin remedio.

La lección del relato de estos hechos – tan espontánea y hábilmente ofrecidos por la monja argentina en una amena charla – es especialmente conmovedora para los españoles, tan exigentes con los demás y tan propicios al lloriqueo y a la queja; tan fácil presa de quienes quieren hacernos claudicar de la fe de nuestros padres y con ello de nuestra historia y de nuestra cultura; tan inclinados a no ver al prójimo como un hermano sino más bien como alguien que estorba y sobre quien podemos volcar ese odio que en el fondo nos tenemos a nosotros mismos. Un odio parecido al que ahora ven a su alrededor los cristianos de Aleppo: el que lleva a los terroristas musulmanes a atar a una mujer a un poste para que sufra los golpes y los escupitajos de quienes por su lado pasan hasta conseguir que abjure de su fe. El que hace que existan madres que hayan visto cómo entierran vivos a sus hijos o cómo crucifican, por seguir a Cristo, a sus maridos. Mas los cristianos sirios no se arredran, como no se arredraron los españoles en los años treinta. ¡Qué lección para nosotros, los españoles de hoy, en nuestra mayoría cristianos educados en los mimos de la decadente Sociedad del Bienestar, cegados por el materialismo y ganados ya para un relativismo que fue impulsado incluso desde el poder político! Cristianos tan sólo de nombre: egoístas, acomodaticios, vulnerables.

La monjita argentina – que concluye ofreciéndonos la voz de unos pequeños niños sirios cantando villancicos como si fueran niños españoles y cantando ella misma a la Virgen en una lengua árabe que en su propia voz nos suena a gloria – nos sonroja al final al revelarnos que los cristianos de la ciudad de Aleppo confían sobre todo en la fuerza que les infunden nuestras oraciones. La idea de que la gran comunidad de los cristianos ora por ellos les hace capaces de blindarse contra la debilidad de una confortable apostasía; de creer incluso en los milagros.

Dije que me sonroja la monjita. Y es verdad, pues ni por asomo veo que la mayoría de los creyentes españoles – conmigo a la cabeza – estemos a la altura de la fe y de la esperanza que estos cristianos sirios nos suponen.

Video: https://vimeo.com/137488314


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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