La irrupción del absurdo

Por Javier Pardo de Santayana

( Acuarela de Rosario Fernández Bernal, de felicitación de Navidades) (*)

Leo un artículo de Ignacio Ruiz Quintano. No sé si ustedes le conocen, pero yo ya escribí aquí un artículo sobre él. Se trata de un columnista brillante, imaginativo, y algo caótico también. Un hombre que, por lo que veo, cultiva la filosofía y tiene una amplia cultura, así que con frecuencia acierta con algo que nos llama la atención. A veces no es tan fácil seguirle, porque salta de una a otra cosa, mas casi siempre nos sorprende con alguna “perla” de tipo surrealista. Perla que en esta ocasión está encerrada en la frase final; una frase que me quedó como bailando en la memoria: “¿El fin de la historia? – Thatcher a Fukuyama – ¡El comienzo del absurdo!”

Recordarán ustedes que tras la Guerra Fría surgieron dos teorías relativas al futuro. Una, la de Huntington, se refería a la conflictividad que podría sustituir a la del antiguo enfrentamiento entre los dos bloques ideológicos y consistiría en un un choque entre las civilizaciones; es decir, algo en cierto modo parecido a lo que vemos ahora. La segunda, o sea la de Fukuyama – “El fin de la Historia” – vendría a suponer que el contundente desprestigio de las teorías totalitarias con el final de la llamada Guerra Fría, y el consiguiente triunfo de la democracia, harían de ésta el gran modelo universal de convivencia. Así, en efecto, durante cierto tiempo tuvimos la impresión de que hasta los países no demócratas se sentían como incómodos, como necesitados de dar explicaciones. Los principios morales de Occidente, encarnados en las instituciones internacionales, marcarían las líneas que se deberían seguir y propiciarían una situación pacífica. Tendríamos, en suma, una “paz protegida” que no estaría exenta de la proliferación de crisis. Pero éstas podrían ser manejadas por las instituciones internacionales.

Así parecía ser hasta los atentados del 11 de septiembre del año 2001. Entonces despertó un movimiento antioccidental que utilizaría el terrorismo suicida como su principal medio de ataque, rompiendo de raíz las normas y las reglas habituales. Luego vendría el fracaso de las mal llamadas ”primaveras árabes” y el panorama internacional sería un solemne lío de facciones que luchan entre sí, de un quiero y no sé cómo, de enemigos enfrentados en ciertos aspectos pero unidos en otros, de dudas en cuanto a cómo coger el toro por los cuernos y de vacilaciones a la hora de actuar; de amigos y enemigos imposibles: de una situación rayana casi en el absurdo, con un Reino Unido que se plantea abandonar la Unión, de una Rusia que ocupa Crimea sin que pase nada y que de nuevo se enfrenta a los países de Occidente pero que está dispuesta a combatir junto a éste pese a ser… ¡amiga de su enemigo!; un régimen comunista productor de bienes como la más potente sociedad capitalista, y unos países en los que una mujer no puede coger un volante pero sí vivir en un rascacielos de última tecnología: un país que ha financiado al terrorismo pero también organiza una alianza contra el islamismo radical. Un panorama, en suma, muy cercano al absurdo, donde nada es lo que parece ser. Un panorama en el que nadie juega el papel que en teoría le correspondería jugar.

Y aquí en España qué quieren que les diga. Tras lo que yo he llamado “el decenio de los irresponsables” el absurdo ha perneado todas las instancias nacionales – incluidas desde luego las políticas – y ahora vivimos en un mundo absolutamente absurdo, como en un inmenso Patio de Manipodio y Retablo o País de las Maravillas: sólo nos falta ver aparecer por una esquina al sombrerero loco. Ahí tienen ustedes a los indignados masturbándose el cerebro en un rincón oscuro de una universidad desprestigiada y saliendo a los medios para sorprender a los incautos, pretendiendo crear una “nueva política” para una nueva “casta” de aspecto ya casposo antes de la inauguración . Y la proliferación de los listillos, de los liantes, de los tontos útiles y de los tuiteros y comparsas de la cofradía de “La Malababa». Todo esto mezclado con unas gotas de buenísmo para dejar pasar el trago de mugre moral y material con la que a algunos se les ve encantados aunque no sepan bien adonde van.

Naturalmente, este desbarajuste intelectual coincide con un descenso brutal de la influencia de las personas razonables y verdaderamente cultas, escondidas por lo que ve en algún lugar de España si no huidas a otras latitudes y presas del delirio mientras los valores se ponen a la venta en los mercadillos y a precios de saldo. Allí podrá usted elegir los que más le convengan si es que no los suprimió ya desde el inicio tomando el absurdo como cosa normal y saludable. Pues el clamor que debiera haber surgido en reclamación del buen sentido fue desde el primer momento acallado por cadenas de TV pertenecientes a empresas extranjeras a las que España trae al pairo: las que dieron cauce a los “juegos de tronos” y llevaron el tono y los colores de la deleznable prensa rosa a la política. Por lo cual hoy muchos españoles que, infantilizados por las pantallas a través de las que vemos una realidad virtual que hoy establece cómo hay que pensar y hacer, lo que está o no está de moda y hasta a quién hay que votar, perdieron ya hasta el sentido más común junto con la visión y la experiencia histórica.

Ahora se pone en solfa todo lo que de bueno hicimos en estos veinte siglos y tan sólo nos lamentamos de lo malo o no tan bueno, pero sin dar más alternativas que ciertas teorías y prácticas ya desacreditadas. De ahí que la frase de Ignacio Ruiz Quintano me parezca bastante atinada: en efecto, puesto que, a falta de una respuesta inteligente, el absurdo parece ser hoy ya la alternativa. Sí; el absurdo ha venido a sustituir, al menos en España, a aquel acuerdo en el convencimiento democrático cuyos valores y principios se subastan ya en los mercadillos. Lo que se ha impuesto no es, como sería deseable, el acuerdo universal sobre la democracia – que esto implicaba una visión de cierta altura y la toma de conciencia de un momento histórico concreto que nos haría reflexionar sobre el futuro – sino la más simple y descarnada inmersión en el absurdo como desesperada solución a la impotencia. Y como es normal y lógico, para que sea utilizado como caldo de cultivo para las ambiciones más mezquinas, como ocasión para medrar aunque no se ofrezca nada, y como un medio en el que todo es ya posible. Como un tablero para juegos mediáticos.

Claro que el absurdo proviene de la ignorancia; de que, efectivamente, de lo que fue el pasado no se sacaron las lecciones convenientes. En cuanto al ámbito internacional, tras la reacción antinorteamericana a la guerra de Irak y después del fracaso de las “primaveras árabes”, las luchas internas en el mundo musulmán y las mutaciones experimentadas por el terrorismo en su versión suicida, la desintegración de Siria, el surgir de los movimientos islamistas y de unas nuevas potencias emergentes, el desplazamiento del centro neurálgico al Pacífico, la pérdida de autoridad de Norteamérica y tantas otras cosas, se ha acabado por armar un lío inmenso.

Mientras, aquí, en España, donde se ha producido un gran fracaso educativo propiciado por la parcelación territorial, la historia ha venido siendo utilizada para fomentar la desunión. Las pequeñas particularidades regionales y locales han sido puestas en valor a costa de caer en la ignorancia más supina, y la tergiversación de la verdad en beneficio de la ambiciones del separatismo más castizo – junto con la marginación de la memoria de las impresionantes gestas españolas – ha derivado en una pobre y penosa visión de nuestra propia patria, que no otra cosa es nuestro patrimonio cultural. Se ha producido, y esto es evidente, la pérdida del más elemental sentido histórico, y el resultado es un desbarajuste salpicado de anécdotas chuscas y situaciones imposibles, y de la impresión de que somos incapaces de gobernarnos razonablemente, Todo esto bajo un surrealista friso de personajes moralmente indeseables; un atajo de correveidiles y listillos que quieren aprovechar esta hora de la confusión en la que todo vale para mover el rabo y hacer aquí su agosto.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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