Una mujer excepcional

Por Javier Pardo de Santayana

( Ana María Vidal-Abarca en una conferencia)

Acudo invitado a un acto organizado por la fundación Villacisneros, cuyo laudable objetivo es el de promover los principios y valores que emanan de la dignidad de la persona y constituyen la esencia de la civilización occidental; de ahí su especial atención hacia las víctimas del terrorismo y su interés activo en la Historia de España y en nuestro patrimonio cultural y artístico. El acontecimiento tiene lugar en la Casa de América, con la que hace tiempo mantuve estrecha relación y que ahora dirige el anterior embajador en Mozambique, conocido de mis estancias en Maputo. Se trata de la entrega de un premio significativo a una mujer excepcional.

La ocasión tiene una protagonista que por muy poco no ha llegado a recibir su distinción personalmente. Hace sólo escasos meses que murió; así que el premio, obra del escultor Víctor Ochoa, será entregado a sus cuatro hijas. Hablo de Ana María Vidal-Abarca, hermana de una cuñada mía cuyo marido, oficial de Caballería, fue asesinado por el terrorismo etarra cuando mandaba el Cuerpo de Miñones de Álava.

Era temprano, de mañana, cuando unos desalmados mataron a Jesús Velasco y dejaron a una esposa viuda y a cuatro niñas huérfanas. Yo me enteré enseguida y salí raudo hacia Vitoria para asistir allí al entierro. Como por entonces los sepelios solían ocultarse con temor cobarde, no resultaría fácil conseguir que el féretro hiciera el recorrido a hombros de sus compañeros de armas, pero mi hermano se plantaría antes las autoridades sin dar lugar a alternativa alguna. Recuerdo la tensión en el ambiente y, detrás de lo visillos, miradas huidizas. El miedo y la tristeza dominaban, efectivamente, aquella tarde miserable y gris. Luego se nos heló la sangre cuando la viuda se irguió sobre la tumba y lanzó un escalofriante “¡Viva España!”.

Yo había captado la mirada de una de las niñas huérfanas en el solitario recibidor de la casa vitoriana cuando su madre recibía el pésame de los amigos y de algunos personajes importantes. Y pude ver con qué fervor tomaba ella en sus manos la boina roja de su padre, a quien había visto morir en directo cuando llevaba a las niñas al colegio.

Pero Ana no se limitó a a dar aquel grito impresionante ante el cadáver, sino que se puso manos a la obra: con sus cuarenta y un años y su familia destrozada decidió fundar la Asociación de Víctimas del Terrorismo. Y lo hizo serenamente, como una gran señora; sin reclamar venganza; exigiendo tan sólo justicia y dignidad. Contra viento y marea, en un ambiente bien poco favorable, porque la zarpa terrorista había dejado su huella en una sociedad confusa y timorata. “Algo habrá hecho” decían algunos para maquillar su cobardía.

Pueden ustedes imaginar nuestra emoción cuando se oyó la firme y ponderada voz de la viuda de Gregorio Ordóñez describiendo aquellos días de plomo y de vergüenza de los que algunos quieren hacer ahora un vil relato a la medida de sus pretensiones. O después de escuchar las palabras de la cofundadora de la AVT, Sonsoles Álvarez de Toledo, cuyo marido murió en el incendio del Corona de Aragón. O tras la intervención de la animosa presidenta actual. O cuando resonaron las fuertes y atinadas voces de María San Gil, Rocío Gómez-Pineda y Esperanza Aguirre, miembros del Patronato. Y la de Íñigo Gómez-Pineda, Presidente de la Fundación. Entre unas y otras intervenciones se intercalaba una sugerente música de fondo o se proyectaban cortes cinematográficos a cargo de personas señaladas con cuyos comentarios se iba perfilando la personalidad de la homenajeada; sobre todo, su profunda dimensión humana. Así hasta, tras un conmovedor retrato de la abuela a cargo de sus nietos, terminar con la emotiva presencia de Ana – la hija mayor, luchadora y sencilla como fue su madre – que no dejó de recordar que más de trescientos asesinatos, incluido el de su padre, están aún por ser resueltos.

Amor a España, ideas claras y limpias iluminadas por la fe, un tesón inasequible al desaliento, sencillez en la virtud y sentido del humor y la amistad: he aquí el retrato de una joven madre que amaba profundamente a su marido y a la que dejaron viuda unos desalmados cuyos simpatizantes pisan hoy moqueta.

Sí, efectivamente, aquella joven que conocí en Vitoria y que pretendía vivir una vida de familia sin entrar en más complicaciones, acabó siendo un ejemplo de voluntad y patriotismo. Como alguien dijo en el acto de la Fundación Villacisneros, Ana se convirtió, sin pretenderlo, en personaje ya de nuestra Historia.

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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