Quién te ha visto y quién te ve

Por Javier Pardo de Santayana

( Viñeta de Puebla en ABC el pasado día 17) (*)

Desprestigio es la pérdida de credibilidad que se produce cuando alguien se manifiesta radicalmente sobre algo y luego se la envaina como si tal cosa, y perdónenme por la expresión. En política, ámbito en el que se suele ser duramente implacable a la hora de calificar al adversario, esto debe ser sin embargo de tal modo frecuente que quienes así se comportan han acabado por desarrollar una caradura que merece premio Guinness. Y lo peor es que suelen aducir razones increíbles para desdecirse. A veces incluso reconocen meteduras de pata clamorosas calificándolas de “error” como si la burrada no fuera un fiel reflejo del pensamiento de quien la parió y no fuera evidente que si el “errado” retiró lo dicho fue simplemente porque lo que dijo no le reportaba beneficio.

Escribo esto tras una larga noche escuchando las noticias del espantoso atentado de París. Como es de suponer, los tertulianos se muestran conmovidos por el dolor e indignados contra los autores de la carnicería; una exhibición más del total desprecio por la vida de quienes pretenden amargar nuestra existencia y retrotraernos a los tiempos de la Guerra Santa del Islam desafiando los principios esenciales de una medianamente humana convivencia. También observo en ellos un gran nivel de indignación. “¡Esto es una declaración de guerra!” exclaman al unísono. “¡Habrá que ir a por ellos donde quiera que estén esos malvados!”

No importa el color político del pensamiento de quienes intervienen; quienes dirían una vez más aquello de que no hay que demonizar al pobre Islam intervienen como suelen para dejar constancia de una actitud que case bien con el ambiente, que es, en efecto, de gran indignación y de exigencia de una mayor decisión y fortaleza por parte de Occidente. “Hay que ir allá y enfrentarse militarmente a ellos” se oye decir sin que nadie se oponga a tal requerimiento. Se diría que algo ha hecho cambiar la posición política de más de uno de los tertulianos.

Entonces yo recuerdo cómo el jefe del partido en que milita alguno de ellos y que aspira a futuro presidente del gobierno llegó a decir no ha mucho que se estaba pensando el suprimir nada menos que el Ministerio de Defensa. Y, sin embargo, observo que “su portavoz” en la tertulia mantiene el gesto con la impavidez de un Buster Keaton. Tendría que desear desaparecer; pensar por sus adentros “tierra, trágame”, pero ninguno de los contertulios se lanza a su yugular. Fíjense ustedes, con lo hábiles y penetrantes que son habitualmente, ahora – supongo que por simple caridad cristiana – se callan como muertos.

Luego los corresponsales en París y demás periodistas que siguen el acontecimiento nos resaltan la reacción de la “ciudadanía” gala, admirable por su gallardía. En efecto, todos los franceses hacen piña con su gobierno ante la amenaza de los asesinos que osaron desafiar a la República. Pero resulta que – oh milagro – en el estudio de televisión, aquí en España, quienes tan fácilmente se tragaron la idea de la supresión del ministerio aplauden ahora con toda razón el patriotismo y la admirable firmeza de nuestros vecinos. Tan admirable, señores míos, que se da de tortas con nuestro propio caso, pues cuando pasamos por un trance semejante – y de un grado incluso superior por el número de víctimas – se produjo la enorme diferencia de que la tragedia, lejos de ser motivo de unión entre nosotros, sería aprovechada para cerrar contra nuestro gobierno como supuesto responsable. Oiríamos, sí, el grito de “¡asesinos!”, mas no en contra de los autores de las muertes sino para insultar a nuestros gobernantes. Y, para mayor vergüenza se vulneraría la jornada de reflexión prevista y se acosarían las sedes del partido en el gobierno, con lo que el resultado sería un gran vuelco político a mayor gloria de quienes urdieron la matanza. O sea, exactamente lo contrario a lo que ahora se aplaude con tanto entusiasmo simplemente porque ha pasado en Francia.

Finalmente la televisión nos mostraría a los franceses rompiendo a entonar “La Marsellesa», y un ramalazo de emoción se haría patente entre los tertulianos. La voz de quienes el año 2004 culparon al gobierno con el truco ensayado en tiempos del “Prestige”, se uniría ahora, entusiasmada, a la alabanza unánime al gran pueblo francés sin acordarse por lo visto de que – a diferencia de nuestros vecinos – aquí llegamos a saludar al himno nacional a golpe de silbidos, y eso que la “Marcha de Granaderos” no tiene letra oficial.

Recuerdo que en una conferencia mía un universitario me mostró su sorpresa porque no se hubiera suprimido el himno legionario. Por lo que se ve, el oírlo le causaba escándalo. Y yo le contesté que “El novio de la muerte” no hablaba de matar sino de morir en defensa de la Patria y por consiguiente de los españoles, lo que requiere una admirable generosidad. Virtud que, por lo que se ve, no todos tienen y menos la practican. Y pregunté que qué le parecía, por ejemplo, el himno nacional de Francia, pues de haber sido el nuestro “La Marsellesa” estaría de seguro prohibida.

Se la recuerdo a ustedes:

Allons, enfants de la Patrie, le jour de gloire est arrivé!
Contre nous, de la tyrannie l´étendard sanglant est levé.
Entendez vous, dans les campagnes mugir ces féroces soldats?
Ils viennent jusque dans nos bras égorger nos fils et nos compagnes!
Aux armes, citoyens! Formez vos bataillons!
Marchons, marchons, ¡Qu´un sang impur abreuve nos sillons!

( ¡En marcha, hijos de la Patria, ha llegado el día de la gloria!
Contra nosotros se ha alzado el sangrante estandarte de la tiranía.
¿Oís en los campos el bramido de estos feroces soldados?
Vienen hasta nuestros brazos para degollar a nuestros hijos y nuestras compañeras.

¡A las armas, ciudadanos, formad vuestros batallones!
Marchemos, marchemos, ¡Que una sangre impura empape nuestros surcos! )

La Patria, la gloria, el bramido de nuestros enemigos, una sangre impura empapando la tierra, y los soldados formando batallones… ¡Pero si esto es la apoteosis de la incorrección política!


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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