Por Carlos de Bustamante
( La Legua. Acuarela de J.M. Arévalo) (*)
Como Myriam siguió con Juan y los once (Judas, el traidor, no acudió a Ella y, desesperado, se ahorcó), volví a mis golpes en la lata de escabeche, para espantar grajos y tordos que volvieron al majuelo. Los muy granujas, o se habían acostumbrado a ruido tan desagradable, o a fuerza de escucharlo les sonaban a músicas celestiales de címbalos resonantes. ¡A ver…! Además, no di ni golpe, porque me quedé profundamente dormido. Sueño ahora apacible. Profundo. Como un tronco… negro y etíope. Pero tranquilo. Les apuesto a que no durará mucho. Veremos.
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