El relativismo en arte. 3. Diez pinturas canónicas de la National Gallery

Por José María Arévalo

( Velázquez, “La Venus del espejo”, 1647-1651 ) (*)

Después de comentar que siempre consideró que el primer gran canon o listado de las mejores obras del Museo del Prado se encuentra en un libro popular, escrito en 1922 por el Académico de la Lengua y de Bellas Artes de San Fernando, Eugenio D’Ors, titulado “Tres horas en el Museo de El Prado” – “un libro escrito para aprender, disfrutar y amar las grandes obras de pintura que alberga nuestro museo nacional”-, como recogimos en el artículo anterior, segundo que dedicamos a la conferencia que impartió el pasado 8 de octubre, en la Casa de Cervantes, don Javier López de Uribe y Laya, académico de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción, como lección inaugural en la solemne apertura del Curso Académico 2015-2016, y que estamos reseñando, pasó a desarrollar el conferenciante su propuesta de “Diez pinturas canónicas de la National Gallery de Londres”.

“Sin pretender competir con el gran Eugenio D’Ors, me gustaría poner a prueba todo lo que antes he mencionado a partir de la selección de las obras más canónicas de un Museo dedicado a la pintura. He elegido The National Gallery de Londres por varios motivos. El primero por haber tenido la inmensa fortuna de recorrer sus salas en varias ocasiones en el pasado mes de agosto. En segundo lugar por ser un museo dedicado exclusivamente a la pintura occidental (la ciudad ya cuenta para otras manifestaciones artísticas con el British Museum, el Victoria & Albert y la Tate Gallery). Y por último, por no tener su origen en una colección real, sino en la compra en 1824, por parte del gobierno británico, de 38 pinturas a los herederos del coleccionista y hombre de negocios John Julius Angerstein.

A partir de esta inicial colección –con obras de Rafael, Tiziano, Correggio, Sebastiano del Piombo, Velázquez, Rembrandt y Hogarth–, los sucesivos directores del Museo fueron ampliando la pinacoteca mediante donaciones privadas y juiciosas adquisiciones orientadas a completar sus fondos con obras de las distintas escuelas nacionales y de sus pintores más renombrados. De ahí que la colección de la National Gallery, sin ser excesivamente numerosa, contenga una muestra de la mejor pintura europea desde Giotto hasta finales del XIX.

Habida cuenta que la National Gallery se formó con el deseo de tener una completa representación del canon europeo de pintura, pienso que sería de interés ofrecer ante ustedes una selección de las diez pinturas que formarían parte de mi canon particular. Sería pues mi “Top Ten” de la National Gallery. Elaborar un “Top Ten” de la pintura tiene cierta complejidad, ya que por una parte tenemos los artistas y por otra los cuadros. Me explico. Hay pinturas maravillosas en la National Gallery que no pueden incluirse en el listado de las diez mejores, porque su autor carece de relevancia para estar en pie de igualdad con los grandes artistas de todos los tiempos. Por ejemplo, el retrato de Mr. and Mrs. Andrews de Thomas Gainsborough es realmente apreciable, pero Gainsborough es un pintor de segunda división –por utilizar un símil deportivo–, aunque sea uno de los mejores pintores ingleses. Lo mismo sucede con una pintura entrañable y de gran belleza, “An experiment on a bird in the air pump” (Experimento con un pájaro en una bomba de vacío) de Joseph Wright of Derby, que se expone actualmente en la Tate Britain.

Por lo tanto para elaborar ese “Top Ten” es necesario tener en cuenta dos coordenadas: la calidad de la obra y la relevancia del artista. No podemos dejar fuera de ese canon a Rafael, por ejemplo, salvo que las obras del artista no tuvieran una calidad notable. Es lo que sucede con Miguel Ángel, cuyas obras de la National Gallery no son muy significativas, por lo que no le puedo otorgar un puesto en mi listado.

Mi listado de los diez grandes pintores de la National Gallery estaría compuesto por: Jan van Eyck, Giovanni Bellini, Leonardo da Vinci, Rafael, Tiziano, Hans Holbein, Caravaggio, Velázquez, Rembrandt y Goya. Como es natural he tenido que dar muchas vueltas y revueltas para alcanzar esta conclusión, pues resulta doloroso dejar fuera a Botticelli, Rubens, Vermeer y Van Gogh. Aunque me sirve de justificación el hecho de que la mejor obra de estos artistas se encuentra en otros museos, como los Uffizzi (en el caso de Botticelli), el Louvre ( en el de Rubens), el Rijksmuseum (en el de Vermeer), o el Museo Van Gogh de Amsterdam.

Los cinco grandes

Todo canon exige de quien lo realiza ordenar las obras según su mayor o menor grado de excelencia, lo que resulta realmente comprometido y lógicamente muy opinable. Pero creo que no habría mucha discusión si afirmo que la mejor joya de la National Gallery es la Venus del espejo, una obra maestra de toda la pintura europea del siglo XVII (Antonio DOMÍNGUEZ ORTIZ et. alt., “Velázquez”, Ministerio de Cultura y Museo del Prado, Madrid 1990, p. 368). Ya su colocación en una sala situada en el eje central, desde la entrada principal del Museo, rodeada de grandes pinturas de la escuela española –El Greco, Zurbarán, Murillo, Ribera–, le otorga una gran preeminencia.

Como es sabido La Venus del espejo (pintada entre 1647 y 1651) es el único desnudo de Velázquez, y tiene el atrevimiento de dar la espalda al observador. Recurso doblemente ingenioso, pues nuestro pintor evita tener que representar el rostro de la diosa más bella del Olimpo –tarea del todo imposible–, y le permite jugar con la imagen dentro de la imagen, al reflejar sus facciones en un espejo. Facciones que voluntariamente deja borrosas, obligando al observador a implicarse en la tarea de poner de su parte para imaginar la belleza de la diosa. Todo español que contempla este cuadro en la National Gallery no puede dejar de lamentar que el nefasto Manuel Godoy, tras adquirirlo del Duque de Alba, lo vendiese a un inglés en fecha posterior a 1808; aunque también es verdad que por estar en Londres el genio de Velázquez se hace más universal al ser contemplado por millones de personas cada año.

( Leonardo da Vinci, “Virgen de las rocas”, 1495-1508 ) (*)

Le otorgaría el segundo puesto a La Virgen de las rocas (1495-1508) de Leonardo da Vinci, por ser el pintor más célebre de toda la historia de la pintura. Le resta algo de valor saber que el Louvre conserva una versión anterior de la década de los ochenta.

( Leonardo da Vinci, “Santa Ana, la Virgen y el Niño”, 1500 ) (*)

Por ello, sin obviar la anterior pintura, pienso que la obra más valiosa y original salida de la mano de Leonardo que se expone en el Museo es el famoso Cartón de Santa Ana, la Virgen y el Niño, realizado en torno a 1500. El enorme cartón, con figuras de tamaño natural, nos permite contemplar la habilidad de Leonardo con el dibujo, su maestría en reflejar la ternura del rostro de la Madonna por medio del “sfumato”, y su afán por lograr nuevas y originales composiciones.

( Rafael, “Julio II”, 1511) (*)

La tercera posición en este ranking la debe ocupar Rafael y su retrato del Papa Julio II (1511), que según escribe Giorgio Vasari en sus “Vidas”, una vez colgado en la iglesia de Santa María del Popolo causó estupor a todos los que lo contemplaban, al pensar que se encontraban delante del mismo Pontífice. El retrato de Rafael haría fortuna, inaugurando una serie de retratos papales en los que se abandona la postura hierática y frontal para adquirir una pose natural y representada desde un ángulo.

Heredero de esta obra de Rafael sería el retrato del Papa Inocencio X (1650) que Velázquez realizó en Roma en 1650, una pintura que, en el pensar de Gombrich, nadie que visitara Roma debiera dejar de ver en la Galería Doria-Pamphili, aunque pocos turistas lo hacen reclamados por otros intereses de la ciudad eterna.

( Tiziano, “El hombre de la manga acolchada”, 1509 ) (*)

Tiziano, el maestro del color y del retrato, debe ocupar el cuarto lugar. No resulta fácil decidirse entre los veinte cuadros que alberga la National Gallery, pero obligado a elegir me inclinaría por el retrato de “El hombre de la manga acolchada”, pintado en torno a 1509. Quizá lo más llamativo del cuadro sea la postura que adopta el desconocido personaje, confiado en sí mismo, con una aparente negligencia en la postura, que parece evocar las cualidades de todo buen cortesano, tal como las expuso en su día Baldasare Castiglione. La enorme manga parece salirse del plano del lienzo, acentuando así, junto al rostro de tres cuartos y el claroscuro, el efecto de profundidad.

Los retratos de Tiziano, y éste en particular ya que pasó por sus manos, influyeron en Anton van Dyck, el retratista más famoso en la Inglaterra de los primeros Estuardo. Van Dyck supo retratar a los personajes de la corte y de la nobleza, entre ellos al infortunado Carlos I, con una relajada elegancia, gesto que llegaría a convertirse en rasgo distintivo del gentleman inglés hasta nuestros días. Su manera de hacer llegó a crear escuela, influyendo en los retratistas ingleses de los siguientes dos siglos. Y es de notar que la mayor aportación inglesa al arte europeo probablemente sea el arte del retrato.

( Caravaggio,”Los discípulos de Emaús”, 1600 ) (*)

El quinto lugar le corresponde a Caravaggio, y a su cuadro “Los discípulos de Emaús”. Cuando fue pintado en 1600, el artista era considerado el mejor pintor de Roma, tras haber realizado las dos pinturas sobre San Mateo para la iglesia de San Luis de los Franceses. Fiel a su estilo, el pintor evoca con el mayor realismo el instante dramático en que Jesús resucitado se revela a los discípulos al bendecir el pan. Tal parece, por el punto de vista elegido, que pudiéramos estar presenciando la escena por el hueco de una ventana. Además del efecto de la luz y del violento claroscuro –su famoso tenebrismo–, Caravaggio logra una gran profundidad de campo por medio de los difíciles y prodigiosos escorzos de las manos.

Cleofás, el discípulo de la derecha, las abre en gesto de asombro, proyectando una hacia el interior del lienzo y otra hacia el espectador, a la vez que se inclina hacia delante. Jesús, todo serenidad, adelanta su mano derecha con el gesto de bendición mientras que la izquierda queda suspendida en el aire. El otro discípulo, del susto se agarra fuertemente a la silla y parece levantarse, a la vez que el brusco movimiento desgarra su camisa por el codo. Solamente el posadero, ignorante de quién era el principal comensal, no se descubre la cabeza ni muestra asombro alguno. Los observadores de esta pintura se extrañan del rostro imberbe de Jesús, muy distinto al acostumbrado en otras pinturas de Caravaggio y los artistas de su tiempo. Puede deberse a lo que escribe san Lucas en su evangelio, que Jesús se apareció en el camino de Emaús bajo otra apariencia, de tal forma que los discípulos solamente le reconocieron en la bendición y fracción del pan.”

En el próximo artículo completaremos este apartado “Diez pinturas canónicas de la National Gallery”, con la última parte de la conferencia, dedicada a “ Otras cinco obras imprescindibles”, en la que comenta el retrato de “Giovanni Arnolfini y su esposa” de Jan van Eyck, el retrato del “Dux Leonardo Loredan” de Hans Holbein, “Los embajadores” de Giovanni Bellini, el “Autorretrato a la edad de 63 años” de Rembrandt, y “El duque de Wellington” de Goya.

(*) Para ver las fotos que ilustran este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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