Hay que tomarse en serio la inmigración masiva

Por Javier Pardo de Santayana

( Acuarela de Pablo Gallardo Muñoz en acuarelapg.blogspot.com.es) (*)

Ojo con decir algo que, no digo yo que contradiga, sino roce siquiera, algún asunto iluminado por la “corrección política” y convertido así en tema tabú. Ahora cualquier mujer podría quitarse de encima a un hombre enamorado y hundirlo en la miseria simplemente acusándolo de acoso, ya que, sin mediar la menor comprobación, con razón o sin ella, el insistente denunciado será esposado y detenido ya de entrada por las Fuerzas del Orden. Luego ya se verá si el individuo es o no culpable, mas la presunción de inocencia no se verá por parte alguna. Bonita forma de interpretar la democracia…

Traigo esto como ejemplo de los efectos del tratamiento que hoy se da a determinados problemas, no sólo por parte de la justicia, sino sobre todo, por los medios y la clase política. Porque estos mecanismos acaban por afectar al ambiente social y al ciudadano, hoy temeroso de expresar en público sus propios pensamientos y sobre todo de emplear cualquier palabra que ponga sobre aviso a los guardianes de la pureza democrática.

Esto acaba de ocurrir con las palabras de un prelado español. Hablaba el buen señor sobre los emigrantes, asunto de moda como es bien sabido y en el que lo políticamente correcto es mostrar nuestro entusiasmo por una respuesta solidaria sin mencionar siquiera otros problemas que pudieran merecer la consideración del respetable; actitud ésta que como ciudadano sensible ante la adversidad y como cristiano llamado a ejercer la caridad y la misericordia, aplaudo, mas que no es óbice para que estime preciso el abordar también algún que otro problema anexo. A mí, desde luego, se me encendieron algunas alarmas como se le encendieron al ilustre prelado y como se le encenderán, sin duda, a cualquier ser pensante y con una racional preocupación por el futuro. Mas no ha sido éste el caso de los medios, que, ante las consideraciones oídas en boca del prelado se rasgarían las vestiduras y se frotarían las manos, y exclamarían con aire de indignación: ¡Anatema, anatema! ¡He aquí un buen caso para la polémica!

Creo haberles ya referido en este mismo blog cómo hace tiempo, invitado a pronunciar una conferencia cuyo tema yo mismo elegiría, propuse al rector que me instó a ello la posibilidad de hablar precisamente de este tema desde el punto de vista de la seguridad, argumentando que en la experiencia de los europeos destacaban los espectaculares cambios producidos antaño por las grandes migraciones históricas, por lo cual me parecía conveniente abordar este tema con naturalidad y sentido común como es propio del ámbito académico. Indudablemente se trataba de un trabajo aconsejable entre cuyos aspectos la seguridad era uno de los especialmente relevantes. Por ejemplo, los ejércitos pasarían a incluir en sus filas a jóvenes procedentes de esta nueva cantera, pero sobre todo habría que analizar la lealtad de los nuevos españoles hacia el país de acogida, su grado de integración en nuestra sociedad y la influencia que sobre ellos podría ejercer su relación con la patria de origen.

Pues bien, cuando cándidamente expuse al rector esta propuesta, advertí en él una expresión extraña; cómo si titubeara a la hora de decirme lo que realmente pretendía transmitir. Entonces descubrí que lo que quería decirme era, lisa y llanamente, que temía perder las subvenciones, ya que lo único “políticamente correcto” en relación con la inmigración de entonces era, para el Gobierno socialista, referirse a su ley de inmigración y nada más. Vamos, que no querían que se abordara el tema. Y naturalmente esto me pareció impropio de un ámbito académico como en el que yo pensaba intervenir. Por primera vez en mucho tiempo, topaba con una virtual censura a la tan cacareada libertad de expresión.

Pero volvamos a la reacción mediática ante las palabras del prelado español, quien venía a alertarnos simplemente sobre la necesidad de hilar fino a la hora de conceder asilo a cuantos se presentaran en nuestras fronteras. Y se preguntaba qué sería de Europa como consecuencia de una inmigración masiva y de difícil control como la actual.

Nadie podrá poner en duda la generosidad de la Iglesia Católica, que practica esta virtud hasta el extremo a la hora de acoger las oleadas de inmigrantes y de correr peligros graves como consecuencia de guerras y epidemias. Todos vimos cómo se le saltaban las lágrimas al Papa en Lampedusa y oímos su voz clamando ayuda y compasión para los emigrantes. Yo, por mi parte, he visto en directo la actuación de nuestros misioneros en diversas partes de África, así que nadie podrá decirme lo contrario, y menos hoy, Día del Domund, cuando escribo este artículo del blog. Mas lo cortés no quita lo valiente, así que el advertir que una inmigración masiva es algo extraordinariamente serio que merece ser analizado en sus diversas consecuencias me parece no sólo oportuno sino sobre todo imprescindible. Y juzgo infantil e inconsecuente saltar indignado porque alguien presente la necesidad de contemplar este fenómeno en toda su amplitud.

Por eso preguntaría a esos fariseos “indignados” ante las palabras del prelado si no saben que hay un llamado “Estado Islámico” y un “Al Qaeda” que pretenden hasta recuperar Al Andalus. Sí, yo les les preguntaría si no se enteraron en su día de lo del 11 de septiembre en Estados Unidos o de lo del 11 de marzo en la capital de España; si no han oído hablar de los musulmanes españoles de segunda o tercera generación que se enrolan en las filas de quienes pretenden crear un nuevo Emirato. Y si por ventura no les llegó noticia alguna de los atentados en Francia o de la situación de barrios de París donde la policía ni se atreve a entrar. O si son tan cándidos que ni siquiera contemplan la posibilidad de que alguna de esas mentes aproveche la posibilidad que ofrecen las migraciones para hacer alguna de las suyas o forjar con el tiempo una influencia indeseable para los europeos.

Así que no sólo no parece ocioso sino que es absolutamente indispensable el estudiar la forma de preservar la identidad de Europa, hasta ahora vista como un ente vivo cuyas raíces son el pensamiento griego, la organización romana y el espíritu cristiano. Esto sin mencionar la conveniencia de analizar también la incidencia de estas migraciones en lo que se refiere a puestos de trabajo, educación, seguridad, legislación, costumbres, capacidad de alojamiento y tantas y tantas otras cosas más. ¿O es que creen que todo esto carece de importancia?

Por lo cual, sin tomárnoslo a la tremenda pero sí con la debida disciplina intelectual, me parece acertado el advertir sobre la necesidad de que, sin regatear nuestra tarea de acogida generosa como país civilizado y de raíz cristiana – que las dos cosas son compatibles y a estas alturas no puede existir duda sobre el esfuerzo solidario de la Iglesia – se inicie cuanto antes el serio análisis de una cuestión que, como ésta, nos atañe y que, sin perjuicio de su exigencia de solidaridad, debe enfocarse también con visión de futuro.

PS: En cuanto a lo de la “invasión” – palabra utilizada por nuestro prelado – eso es cogérsela con papel de fumar, y ustedes perdonen la licencia, porque en el lenguaje de la calle así definimos con frecuencia la irrupción de un grupo numeroso de personas. Por ejemplo, al referirnos a una llegada masiva de turistas.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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