Ceguera histórica

Por Javier Pardo de Santayana

( Viñeta de Puebla en La Razón el pasado día 26 de septiembre) (*)

“No tiene perdón de Dios”, nos dirían aquellos castellanos viejos. Y es que, cuando teníamos casi todo para ser felices, o por lo menos más felices que nunca, mire usted como andamos: insatisfechos – incluso indignados – y ganados por el pesimismo. Enfadados, si, contra todo cuanto ocurre. Porque, aun siendo totalmente cierto que el empleo es escaso – que de ese problema nadie puede decir que yo esté exento – hay recursos sociales para parar el golpe y para reponerse, y afortunadamente, están ahí además las familias españolas, que, aunque maltratadas por ciertas ideologías decadentes, salen generosamente al paso de muchos de nuestros problemas.

Dirán ustedes que a qué cuento digo yo que deberíamos sentirnos más felices que nunca. Pues se lo explicaré. Desde luego está claro que para ello la salud es esencial, y en eso tendremos que reconocer que jamás en la historia estuvimos como ahora, cuando, gracias a sus esfuerzos, el hombre ha encontrado ya prácticamente un remedio eficaz a cada mal posible, y en el que la cirugía ha alcanzado niveles asombrosos. Con el importante añadido de que, además, todo nos sale gratis en la práctica. Sólo reflexionar sobre cómo se pudo llegar a dominar la transmisión de los conocimientos médicos de generación en generación y cómo funciona la cadena de la investigación, fabricación y puesta a disposición de los medicamentos y servicios, hace pensar en una especie de milagro. Tenemos, en efecto, que admitir, que en este fundamental aspecto del bienestar básico no hay comparación posible entre nuestros niveles y los que en su día tuvieron nuestros padres.

Cualquiera de nosotros podría evocar en su memoria las varias veces que habría estado en trance de morir de haber nacido sólo una generación antes. Pero el hombre de hoy, cada vez más ignorante de lo esencial, se ha infantilizado hasta tal punto que ha llegado a perder la perspectiva histórica, así que actúa como si hubiera nacido con la mesa y las viandas dispuestas para su personal servicio; es decir, como si, aun sin haber hecho nada para merecerlo, tuviera que exigir la perfección. Y ahí tenemos a los de las camisetas dando la vara cada día y quejándose como si ellos hubieran sido los artífices de una vida confeccionada en un laboratorio.

En cuanto al hambre, ésta ha sido prácticamente eliminada de nuestro panorama salvo si por “hambre” entendamos la “malnutrición” consecuencia de una mala dieta, que en esto hilamos cada vez más fino. Fíjense ustedes por dónde estamos ya: con programas de televisión que rizan el rizo y con los cocineros españoles rozando las cumbres de la excelencia culinaria. Y con los supermercados atiborrados a todas horas de gente en su mayor parte obesa adquiriendo productos de todas clases y, desde luego, no tan sólo esenciales.

¿Pues qué decir de la capacidad de información y de comunicación de que disfrutamos incluso en los niveles familiares? Hoy podemos relacionarnos directamente con cualquier persona y con cualquier lugar del mundo de forma inmediata y automática desde cualquier lugar y situación, es decir, sin mediar ataduras. Hasta los niños pueden hacerlo cualquiera que sea la distancia y sin que esto suponga excesivo dispendio. Por otra parte estamos en disposición de conocer cualquier cosa que ocurra en cualquier lugar de este planeta y aun más allá, y nos enteraremos de ella en tiempo real, o sea en el mismo momento en que sucede. Nuestros mayores no podrían creerse hasta qué punto ha cambiado, en sólo una generación, esta capacidad fundamental para la relación humana y el buen funcionamiento de cualquier sistema. Nunca imaginaríamos el cambio experimentado en nuestros días en cuanto a la ampliación de nuestros horizontes y nuestra sensación de libertad, garantizada ésta por un modelo de convivencia que Occidente extendió por el mundo como un paradigma de paz y de progreso. Y en nuestra misma Europa, donde, habiéndonos acostumbrado al desasosiego y el dolor de unas guerras continuas que llegaron a alcanzar la categoría de “mundiales”, construimos un espacio de tranquilidad y buen sentido superando los peligros impuestos por ciertas ideologías de laboratorio. Hasta llegamos a desarrollar una “sociedad del bienestar” que aún subsiste pese a los duros embates de una crisis no extraña habida cuenta de la entidad y rapidez de unos avances tecnológicos que hacen casi imposible controlar la adaptación sin traumas de las sociedades avanzadas.

Añadiré que, para aquellos que consideran prioritario el aspecto más “lúdico” del ser humano, ahí está también la posibilidad de acceder desde la tranquilidad del propio hogar a todo cuanto pudiera apetecerse. A nadie faltarán los espectáculos, reportajes, juegos, deportes y cualesquiera otros espacios de entretenimiento incluidos los de carácter cultural, que podrá ver y seguir en toda su intensidad y belleza a cualquier hora del día o de la noche. Actividades virtuales de todos los tipos estarán a su alcance, y podrá grabar y archivar cuanto realiza o encontrarlos de forma instantánea los datos que precisa; todo ello con la calidad de un profesional en la materia. Imaginen cómo se amplia el horizonte de la gente desvalida y lo que esto supone para su felicidad, como también para la de cualquier otro que disfrute desarrollando su propia habilidad. Y la posibilidad de viajar y conocer el mundo como nunca se hizo.

Sí. Nuestro mundo ha cambiado para bien en muchísimas cosas, y nosotros podemos aprovechar esta explosión de posibilidades. Por ejemplo, aplicando una justicia más perfecta y más rápida. Hoy asistimos a la eliminación de cualquier corrupción o corruptela que enturbie nuestra sociedad; que en esto ya no se libra casi nadie por muy alto que esté en el “ranking”. Razón para alegrarnos más que para la indignación: en efecto, el mal ya estaba ahí en mayor o menor grado desde siempre, y si aumentó hasta hacerse difícilmente controlable en sus aspectos éticos, fue por ser el fruto espurio de una situación de desarrollo exponencial en la que el dinero público era más que abundante.

Así que a lo que voy: a que teniendo esta mayor seguridad y libertad individual y colectiva, viviendo como vivimos una realidad incomparablemente mejor que la de todas las generaciones anteriores, y siendo conscientes de que sufrimos una crisis en cierta medida comprensible a poca perspectiva que se tenga de la Historia; sabiendo como se sabe que estamos amparados por un sistema que tiene demostrada su eficacia, y siendo conscientes de haber desmontado el maleficio que nos persiguió de siempre y que hizo de esta Europa nuestra un campo de batalla; siendo hoy nuestro continente un lugar seguro y confortable, respetuoso como nunca con nuestra libertad, no parece normal y lógico andar como andamos queriendo desmontar aquello que nos permitió llegar a una situación de convivencia única en la Historia. Y comparativamente con los ciudadanos de otras partes tampoco debemos andar tan mal como parece; la prueba es que familias de otros continentes se desgañitan y se juegan la vida por venir a disfrutar de lo que nosotros nos quejamos. Digo yo que por algo será que nos eligen y hasta se juegan la vida para conseguirlo.

Sólo la ceguera de algunos, fruto de una civilización que se mira al ombligo torpemente, no sale de las teclas y de las pantallas de la televisión y hace caso omiso de las lecciones de la Historia, puede, no digo ya justificar, sino incluso explicar esta actitud que hoy tiñe de pesimismo y de una indignación fingida nuestro desconcertante entorno. ¡Ay, si las generaciones anteriores levantaran un día la cabeza! Dirían: …¡pero qué querrán estos estúpidos! Y pondrían tibia a la ESO, a nuestras universidades públicas, y no digamos a algunos de nuestros políticos.

Pues bien está la insatisfacción que impulsa a mejorar las cosas, pero no a costa de enredar, poner todo patas arriba, y así amargarnos la vida inútilmente.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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