Dando forma al mundo

Por Javier Pardo de Santayana

( Carlos V lanceando un toro en la plaza de Valladolid.1816. Aguafuerte de Francisco de Goya y Lucientes. Pintura.aut.org. 25,4 x 35,6) (*)

Adivina adivinanza: díganme qué es algo que no existe y, sin embargo, se mide. Pues la solución es, sencillamente, el tiempo, ya que no existen ni el pasado ni el futuro, y, en realidad, tampoco el presente, ya que el futuro pasa instantáneamente a ser pasado.

Yo he tenido la ocasión de convivir con alguien cuya vida sobrepasó ligeramente los cien años, y ahora lo científicos anuncian que esa duración de vida se irá haciendo más y más corriente entre los hombres. Así que este parece ser un buen momento para caer en la cuenta de que encadenando tan sólo veinte vidas nos podemos poner en la distancia que nos separa del comienzo de la era cristiana. ¡Y mira que han sucedido cosas desde entonces! Ls caída del imperio romano, las invasiones bárbaras, la ocupación musulmana, cambios de dinastías, guerras a granel – dos mundiales entre ellas – y los grandes descubrimientos geográficos que llegaron a alcanzar la luna y aún siguen ampliando su osadía. Pero antes de llegar a pisar nuestro satélite hubo que conocer los límites de este nuestro planeta. Hubo sí, que redondear el mundo.

Esto ocurrió hace casi ya quinientos años. Muchos, desde luego, pero no tantos si consideramos que son sólo cinco veces la vida de un hombre longevo. Y de ello trata una tercera de ABC con la firma de una académica; naturalmente, de la Historia. “Cuando el tiempo era nuestro” se titula, y hace ver la epopeya de Juan Sebastián de Elcano. De la cual yo desconocía, por ejemplo, que en la tripulación de las cinco embarcaciones había algunos extranjeros. Eran los tiempos del emperador Carlos Primero, nieto de nuestros reyes más católicos, es decir, cuando España era ya un imperio, así que la noticia del descubrimiento del continente americano había corrido ya por toda Europa y suscitado tanta curiosidad y tanto interés como para movilizar bastantes espíritus inquietos.

“Siempre hacia poniente” podría ser el título de la asombrosa historia. Porque nunca nadie pensó en volverse atrás, ni siquiera cuando el viaje se alargaba y alargaba y parecía no tener ya término. Hay que imaginar aquel descenso a lo largo de la costa americana en busca de un paso que nunca llegaba, y la proeza de encontrar el camino entre un dédalo de islas y corrientes peligrosas en el estrecho que recibiría más tarde el nombre del primer jefe de la expedición. Y la navegación por un océano que jamás se acababa, y la desesperación de ver pasar el tiempo y cómo se iban perdiendo barcos – y no digamos hombres – sin que se vislumbrara la posibilidad de regresar al punto de partida. Y la desolación de la pérdida del jefe de la expedición cuando aún quedaba un largo tramo de camino. Supongo que muchos perderían la fe en que aquel viaje no sería eterno, y llegarían a la conclusión de que el planeta era mucho mayor de lo que se creía, o que quizá se estaban enfrentando a otra dimensión más cósmica y extraña que las conocidas. Todo esto mientras la tripulación se moría de hambre sin avistar las costas deseadas y aquellos hombres de mar sufrían penosas enfermedades y morían sin encontrar otras manos para socorrerlos que las de sus duros compañeros de viaje. Y aun así seguían adelante. De los doscientos que embarcaron quedarían tan sólo dieciocho, y sólo una nave de las cinco que habían zarpado de las costas hispanas.

Todas estas dificultades hicieron de aquella aventura una odisea, y sólo serían superadas por un tesón realmente formidable. Quienes realizaron la proeza entraron en la categoría de los héroes y se convertirían en ejemplo para los españoles, que orgullosos debiéramos mostrarnos de quienes, como aquellos hombres admirables, nos precedieron en el tiempo y en los sueños.

Este invierno, estando en el África austral a más de ocho mil kilómetros de aquí, tuve ocasión yo de leer un libro al que ya me he referido en otro artículo: ”La gesta española”, uno de esos libros que nuestros escolares debieran leer para conocerse en sus orígenes. Y tras ver el cual nada más natural que escribir unos versos como estos:

Eran hombres y mujeres fuertes

Eran hombres y mujeres fuertes
los que hicieron España:
los que bajaron de los montes cántabros
para ensanchar la patria;
los que construían los castillos
y los que a la morisma se enfrentaban.

Eran hombres y mujeres fuertes
los que tomaron las torres de Granada
y aquellos que soñaron nuevos mundos
compartiendo su sangre y sus hazañas;
los que midieron el arco de la Tierra,
señores de las tierras y las aguas:
aquellos que surcaron los océanos
con la cruz y la espada;
los que supieron conquistar imperios
con tan sólo los Trece de la Fama:
aquellos que pararon los relojes
en la hora que ellos mismos señalaban.

Y los que combatieron en Europa
y que al mundo asombraban;
los valientes que lo daban todo
y no pedían nada.
…Y las mujeres que parían hijos
y, cuando era preciso, peleaban.

Si. Eran hombres y mujeres fuertes
los que hicieron España.

Espero que, aunque la hazaña de Juan Sebastián de Elcano tuviera lugar hace tan sólo cinco siglos, no se le ocurrirá al lector comparar a nuestros compatriotas de hoy con aquéllos que, señores de las tierras y las aguas, surcarían los océanos con su cruz y su espada y llegarían a dar forma al mundo; a medir el arco de la Tierra. Bueno, algunos sí que quedan, y de los que quedan, a algunos los conozco.

PS – Dentro de cuatro años se celebrará el 500 aniversario del inicio en Sevilla de aquella mítica aventura. ¡Ay, los efectos del tiempo! Y eso que no existe…


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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