Por Carlos de Bustamante
( La Institución de la Eucaristía. Los justos de Gantes. Tabla de Paolo di Dono Uccello. Pintura.aut.org ) (*)
Después de lo dicho por Jesús, repartió el pan y el vino entre los presentes Myriam y Tarsicio incluidos. Judas, no. Marchó a “preparar lo necesario…”.
Aquello -insisto- que comimos y bebimos sabía a pan ácimo y a vino. Pero no eran tales. Con el poder de Dios, los había convertido en su propio Cuerpo y Sangre por separado. Sabía que eran Él mismo, bajo las solo especies de pan y vino.
¡Habíamos comido su carne y bebido su sangre! Entendí ahora las palabras que dijo antaño por las que todos menos los doce le abandonaron. Lo inconcebible Él lo hizo realidad. ¡Era la pura verdad! Así nos había prometido la vida eterna. Si les he de ser sincero, por el momento no lo entendí muy bien.
O sea, que ni bien, ni mal. Sencillamente, no lo entendí. Era demasiado complicado para un pobre esclavito como yo. Pero sabía sin el menor género de dudas que las palabras de Jesús eran ciertas; y que por ser Dios, aunque solo pareciera hombre -¡a mí me lo iban a decir!-, no podía engañarse, ni engañarnos. Habíamos recibido el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Tan cierto o más como que me llamo Tarsicio.
—
(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
https://farm1.staticflickr.com/264/18671779034_737e26bcea_o.jpg