Obra gráfica de los impresionistas, en la sala de Las Francesas

Por José María Arévalo

( El niño con las bolas de jabón. 1869. Aguafuerte de Manet en la exposición de Las Francesas ) (*)

“Impresionistas. Ruptura y vanguardia del siglo XIX. Obra gráfica” se titula la exposición que ofrece la vallisoletana Sala Municipal de Exposiciones de la Iglesia de las Francesas hasta el próximo 12 de julio, y que recoge 101 grabados, dibujos y pasteles originales de 23 maestros del Impresionismo y del Postimpresionismo, así como de los precursores Camille Corot y Jean François Millet. Algunos dibujos pero sobre todo grabados de Édouard Manet, Claude Monet, Auguste Renoir, Alfred Sisley, Camille Pissarro, Edgar Degas, Paul Cézanne, Van Gogh, Gauguin, Toulouse Lautrec, Utrillo, Paul Signac y otros menos famosos.

Pintores que eran magníficos dibujantes, como acreditan sus trabajos en esta exposición, muchos de ellos de factura clásica, algunos ya rompedores con las formas aunque no tanto como lo consiguieron mediante el color, lo que el folleto de presentación – en artículo de Stéfano Cecchetto- se siente obligado a justificar: “Podría parecer un contrasentido hablar de arte gráfico y grabado en referencia al arte impresionista: el color, el aire libre y la magia del paisaje que varía con la luz del día no parecen adaptarse a las técnicas del grabado, al blanco y negro realizado en el espacio cerrado de un laboratorio, al trabajo manual del tórculo. No obstante, los impresionistas, comenzando por Manet y Pissarro, enseguida se apasionaron por los procedimientos de estampación y también por la fotografía, que en aquel periodo en París tenía como figura impulsora a Nadar, amigo y protector del grupo”.

Y nos explica que la obra gráfica de los impresionistas sigue diversas influencias estilísticas, pero la mayoría se puede reconducir hacia dos corrientes principales: la de Honoré Daumier, admirado y estimado por Pissarro; y la de Jean Fraçois Millet, seguida por Renoir. “La exposición presenta de forma ejemplar la obra gráfica de estos artistas con algunos testimonios significativos: ‘Les Faneuses’ de Pisarro, con su luz crepuscular que hace casi místico el clima del ambiente; y ‘Le Chapeau épinglé’ de Renoir, con la representación de una escena vivísima en la dinámica del claroscuro”.

( Noa, Noa. 1895. Heliograbado de Paul Gauguin) (*)

Como ejemplos de la deconstrucción formal, veo en la muestra dos claros: el único que nos ofrece de Van Gogh, “El hombre de la pipa (Doctor Gachet)”, un heliograbado de 1890, en que el gran rompedor deforma el cráneo de su amigo, y el también heliograbado de Gauguin “Noa, Noa” de 1895, uno de sus retratos tahitianos. Y de las formas clásicas, el retrato de Louis Valtant que con gran perfección realizara Renoir y vemos en litografía, y un dibujo de dos barcas acompañado por nubes con pinceladas de témpera blanca, de Monet, de 1857, de extraordinaria factura, muy minuciosa, seguramente una de las obras que más llama la atención a pesar de su reducido tamaño.

De la prodigiosa soltura del dibujo de Toulouse Lautrec, tres litografías con las que se abre la exposición, a la entrada, “Le Jockey”, de 1899, en vivo color por excepción en la muestra, “Le Revue blanche”, de 1895, típico de sus escenas de mujeres del cabaret, y “Babylone” de 1894, también con formas muy estilizadas de caballos. Quizá el mayor número de obras, colgadas al final de la exposición, es el de los aguafuertes de Manet de entre 1862 y 1865, tras tres litografías de Utrillo de 1927 y dos aguafuertes de Paul Signac del mismo año.

( El hombre de la pipa -Doctor Gachet-. 1890. Heliograbado de Van Gogh ) (*)

Me encantó un aguafuerte de Corot, “Recuerdo de Italia”, de 1866, en que talla varios árboles delante de un caserío, todo tronco y ramas sin follage pero que recuerda su habilidad para reflejar los paisajes de arboledas, tan típicos suyos.

“Estas obras –continúa el artículo de Stéfano Cecchetto que recoge el folleto explicativo-, durante muchas décadas ignoradas, se ven ahora redescubiertas y reconducidas a su dignidad de pequeñas grandes obras de arte; un mundo inexplorado que merece la admiración del público y de la crítica. Unos pequeños trazados sobre el papel que diferencian la fantasía y la creatividad de artistas que han tenido la valentía de experimentar, de superar su época para dejar una huella imborrable en el arte de todos los tiempos”.

El articulista resume las aportaciones del impresionismo al arte contemporáneo, pero yo creo que esas valoraciones son más adecuadas a las exposiciones de la obra en color de aquel, como vimos en la fenomenal exposición de la Fundación Mapfre, en enero de 2010, de los impresionistas del Musée d’Orsay, aprovechando las obras de remodelación de éste, y su continuación en 2013, “Impresionistas, postimpresionistas y el nacimiento del arte moderno. Obras Maestras del Musée d’Orsay”, o ese mismo año “Impresionismo y aire libre. De Corot a Van Gogh”, que vimos en el Thyssen y sobre las que escribimos en su día en este blog.

( Cartel a la entrada de la exposición y obras de Toulouse Lautrec: las litografías “Le Jockey”, de 1899, y “Le Revue blanche”, de 1895) (*)

Sobre la obra gráfica de los impresionistas añade Stéfano Cecchetto: “Para los impresionistas el grabado nunca fue el pariente pobre de la pintura. Daubigny, Bracquemond y Jongkind fueron los primeros en acercarse al arte gráfico, pero en seguida la mayor parte de artistas cogieron confianza con las diversas técnicas calcográficas y empezaron a producir un considerable número de obras grabadas. El objetivo principal de los impresionistas era encontrar un procedimiento que garantizase el «efecto esbozo» manteniendo inalterada la tipología de base de su pintura, y el medio técnico se convirtió únicamente en el instrumento para nuevos descubrimientos artísticos.

Félix Bracquemond, precursor de la gráfica impresionista, realiza a lo largo de su carrera alrededor de 800 aguafuertes, dando el pistoletazo de salida a un proceso que se extiende rápidamente entre sus amigos, el artista logró expresar con gran maestría el concepto de la luz con el efecto claroscuro realizado por medio del aguafuerte.

Todos aprendieron alguna cosa de Bracquemond: daba consejos, revelaba secretos y prestaba su estudio y sus tórculos a cualquiera que quisiera aprender las técnicas de estampación. Monet fue el único que siempre rechazó el uso del grabado como medio expresivo de su arte. Consideraba imposible confiar al lenguaje calcográfico la emoción de un momento único e irrepetible como aquel de la impresión. Aunque en realidad a partir de descubrimientos recientes en los archivos del doctor Cachet se han recuperado algunas cartas que demuestran que el mismo Monet había hecho, al menos, dos pruebas de estampación. Por otra parte, el mismo doctor Cachet, médico de confianza de muchos impresionistas y pintor aficionado, había dispuesto un moderno laboratorio de grabado en su casa de Auvers donde muchos artistas iban para experimentar las técnica del aguafuerte sobre planchas de cobre, en lugar de las más económicas planchas de cinc”.

En fin, interesantísima exposición de una tarea de los precursores del arte contemporáneo que desconocíamos en su mayoría, a excepción quizá de la obra gráfica de Toulouse Lautrec, más difundida.


(*) Para ver las fotos que ilustran este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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