Por Carlos de Bustamante
( Jesús y los mercaderes del templo. Tabla de Giovanni Paolo Pannini en el Museo del Prado) (*)
La experiencia vivida en la granja de Rufo, y oída como parábola en boca de Jesús, dejó poso. Inolvidable.
Cuando después de una noche de insomnio me lavaba en el pozo del corral en nuestra casa de nuestros amigos en Betania, junto a la friura del agua sentí a la vez un calor extraño e intenso. Fue a más cuando di los buenos días a Myriam: ser y saberme Hijo de Dios. Ser y saberme Hijo de tal Madre…
Según costumbre de entonces, cuando ese día caminaba de la mano de Jesús a otra de sus habituales correrías, hinché el pecho y engallé el cuerpo. Creo que a mi estatura de alto etíope, le añadí no menos de un palmo. Ser y sentirme Hijo de Dios Padre; mi Amigo Jesús que perdona… Y Tarsicio, pecador, tan necesitado de ello. Privilegio. Tarsicio afortunado. ¡Soberbio!
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