El Museo de Santa Ana, a punto de cerrar

Por José María Arévalo


( Muerte de San José. Cuadro de Goya en el Real Monasterio de San Joaquín y Santa Ana) (*)

La noticia que ha saltado a la prensa estos días nos ha cogido por sorpresa a todos. La superiora del convento, Sor Ana María, anunció hace unos días su intención de cerrar en mayo si no consiguen financiación pública o privada. El pasado año el Museo de San Joaquín y Santa Ana, que crearon las propias monjas en los años setenta, recibió 8.000 visitas, que supusieron 24.000 euros, insuficientes para pagar los 40.000 que cuesta a las Hermanas Bernardas mantenerlo abierto. Y ellas solo cuentan con las pensiones de las siete religiosas que forman la comunidad y algún alquiler como únicos ingresos. Así que ahora todas las voces claman en ayuda del convento vallisoletano, que guarda los tres únicos ‘goyas’ que hay en Castilla y León.

El Ayuntamiento de Valladolid ha declarado que si está en su mano, no se cerrará, y ha recordado que colabora desde hace mucho tiempo con este monasterio y que mantienen la intención de seguir haciéndolo; ahora están pendientes de que envíen una documentación solicitada. La Consejería de Cultura y Turismo de la Junta de Castilla y León se ha puesto a disposición del Ayuntamiento para buscar una solución al cierre. Pero se acerca Mayo y no hay noticias. La monjas se resignan al cierre y preparan una exposición y un concierto en la Iglesia a modo de despedida. En la web Change.org se ha abierto una página para recoger firmas y La Junta de Cofradías de Semana Santa ha propuesto crear un museo de la Semana Santa de Valladolid en alguna de las salas del de Santa Ana. Me extraña que justo en periodo electoral no se encuentren soluciones, cuando el principal partido de la oposición ya ha llamado la atención a favor de encontrarlas. Atentos a lo que hacen nuestros gobernantes, vamos a recordar entre tanto lo que tenemos y podemos perder.

Victoria Niño recogía estos días, en El Norte de Castilla, algunas explicaciones de Jesús del Río, responsable de la colección. En ese pequeño museo, desconocido para muchos vallisoletanos, hay «más cuadros del Goya que en el Louvre». Y nos explica que antes de que este espacio conventual fuera habilitado en 1978 por las monjas como museo de arte sacro, ya había sido declarada la iglesia, en 1956, Monumento Histórico-Artístico Nacional, y por tanto Bien de Interés Cultural (BIC). El interior de la iglesia con sus famosos cuadros forma parte del recorrido del museo. “En sus siete salas –escribe Victoria- se muestran numerosas piezas artísticas y objetos devocionales de la vida monacal, como pinturas de escuela castellana del siglo XVI, elementos de vajilla y orfebrería, atavíos litúrgicos, telas y una colección de imágenes para vestir del Niño Jesús y San Juanito. Asimismo, figura una Virgen con el Niño del siglo XIII. Pero las obras más valiosas son dos expresivas tallas en madera policromada del Barroco español del siglo XVII: un Cristo Yacente obra postrera del escultor Gregorio Fernández (1634), que hoy en día es imagen titular de la Cofradía del Santo Entierro, y una Dolorosa del granadino Pedro de Mena (1670)”.

Para decirlo todo, hace ya algunos años dimos en este blog la noticia de que la atribución a Gregorio Fernández de la autoría del tan querido Yacente de Santa Ana, estaba cuestionada, al igual que el no menos famoso que procesiona en Zamora, y que ambos parece más bien fueron tallados por el principal de sus discípulos, Francisco Fermín. Da igual, porque ambos son dos de las mejores versiones del Yacente que abordara el taller de la “gubia del barroco”, como se ha dado en llamar al gran imaginero.

El escultor Pedro de Mena –sigue contando Victoria Niño-, que tenía dos hijas que ingresaron en el convento de las bernardas de Málaga, donó muchas obras a la casa madre vallisoletana. «Desgraciadamente muchas las tuvieron que ir vendiendo y solo queda esta ‘Dolorosa’. Quizá sea la pieza más peculiar del museo, es una talla de una sola pieza de madera y los mantos están trabajados en ella», explica Jesús del Río, gerente y guía del museo. Pero antes de llegar arriba, la pared de casi once metros de largo por casi cinco de alto de la primera sala está cubierta por una alfombra oriental. El predominio del color teja y los motivos florales hablan de otro mundo, de otra fe. «Lo más probable es que la trajera la Marquesa de Canales». De la herencia de esta noble proceden también una casulla y un alba con motivos orientales, de arte nambán, hechos en Japón y usados en la liturgia en Filipinas.

( Real Monasterio de San Joaquín y Santa Ana) (*)

Además de las tallas mayúsculas de Mena y Fernández, por las salas del Museo hay curiosidades como el ‘San Bernardo recibiendo leche de la Virgen’, de Luis Salvador Carmona. El manto de la virgen lo remata una puntilla hecha con hilos de oro que empiezan a desprenderse. Hay una obra de La Roldana, escultora que salió del taller de Pacheco, un ‘San José’ al que han quitado el niño jesús de las manos, «porque era muy fácil de sustraer». Otra de las piezas insólitas en un ‘Cristo de la Cruz’ de ‘papelón’. «Solo se conservan 20 obras de papel en Castilla y León».

Un ‘catecismo visual’ en cera napolitana –continúa Victoria Niño- muestra los ‘Novísimos’: la muerte, el infierno, la muerte y la gloria. «Si alguna monja se portaba mal, se corría la cortinilla y con la palmatoria se iluminaba la vitrina del infierno, eso es lo que vería». Las estancias guardan también bargueños, relicarios y pinturas hasta hace poco no demasiado protegidos. «Si hubieran sabido lo que había aquí y la poca protección… La puerta de seguridad se la debemos a Don Javier León de la Riva, también las cámaras», explica Sor Ana María, la monja que lleva 67 años en el convento. Sor Ana María ha abierto la puerta a mucha gente, desde políticos, –Suárez, Aznar, pero no Juan Vicente Herrera– a expertos del Museo del Prado o de la National Gallery. «Hemos cedido muchas piezas, pero nunca nos han pagado nada. Cuando un hombre de Londres vino a ver la de Mena le dije que fuera a Madrid, a Alba de Tormes, a Málaga, que había más, y me dijo que solo quería esta. Al final se la cedimos, la expusieron (‘Lo sagrado hecho real’) y debía tener cola siempre, en una vitrina preciosa, y nos la regalaron cuando nos la devolvieron. Al menos era algo».

( San Bernardo y el pobre. Cuadro de Goya en el Real Monasterio de San Joaquín y Santa Ana ) (*)

Para referirse a los Goya de la iglesia, parece indispensable recordar un poco la historia del convento, que recogíamos más ampliamente en nuestro artículo “Rincones con fantasma. 44. Plaza y convento de Santa Ana”, en el que ampliábamos las explicaciones de Juan Carlos Urueña Paredes en el libro de aquél título que reseñamos entonces.
El convento de esta advocación –recogíamos de la web Vallisoletvm- tuvo su origen por traslado de las religiosas de Perales a esta ciudad, en 1596. La de Perales fue la segunda fundación femenina en España de la orden del Cister; la primera fue el monasterio de Nuestra Señora de la Caridad en Tulebras de Navarra. Desde sus inicios en 1260, transcurrió su devenir histórico en dicha villa, hasta que al correr nuevos aires en la iglesia y surgir el deseo de reforma, en el siglo dieciséis, se decidió su traslado a la ciudad de Valladolid, al mismo tiempo que surgía en el interior de la comunidad el deseo de abrazar la Recolección, una forma más austera de entender su hasta ahora consagración a Dios.

Las monjas de Perales deseosas de este espíritu de reforma, más las que se las unieron de otros monasterios con los mismos ideales y provenientes principalmente de Castilla, llegaron a esta ciudad el dieciocho de diciembre de 1595. Antes el abad don Francisco de Reinoso había conseguido la aprobación de Felipe II, a este nuevo cambio de emplazamiento de la comunidad. A partir de ese momento dejó de denominarse de Nuestra Señora de la Consolación, para pasar a ser su nombre de San Joaquín y Santa Ana, y esto según dicen las crónicas por una revelación que tuvo una monja, que el monasterio debía de denominarse y tener por titulares a los padres de la Santísima Virgen Maria es decir a San Joaquín y Santa Ana.

( Santa Ludgarda. Cuadro de Goya en el Real Monasterio de San Joaquín y Santa Ana) (*)

Para su acomodo, y después de buscar en la ciudad decidieron ocupar las casas que don Antonio de Salazar, regidor de la corte, les vendió. Unas casas entre la parroquia de San Lorenzo y el convento de los Trinitarios; a ninguna de estas entidades les gusto la nueva vecindad, y pusieron impedimentos todos los que supieron, no queriendo que tuvieran misa publica, al parecer todo se debía a un tipo de interés económico, debido a las limosnas de las que pudiera necesitar y conseguir el nuevo monasterio. Todo fue inútil, y las monjas consiguieron sus propósitos.

La casa que habitaron debía de ser señorial y contar con un patio columnado que sirvió de claustro. Hay elementos que aún hoy nos indican restos del primitivo edificio; como el pozo del interior del claustro, las cuatro columnas que soportan el tejadillo y otra columna descubierta en uno de los paños del primer claustro. Por sus capiteles podrían ser del segundo cuarto del siglo XVI. Por tanto podrían pertenecer a la primitiva construcción.

Protegido por el favor real, el convento se construyó por completo de nuevo, por planos de Sabatini, terminándose las obras en 1787, siendo su inauguración solemne el 1º de Octubre del mismo año. Aun quiso adornar la iglesia el rey Don Carlos III, con ciertas obras de importancia y encargó la pintura de seis lienzos, tres a Don Ramón Bayeu, que son los de los altares del cuerpo del templo del lado del Evangelio, y otros tres a Don Francisco de Goya, que son los simétricos de aquellos en el lado de la Epístola.

“En el convento de San Joaquín y Santa Ana de Valladolid – recoge Vallisoletvm citando como fuente “Valladolid, ciudad (Crónicas de ayer y de hoy)” de Luis Calabia Ibañez- se conservan tres cuadros obra de Francisco de Goya. La razón de pintar Goya para Valladolid se debe a que cinco meses antes de ser inaugurado dicho convento ninguno de los cuadros de su viejo templo se acomodaba a las dimensiones de los nuevos retablos. La monjas suplicaron al rey, y entonces Sabatini, en una comunicación, propuso que «en caso de acceder su majestad a la solicitud de la comunidad, podrán encargarse las seis que se necesitan (se refiere a las pinturas) a los pintores don Ramón Bayeu y don Francisco de Goya, respecto de que gozan sueldo y tengo confianza de su habilidad; a quienes luego se les pase la orden, daré las dimensiones y noticias que necesiten para su desempeño».

En el primer periódico de Valladolid, (Diario Pinciano), coetáneo del tiempo en que era construido el convento, se publicó prolijamente la solemne inauguración del templo. El «diarista» dijo en qué habían consistido los actos, sin hacer referencia a las obras de arte que entraron entonces en aquella santa casa. El rico inmueble, asomado al Pisuerga para solaz de las mujeres enclaustradas, fue proyectado por el «arquitecto mayor don Francisco Sabatini, mariscal de campo de sus reales ejércitos», y dirigió las obras don Francisco Valsania.

Solo andando el tiempo se supo que dentro de aquel recoleto edificio existía una colección de importancia, que, poco a poco, por necesidades insoslayables y muchas veces harto perentorias de escasez, iba perdiendo relevancia. A principios del siglo XX todavía se guardaba una capa pluvial orlada de perlas, óleos abundantes y buenas tallas.

El primer historiador de Valladolid, Sangrador Vítores (1854), rompió el fuego en favor del recuerdo de extraña manera, sin embargo; las pinturas de «la derecha son obra del distinguido Francisco de Goya, y las de la izquierda, del no menos célebre, don Ramón Bayeu».

Araujo Sánchez publicó en su día una carta de Goya a su amigo Zapater, que es muy conocida, con fecha 6 de junio de 1787: «Para el día de Santa Ana an de estar tres quadros de figuras del natural colocados en su sitio y de composición, el uno en tránsito de San Josef, otro de San Bernardo y otro de Santa Ludgarda, y aún no tengo empezado nada p´ tal obra y se a de acer porq lo ha mandado el rey, conq mira si estaré contento. La mulas buenas, la berlina buena, y no voy en ella aunq la he estrenado»… Es extraño que este mismo autor dudase después de la posibilidad de terminar una obra en tan corto espacio de tiempo – Santa Ana es el 26 de julio-.

El argumento de tal duda cae por su propio peso, considerando que once años más tarde los frescos de San Antonio de la Florida los realizó Goya en cuatro meses. Y si para tan importante obra bastó ese tiempo, no andaría muy apretado para ultimar los tres cuadros de Valladolid, por más que el monasterio no fuera inaugurado en la fecha prevista, sino mucho después. Goya, acuciado y preocupado por tantos encargos como se cernían sobre su cabeza y pesaban sobre su popularidad creciente, terminó el trabajo «porque se lo había mandando el rey». Quizá fuera el último encargo de Carlos III.

Los cuadros de Valladolid son muy clasicistas, pero al propio tiempo tan modernos que todavía sorprenden al espectador, abrumándole de emoción. Es aquella la época gris plata -familia del duque de Osuna- y estos efluvios que pasan a través de los rayos del sol en el «Transito de San José» impregnan de unción a una escena de exaltación de valores religiosos.

De las tres telas, no obstante, puede parecer la de «Santa Ludgarda» la más admirable. Aquella hermosa virgen cisterciense, arrodillada en éxtasis delante de un crucifijo al que se está encomendando, es un bello lienzo, aun reconociendo que el discreto tenebrismo disminuye el encanto, en busca, acaso, de ese sentimiento piadoso, que era su preocupación.

…Análogo brío en delicadeza y suavidad de policromía, y con ciertos errores de dibujo tapados a fuerza de oficio, el cuadro de «San Bernardo y San Roberto» bautizando a un joven impedido, completa el tríptico de los Goya de Valladolid. Podemos ver estos cuadros junto con otras obras en el museo de San Joaquín y Santa Ana, sito en el interior del monasterio”.

Esperamos poder seguir contado con este maravilloso museo, que ahora las monjas custodian con tanto celo pero que ya no pueden sostener.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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