Por Carlos de Bustamante
( El Sermón de la Montaña. Óleo de Carl Heinrich Bloch. Foto en Wikipedia) (*)
Insisto: tonto no; pero sí embobado. Así escuché sentado en la falda del monte cuanto Jesús enseñaba a la multitud que le seguía. Más embobada aún que yo. ¡Que ya es decir!
Por supuesto que nos habían dicho lo que en las tablas de la ley recibió Moisés y que escribió el dedo de Dios. Nos lo repetían con frecuencia los maestros fariseos los sábados en la sinagoga y el rabino cuando íbamos a la escuela: no fornicar; no jurar; no matar…
Pero ¿amar a los enemigos? Ellos -los fariseos- decían estas cosas o muchas, muchas más. Pero no hacían. Vivían para la galería. Sin pelos en la lengua -Jesús siempre sincero- los dejó al descubierto. Nunca se lo perdonarían. Enseñarles ¡a ellos! un galileo nazareno… Tarsicio, el etíope, supo también con quién se jugaba los cuartos. Quién era de fiar y quién no. Tarsicio aprendió de golpe el significado de hipocresía. Y el valor del piropo de Jesús a Natanael, Bartolomé, o como demontres se llame. Sin doblez ni engaño. Justo lo contrario de aquéllos. Y se unió, claro, al grupo de los que pronto serían doce.
De camino a casa vimos a uno que sentado en el telonio. Recaudaba (y se enriquecía) con los tributos para los dominadores romanos. Le llamó. Y vino. Se llamaba Mateo. Que yo sepa no le puso mote. Nos invitó a comer en su casa. “Come con pecadores”, decían los fariseos no invitados. El pecador Mateo, dejó todo y le siguió. Entendió divinamente que ahora era realmente rico. Como el banquete. Me puse morado. Bueno, no tanto. Tiró la casa por la ventana. Dejó todo y le siguió. Se supo perdonado. Tarsicio supo por quién. Los demás, por el momento, ni pajolera idea.
Al instruir ahora a los doce, entendí más claro que el agua lo que era perder y ganar la Vida. Sin que nos importase –de palabra al menos-, lo que esto suponía.
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(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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