Los lunes, revista de prensa y red

“Viejos y nuevos intelectuales”, de Benito Arruñada y Víctor Lapuente, y “¿Quién se acuerda de la clase media?”, de Juan Meseguer

( Viñeta de Puebla en La Razón el pasado día 15) (*)

VIEJOS Y NUEVOS INTELECTUALES

Artículo de Benito Arruñada, catedrático de la Universidad Pompeu Fabra, y Víctor Lapuente, profesor en el Instituto para la Calidad de Gobierno de la Universidad de Gotemburgo; publicado en El País el pasado día 29 de Diciembre

En 1914 pronuncia Ortega su famosa conferencia “Vieja y nueva política”, símbolo del compromiso intelectual contra la Restauración y su sistema político bipartidista, clientelar y corrupto. Observadores diversos, de Esperanza Aguirre (“Abc,” 30-06-2014) a Andrés Ortega (EL PAÍS, 15-05-2013), han advertido los paralelismos obvios entre la situación que criticaba Ortega y la actual. Creemos que hay otro paralelismo, menos obvio pero más trágico: el papel tóxico de nuestros intelectuales. Como ha señalado José M. Marco, no solo Ortega, sino muchos otros, de Costa a Azaña, contribuyeron con su “palabra candente” a destruir nuestro régimen liberal. Tanto polarizaron el debate político que lo alejaron de pautas sosegadas y constructivas. Acallaron así las voces realistas y pragmáticas, las de aquellos que proponían las soluciones pactistas e “incrementales” que nos hubieran acercado a los países avanzados.

Un siglo después, estamos tentados a repetir el mismo error. De entrada, porque admiramos el compromiso político de nuestros intelectuales, sobre todo el de la generación del 14, la “más cualificada y brillante de nuestra historia contemporánea” (Luis Arias, EL PAÍS, 31-03-2014). Y, en particular, el de Ortega, “el mayor escritor español del siglo XX” (Javier Cercas, EL PAÍS, 17-08-2014). Por desgracia, ese compromiso ha sido, y es, aciago. Ante todo, porque mucho intelectual español cae, con Ortega, en tres grandes vicios: exagerar los problemas, compararlos con referencias irreales y agregarlos en términos inmanejables.

Tanto en la Restauración como ahora, los relatos de moda usan con alegría adjetivos de calibre orteguiano para pintar un cuadro desmedido, el de una España “caduca” y “cadavérica” que “está acabando de morir” porque “nuestro problema es mucho más grande, mucho más hondo”. Metáforas de similar calado se han reiterado tanto que hemos acabado por despreciarnos, hasta llegar a la anomalía de que, según una encuesta global de Pew, nos vemos mucho peor que como nos ven los extranjeros.

En segundo lugar, una y otra vez, nuestra “intelligentsia” comete lo que los institucionalistas llamamos un error “coasiano”, comparando una realidad defectuosa con su ideal favorito, en lugar de compararla con otras realidades, como las de países vecinos (Portugal, Italia, incluso Francia). O con la de parientes venidos a menos tras aventuras similares a las que hoy nos propone Podemos (Cuba, Argentina, Venezuela).

Al exonerar a las masas, la ‘intelligentsia’ alimenta a la política de odio y revanchismo

Ese idealismo es perjudicial porque, al prometer un porvenir glorioso, invita a dar un salto en el vacío. Máxime cuando usa la razón para excitar las emociones de las masas. Ortega nos exhorta a rebelarnos contra la “corrupción organizada”, en una insurrección que no difiere mucho de la de los indignados actuales cuando claman contra una “casta” de la que también estos se distancian. Hasta los círculos de Podemos recuerdan la red que Ortega concebía como “órgano de propaganda y órgano de estudio del hecho nacional” y que sugería basar en “lazos de socialidad —cooperativas, círculos de mutua educación; centros de observación y de protesta”, una “red de nudos de esfuerzo” para construir un “sistema nervioso” con el que canalizar la auténtica voluntad del pueblo y así “penetrar en el fondo del alma colectiva”. Una red popular dentro de un proceso que se nos presenta como educativo y “bottom-up”. Aunque, no nos engañemos, ayer como hoy el liderazgo está claro. Ortega nos animaba “a ser primero amigos de quienes luego vamos a ser conductores”, y Podemos se ha movido ya en esa dirección.

Coincide también Ortega con Podemos en su visión de la política, una visión dañina porque la plantean como lucha y no como conciliación, desdeñando el orden público y el Estado de derecho (una “nimiedad”, una “ficción jurídica”). Ortega desacredita incluso la idea de Cánovas de que no “haya vencedores ni vencidos”, quizá lo más loable de la Restauración, preguntándose si “¿no os suenan como propósitos turbios estas palabras? Esta premeditada renuncia a la lucha, ¿se ha realizado alguna vez y en alguna parte en otra forma que no sea la complicidad y el amigable reparto?”. Pues bien, don José, 100 años después sabemos que sí. La renuncia a la lucha no solo es positiva, sino que es la base misma del Estado de derecho o, si se prefiere, del Estado de bienestar. solo que hoy las excusas de lucha vuelven a tener demanda.

Renunciar a la lucha no sólo es positivo, sino la base del Estado de derecho y de bienestar

Por último, no solo eran perniciosos el diagnóstico y el método de nuestros regeneracionistas de hace un siglo, sino también su forma de enfocar los problemas políticos y su desprecio por la economía. Hoy aún se admira que Ortega quiera “cambiar a España de raíz” (Vargas Llosa, EL PAÍS, 29-06-2014), o incluso que sea “radicalmente radical, porque va a la raíz de los problemas” (Cercas). Craso error. Buscar la raíz de nuestros problemas tratando de hallar la “opinión verdadera e íntima” de los españoles, como pretendía Ortega, es fútil y contraproducente. Científicos sociales, de Charles Lindblom a Roland Coase, pasando por Karl Popper, han demostrado que es más efectivo pensar en cambios “incrementales” y alternativas factibles. Lamentablemente, el pragmatismo exige más análisis y no es tan mágico ni espectacular como las enmiendas a la totalidad.

Enfrascados en buscar la raíz de todos los problemas, nuestros intelectuales han alimentado sueños colectivistas. La fe en que un Estado bien dirigido resolvería los problemas cotidianos caló de tal forma que hasta pequeñoburgueses ilustrados, que hubieran podido abanderar el liberalismo político, entendieron, como Azaña, que el Estado era el “único Dios de quien podemos esperar”. Esa idea regeneracionista de la “Política” como instrumento transformativo de la sociedad, que expulsa a la “política” como facilitadora de proyectos individuales, sigue viva hoy día. Late en el mantra de que debemos “buscar la utopía” y en la queja de que el mercado reina sobre la política. Pero la utopía es solo una trampa, y el mercado solo nos recuerda que vivimos en un mundo de recursos limitados.

Nuestra crítica no es una defensa del “statu quo”. El régimen actual tiene mucho margen de mejora, como también lo tenía el de la Restauración. Leandro Prados y sus coautores estiman que, entre 1880 y 1913, nuestro PNB por habitante cayó del 83,3% al 72,3% respecto a los principales países europeos. Pero eso no disculpa a aquellos intelectuales que, por su idealismo estéril, no podían identificar la causa de esa debilidad relativa de España. Como ha demostrado Pedro Fraile, lo que nos apartó de Europa no fue el exceso de capitalismo, tan denostado por Ortega, sino su defecto: la poca y decreciente exposición de nuestra economía a la competencia, tanto nacional como internacional. Que los intelectuales del 14 pregonaran un mensaje aun más contrario al mercado solo facilitó la tarea a los proteccionistas, los verdaderos responsables de nuestro retraso.

Lo que nos apartó de Europa no fue el exceso de capitalismo, tan denostado por Ortega, sino su defecto

Pero no se trata aquí de hacer un balance ventajista del pasado, sino de sacar lecciones para un presente en el que corremos riesgos parecidos. Y no por el auge de argumentos populistas, sino porque, como hace 100 años, muchos discursos intelectuales los abastecen de excusas. Evitemos caer en el mismo error. Si bien hoy ya pocos menosprecian la economía, muchos, a ambos lados del espectro ideológico, comparten con Ortega un análisis maniqueo de la realidad en términos de “élites extractivas” o de un “capitalismo de amiguetes”. Al exonerar a las masas (como si estas no fueran también extractivas, sino víctimas inocentes), los intelectuales alimentan de odio y revanchismo la política. Justifican así iniciativas que, al socavar la economía de mercado, nos condenarían a décadas de pobreza.

En 2014, como en 1914, han proliferado los diagnósticos tremendistas, las ensoñaciones colectivas y la polarización. Esta tríada es atractiva mediáticamente, pero es nociva para la convivencia y el progreso. Debemos abandonar los discursos maniqueos y victimistas, pues fomentan la irresponsabilidad. Y vencer la tentación del verso candente y el idealismo, para prestar más atención a la prosaica tarea de comparar y construir realidades.

¿QUIÉN SE ACUERDA DE LA CLASE MEDIA?

Artículo de Juan Meseguer publicado en Aceprensa el pasado día 7

El debate sobre la desigualdad tiende a centrarse en lo que pasa en los extremos de la sociedad, subrayando las diferencias que se dan entre el decil más rico y el más pobre de la población. Pero este enfoque puede pasar por alto un fenómeno todavía más tóxico: la mezcla entre una elevada desigualdad y una débil clase media.

El informe de la OCDE Trends in Income Inequality and its Impact on Economic Growth se fija en la relación entre la renta del 10% más pobre y la del 10% más rico en una veintena de países. Lo que le permite llamar la atención sobre el aumento de la desigualdad en Suecia, Finlandia y Noruega, entre otros países ricos.

Lo que no dice el informe es que estos tres países, al igual que Canadá y Holanda, están en el grupo de los que en los últimos años han logrado crear una sólida clase media, con unos ingresos medios más altos y una mayor movilidad social hacia arriba. Cosa que no ocurre en EE.UU., donde el aumento de la desigualdad coincide, además, con la erosión de la clase media.

Allí el porcentaje de adultos de clase media se ha reducido del 61% en 1970 al 54% en 2001 y al 51% en 2011. Esta reducción de la clase media no quiere decir que todos hayan salido perdiendo; más bien se manifiesta en un mayor porcentaje de personas de menores ingresos y también en un aumento de las de mayor renta (cfr. Aceprensa, 7-06-2014).

Las regiones de EE.UU. con una clase media más grande son también aquellas en las que es más fácil progresar en la escala social

La polarización del empleo

The Washington Post se ha ocupado recientemente de este problema en una serie de seis artículos dedicados a la clase media. En ellos analiza por qué la clase media de EE.UU. se ha reducido y ha perdido riqueza en las pasadas décadas, y propone medidas “para que la economía vuelve a funcionar de nuevo para todos”.

Al periodista del Post Jim Tankersley le preocupa sobre todo que cada vez más gente se esté quedando atrapada en empleos poco cualificados. Y subraya –con un estudio publicado por investigadores de la Universidad de Harvard y la de California en Berkeley– que las regiones del país con una clase media más amplia son también aquellas en las que es más fácil progresar en la escala social.

En la creciente desigualdad, influye el impacto de la tecnología sobre los distintos empleos. Sara de la Rica, catedrática de Economía de la Universidad del País Vasco, llama la atención sobre el proceso de “polarización del empleo” que se observa en los países desarrollados: desaparecen los trabajos que requieren actividades rutinarias y emergen, en cambio, los de mayor cualificación, donde se precisan habilidades cognitivas e interactivas. También subsisten los empleos que, si bien requieren bajos niveles de cualificación, necesitan de capacidades como la adaptabilidad o la interactividad (por ejemplo, los relacionados con servicios y cuidados personales).

Una consecuencia de este fenómeno es el aumento de la desigualdad en el mercado de trabajo: “Si los trabajos rutinarios, que precisan de cualificaciones medias, desaparecen mientras que emergen aquellos que están tanto en la parte inferior como en la parte superior de la distribución de cualificaciones, estamos ante una situación que favorece claramente el crecimiento de la desigualdad”, escribe en El País (2-01-2015).

Para de la Rica, luchar contra esta forma de polarización exige tender puentes entre la educación y el empleo: “A corto plazo, es posible que esta tendencia hacia una mayor desigualdad sea inevitable. Sin embargo, a medio y largo plazo, las sociedades debieran comprometerse con la enseñanza de habilidades cognitivas desde la educación primaria y secundaria para todos los ciudadanos”.

A más clase media, más oportunidades

El think tank estadounidense Center for American Progress, de orientación izquierdista, lleva años advirtiendo que el debate sobre la desigualdad es inseparable de la preocupación por la clase media. En uno de los documentos que mejor resume su postura subraya que una clase media sólida es el revulsivo más potente del crecimiento económico a la vez que favorece la igualdad.

Para ver el artículo completo: http://www.aceprensa.com/articles/quien-se-acuerda-de-la-clase-media/


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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