Seamos, como mínimo, sensatos

Por Javier Pardo de Santayana

( El médico. 1780. Óleo de Francisco de Goya y Lucientes, National Gallery of Scotland, Edimburgo. pintura.aut.org. 94 x 121) (*)

Ya sabemos que el pesimismo es un licor que embriaga, y que cuando uno cae en él parecerá regodearse con la adversidad. Cierto es que muchas veces hay sobrados motivos para caer en el desánimo; que con frecuencia minusvaloramos las razones para la preocupación y nos refugiamos en estímulos brindados por los aspectos más gratos de la vida. Todo eso lo sabemos, pero también habremos de reconocer que, llegado el punto en que, rendidas nuestras resistencias, buscamos un rincón medianamente confortable para sobrevivir, nos encerramos en nosotros mismos e intentamos provocar la compasión de un prójimo al que en el fondo culpamos de abandono o de una cierta relación con nuestra penosa circunstancia.

Puestos a saber, también sabremos por propia experiencia personal que el pesimismo es cosa contagiosa; que cuando pasa a convertirse en “clima” por el boca a boca o a través de las ondas electromagnéticas, toma cuerpo en un ambiente sofocante en el que cualquier intento de escapar llega a ser mal considerado.

En eso estamos hoy. Y si ustedes no lo creen, atrévanse a comentar algo de lo que pasa de una forma más o menos positiva, es decir buscando el lado no tan malo. Verán como se les lanzan a degüello cual si intentaran favorecer el interés de alguien o no se situaran abiertamente del lado de quienes sufren. Ya puede ser usted uno de los que han de soportar una situación lamentable y difícil, no llegar a fin de mes o tener a sus hijos en paro y con pocas opciones para salir de su penosa situación: sus interlocutores no le permitirán ni siquiera esbozar una mínima esperanza.

Para mí que ese clima, esa no aceptación de cualquier tipo de alivio – aun en el caso de que éste esté basado en datos fidedignos – nos está aportando un enorme sufrimiento. Se ha producido un círculo vicioso que ha conformado una sociedad enferma. Pero quizá no sea de extrañar que tal cosa nos ocurra, puesto que hemos dicho adiós a la opulencia y al confort de la Sociedad del Bienestar y ya sabemos que de ahora en adelante viviremos peor. En efecto; nos acostumbramos a minusvalorar lo que teníamos, y ahora tendemos a convertir lo positivo en negativo en un ejercicio favorecido por el rango concedido a la polémica, lo cual no es fruto de un proceso puramente espontáneo sino de un mecanismo interesado y consciente relacionado con la politización y el sectarismo.

El resultado es que no hay cosa que hoy sea tratada con ecuanimidad y sentido común. Erigida la polémica en un ingrediente indispensable de la vida, convertidos los partidos en bloques cerrados y la política en un ejercicio de la distorsión de la verdad y del sentido común – instalada la sociedad en la mentira – las dificultades y males propios de una época de vacas flacas alimentan un ambiente sofocante de “todos contra todos”, “cuanto peor, mejor”. “más lo eres tú” y esto no tiene solución”. Luego una va por ahí viviendo el día a día y encuentra la gente amable de siempre, cercana y entrañable: esa gente española que muestra un plus de simpatía y generosidad; pero esto sólo si no sale a colación la situación política, porque si ésta saliera la cosa cambiará: usted verá fluir la malababa y la desunión más enconada junto con un pesimismo radical y a ultranza. Pasará de la alegría de vivir – de la cual el español sigue siendo exponente a pesar de los pesares – a expresiones muy cercanas al odio y a la desesperación; es decir, más allá de lo razonable incluso teniendo en cuenta los apuros de la crisis.

Mucho tiene que ver con este clima el que se esté destapando una corrupción que estaba ahí y que alcanza a un buen numero de nuestros representantes. Corrupción que surge entre quienes tienen acceso a los fondos públicos pero que en cambio no es normal en nuestro día a día: a diferencia de lo que vemos en los países tenidos habitualmente por “corruptos”, el ciudadano de a pie no tiene que “untar” a nadie. Pero, como usted sabe, quienes nos representan reflejan lo que somos los demás, puesto que vienen de la sociedad y fueron elegidos por nosotros, así que la venalidad de algunos de los administradores de los fondos públicos hace pensar que una parte de quienes se rasgan hoy las vestiduras no haría otra cosa diferente si también él encontrara la ocasión; por ejemplo, si accediera a alguno de esos lugares excelsos en los que le dan a uno una tarjeta que le permite sacar dinero por su cara bonita. ¿Y quién no ha acogido con entusiasmo el ofrecimiento del taller que no le carga el IVA?

Lo que me extraña de esta situación es que no recibamos con el alborozo natural esa limpieza general de ahora, porque es evidente que la corrupción ya estaba ahí. ¿Recuerdan aquella pregunta sobre el tres por ciento en el parlamento catalán? ¿Alguien se movilizó para indagar lo que había detrás de ella? ¿Cuánto tiempo ha pasado desde entonces? ¿Cómo nadie supo hasta ahora que el fundador de la “patria catalana” mentía y defraudaba al fisco y que lo hizo durante más de treinta años?

Pues bienvenido sea lo que está pasando. Alegrémonos todos y sigamos adelante para poner la casa limpia, no intentemos terminar con una situación de regeneración como ésta; por el contrario, celebrémosla. Porque tengo la impresión de que, curiosamente, lo que hay es una reacción contradictoria: se quiere acabar no sólo con lo malo sino también con lo mucho bueno que tenemos. Veo que, en vista de que nuestra democracia está en vías de perfeccionarse y depurarse – de que aquella Justicia que “tenía que mancharse en el barro de las calles” no da ahora abasto a lavar la ropa sucia – alguien quiere poner todo patas arriba e instaurar un nuevo “régimen” inspirado en otros que llevaron a sus pueblos a la ruina y a la degeneración tanto moral como política.

Uno no puede por menos de preguntarse cómo nos hemos infantilizado hasta este extremo; si andamos tan ciegos que estamos dispuestos a cargarnos el invento por el solo placer de una especie de “reacción de ira”: por el simple placer de destruir; de embestir sin más y convertir en negativo lo que debiera ser visto como positivo. Claro que no sería la primera vez que reaccionaríamos de esa manera; que ahí tenemos en el recuerdo la gesta del pueblo español ante la marea negra del “Prestige” o la reacción del pueblo de Madrid ante la acción del terrorismo islámico. Si fuimos entonces capaces de cargarnos la imagen de España – o sea de nosotros mismos – ¿por qué no hacerlo ahora también?

Yo creo que deberíamos sentirnos orgullosos de afrontar esta regeneración a fondo de una política seducida por la cucaña del dinero fácil de la Sociedad del Bienestar; orgullosos de haber destapado el mal y estar en trance de extirparlo. Que deberíamos reconocer que nuestra Justicia funciona pese a tener medios escasos para su tarea, y valorar la disposición de quienes teniendo el poder no ponen trabas sino que favorecen que tal cosa ocurra.

Y que, una vez detectado el mal y entrados a fondo en la parte dañada del enfermo, sería absurdo extirparle además todas las vísceras o cargársele definitivamente en espera de que renazca de la nada reconvertido en algo diferente: volver, en suma, a las andadas del pasado siglo, o sea a lo más rancio y negativo de la reciente historia, que es la muerte de la libertad y el espíritu revolucionario basado en el mesianismo y la venganza; a los tiempos en que visionarios teóricos y vociferantes – hoy presentados con el falso atractivo de la juventud y la renovación – embobaron al respetable público con promesas de felicidad que nos llevaron al nacimiento de monstruos generadores de muchos muertos y del sufrimiento de varias generaciones. Buen ejemplo de ello tenemos también hoy en países donde el populismo ha hecho crecer el despotismo, el hambre y la inseguridad.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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