Valsaín, Juni, Zuloaga

Por José María Arévalo

( Carbonero el Mayor, Palacio y Plaza Mayor. Acuarela de J. M. Arévalo) (*)

Últimamente nos reunimos los hermanos una o dos veces al año, lo cual empieza a ser ya una costumbre estupenda; y lo hacemos en el centro, ya que la mayoría vive en distintos extremos del país. Menos mal que esta vez elegimos, a propuesta mía que buscaba los mejores colores del otoño, la semana antepasada, en la que tuvimos un tiempo maravilloso; después han caído las temperaturas en picado. El objetivo era volver a la tierra de nuestro padre, Segovia. No había plaza en hoteles de La Granja de San Ildefonso –más bien creo que no supimos buscarla- así que nos fuimos a Valsaín. Y el primer día disfrutamos del mejor paseo que recordábamos en muchos años, por la ribera del Eresma, desde el famoso paraje de la Boca del asno, a donde recordábamos nos llevó nuestro padre, desde el pueblo en que veraneábamos en la casa del abuelo, Carbonero el Mayor, un día de verano de aquel año en que estrenamos el coche, a mediados de los cincuenta.

Este maravilloso paisaje de Valsaín primero, la contemplación del retablo de Juan de Juni en la catedral de Segovia después, y la medieval Pedraza con los cuadros de Zuloaga en su museo del castillo, han sido, comentábamos, los tres mejores momentos del encuentro. Más emocionante, pero demasiado breve, la visión –me hubiera gustado decir contemplación, pero no dio tiempo- del retablo de la iglesia de Carbonero; no llegó a tres minutos lo que nos facilitó amablemente, al acabar la Misa, el párroco, que tenía una catequesis inmediatamente después. Este retablo de Carbonero el Mayor es una joya del renacimiento– aunque con manifiesta influencia flamenca- de lo mejor en nuestro país, como ha podido comprobarse desde que se restauró hace unos diez años. Cómo le hubiera gustado a nuestro padre, que tanto amaba su pueblo natal, verlo restaurado.

Así que el protagonismo se lo llevó Valsaín y su entorno. Aunque no encontré los amarillos que buscaba, ni siquiera en los jardines de La Granja, que creía recordar me habían ponderado mis compañeros acuarelistas de la asociación segoviana. Ciertamente el pino albar propio de la zona es maravilloso, pero de hoja perenne; esperaba algo más de los castaños de Indias de aquellos jardines, que –como nos explicaron- están pasando un mal momento temporal con una de esas plagas que aparecen de vez en cuando. En cambio el camino a Pedraza estaba plagado de rodales de chopos y álamos en plena cadencia otoñal, ese tono amarillento teñido de rojos varios tan típico de nuestra tierra en estas fechas.

( Retablo de la Iglesia de San Juan Bautista en Carbonero el Mayor) (*)

También disfrutamos enormemente de Segovia capital, donde oímos Misa nada menos que en San Millán, una de las mejores joyas del tanto, y tan bello románico como tiene la ciudad. Siempre he defendido que la capital del románico es Zamora, donde nacimos los hermanos, la del mayor número de iglesias de ese estilo; pateando Segovia de nuevo, tuvimos que reconocer que con San Millán, San Martín –donde se casó mi prima Petrita, cómo lo recuerdo- y San Esteban, está también en la cumbre del románico. Y al acercarnos a la Fuencisla, de donde sale la carretera a Arévalo, revivimos nuestros vínculos familiares con Santa María de Nieva –en el cercano Melque de Cercos tenemos familia también-, y hablamos de la gran labor que realiza la fundación Santa María la Real, que preside el arquitecto y dibujante Peridis, y de que tenemos que hacernos con el libro que acaba de publicar.

Una de mis hermanas ejerce –por no decir presume- de vegetariana, a excepción de la carne de tostón o cochinillo, de forma que no eligió otra cosa en el Bernardino, al que nos llevaba nuestro padre y hemos disfrutado ahora más que entonces. Ellas casi no lo recordaban. Yo sí. Y como había que hacer tiempo hasta que se aproximara la hora de la Misa en Carbonero, nos fuimos, tras amplia sobremesa, a la Catedral, la última catedral gótica de nuestro país. No sé si fue el paseo cuesta arriba desde la casa de los Picos a la Plaza Mayor, o que el tostón se digiere bien, lo cierto es que la recorrimos bien despiertos y sin perder detalle.

( Mujeres y fiesta. Óleo de Ignacio Zuloaga en su museo de Pedraza) (*)

Había visto el yacente de Gregorio Fernández el año pasado, en las Edades de Arévalo, incluso mejor iluminado que en la catedral segoviana. Pero no recordaba en absoluto –quizá han pasado demasiados años desde mi última visita- el retablo del Santo Entierro de Juan de Juni (1571). Ciertamente se parece mucho al grupo escultórico de Juni que sobre el mismo tema tenemos en Valladolid, en el Museo Nacional de Escultura Policromada, éste en figuras completas, aquél en altorrelieve. Sin embargo, no sé si por la policromía más viva –quizá por el tipo de restauración- del vallisoletano, o por la iluminación, o la elevación a mayor altura del segoviano, me ha impactado mucho éste, que me ha resultado más natural, más próximo al estilo de nuestra “Zapatona” – Nuestra Madre de las Angustias-, a pesar del abigarramiento consiguiente a las posturas forzadas del genio manierista de Juni. Este retablo, en la capilla lateral de La Piedad, no tiene la envergadura del, también de Juni, de la catedral de Valladolid, y añade poco a la figura central del entierro, con lo que queda esta escena muy destacada en todo el conjunto, que es bellísimo, único, absolutamente genial. Salimos muy impactados, tras dedicarle el tiempo que después no tendríamos en Carbonero, para ver bien el retablo de San Juan, otra maravilla, ya digo.

Y al día siguiente, tras ver la Granja, el palacio -que mis hermanas no conocían- y los jardines, y tomarnos los famosos judiones de la Granja, que alabó hasta la experta en fabes de mis hermanas -tras sus muchos años en Asturias-, nos fuimos a Pedraza, en la que yo estaba deseando ver el nuevo museo de Zuloaga, del que guardaba la noticia de su apertura desde hace tres años. Yo creo que he tenido ocasión de visitar Pedraza más de diez veces, pero todas antes de la instalación del museo en el Castillo, propiedad de la única nieta de Zuloaga, María Rosa Suárez Zuloaga y de sus tres hijos (biznietos de Zuloaga) . “María Rosa Suárez Zuloaga –decía El Norte de Castilla en 2011-, la única nieta del pintor Ignacio Zuloaga, acaba de llegar a Pedraza de la Sierra y tomar posesión de lo que es suyo, el castillo que su abuelo adquiriera mediada la década de 1920. Una sentencia sobre el patrimonio familiar de los Suárez Zuloaga ha dividido en tres partes las propiedades y la colección del recordado artista y a María Rosa le ha correspondido el castillo, donde estos días ultima la instalación del nuevo museo Ignacio Zuloaga de Pedraza, que reabrirá el próximo viernes, 28 de octubre. La nieta de Zuloaga deja así la casa de Zumaia (Guipúzcoa) y el museo que ha dirigido desde que enviudó, cuando tan solo tenía 36 años de edad. Una vida entera dedicada al mecenazgo artístico y a la difusión de la memoria y el legado de su abuelo Ignacio que ahora tendrá su continuidad en Castilla, lejos del paisaje verde del País Vasco”.

Ignacio Zuloaga fallece en Madrid, el 31 de octubre de 1945. “En su salida del estudio, el féretro fue bajado a hombros de José María Cossío, Fernando Guitarte, Juan Cristóbal, Domingo Ortega, Rafael Albaicín y Antonio Sánchez. Todo un símbolo de reconocimiento a su afición taurina”. Lo explica así la web portaltaurino.com, que añade: “Ignacio Zuloaga es una figura estrechamente ligada al Museo San Telmo de San Sebastián, que cuenta con una sala permanente dedicada a su obra, fruto de diversas donaciones, principalmente del propio pintor y su familia”. En la entrada a su estudio, en el castillo de Pedraza, hay un curioso cartel de feria taurina que incluye entre los diestros al propio Ignacio Zuloaga que, apasionado por los toros, de vez en cuando saltaba al ruedo.

“El pintor adquirió, en 1926, el Castillo de Pedraza donde, tras restaurar una de las torres, instaló su taller y pintó paisajes y retratos de los habitantes de la villa. En el museo se exponen obras de cerámica, pintura y dibujos de Zuloaga, junto a cuadros de otros artistas, entre ellos, un Cristo de El Greco, un retrato de la condesa de Baena, realizado por Goya, y un bodegón flamenco del siglo XVII”.

( ‘El Chepa’. Óleo de Ignacio Zuloaga en su museo de Pedraza) (*)

Quien enseña el castillo y el museo explica que cada dos o tres meses se ofrecen a los visitantes varios cuadros de Zuloaga distintos. Lo decía como aliciente para que repitamos visita, pero creo más bien ocurre que tienen más obra que espacio. Lo cierto es que, entre bastantes dibujos y otras curiosidades, el museo presenta solo ocho o diez óleos de Zuloaga, eso sí, muy característicos del pintor, que, la verdad, me supieron a poco. Entre ellos, retratos a sus grandes amigos, representantes de la Generación del 98, como el lienzo de ‘Juan Belmonte’, o el del gran compositor ‘Manuel de Falla’. Y a su lado el de ‘El Chepa’, un conocido torero cómico de la época, amigo suyo, que comentó el guía le había conseguido cinco óleos de El Greco; supongo uno de ellos el famoso “La visión de san Juan”, que se sabe vió Picasso en la casa de Zuloaga en París en el verano de 1907 y que le inspiró “Las señoritas de Aviñón”, el prototipo cubista del genial malagueño. Y entre las curiosidades, cerámicas firmadas por su propio tío Daniel Zuloaga; un barco talla del siglo XVII, y dos relicarios de la tumba de Goya, que Ignacio Zuloaga compró con la casa adquirida en Fuentedetodos.

Por su estilo naturalista de recio dibujo y colorido oscuro –dice Wikipedia-, influido por Ribera y Goya, Zuloaga ha sido tradicionalmente etiquetado como «reverso» u oponente del estilo luminoso y optimista de Sorolla. Su pintura –añade- fue de las más discutidas por la crudeza de su dramatismo, expresión de un realismo empecinado en presentar la crónica de la época, particularmente de una Castilla en cierto modo deformada por la literatura del 98. Entiendo se refiere al debate sobre la “España negra”, que, como ya hemos comentado en estas páginas, Unamuno defendió en principio, para finalmente concluir que la mejor actitud del pintor era la simplemente contemplativa, y que era preferible renunciar a buscar pronunciamientos acerca de la realidad circundante.

( Retrato de Manuel de Falla. Óleo de Ignacio Zuloaga en su museo de Pedraza ) (*)

Zuloaga estuvo vinculado especialmente con Segovia, tanto con la ciudad, donde por un periodo de quince años y hasta 1913, año en que abrió la casa de Zumaia, mantuvo un estudio donde pasaba el otoño enfrascado en un intenso trabajo cuyo resultado se llevaba luego a París; como con la provincia, y en particular con las villas de Sepúlveda y Pedraza, en las que tuvo también estudio, en esta última en el torreón del castillo, el que hemos visitado. Señala Lafuente Ferrari que en Segovia nació la primera pintura de Ignacio capaz de procurarle un éxito internacional. Aquí encontró el equilibrio, un reposo propicio para la creación alejado del mundanal ruido del París de modernistas y bohemios. Nosotros también, en familia y con un tiempo y paisajes excepcionales, para no olvidar. ¡Como es este país nuestro¡.


(*) Para ver las fotos que ilustran este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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