La frustración de las camisetas serigrafiadas

Por Javier Pardo de Santayana

( El estudio al rojo vivo. Acuarela de Álvaro Peña en facebook.com.pages) (*)

Supongo que mi improbable lector ya habrá advertido mi curiosidad por todo cuanto veo. También mi facilidad para el asombro. Lo cual – que la verdad sea dicha – me facilita bastante la vida a la hora de escribir en este blog.

Esta característica a la que aludo va acompañada por la tenacidad que aplico tanto ante las grandes como ante las pequeñas cosas que se me presentan en el día a día y que yo tiendo a abordar como retos. Así que me obligo a reaccionar ante cualquier estímulo, y automáticamente siento la urgencia de terminar cuanto antes lo que emprendo. Y lo hago hasta la culminación, como si, independientemente de la importancia que pueda tener, en ello me fuera la vida. Quizá sea, digo yo, una forma de integrarme más estrechamente en la realidad de lo que hay y acontece alrededor de mí.

Creo que esta pulsión mía podría estar relacionada con la necesidad de “hacer” que desde su nacimiento tiene el hombre. Dios nos echa al mundo y nos dice: Venga, poneos en marcha y colaborad a mi tarea. Y uno abre los ojos, empieza a mirar alrededor, y ya no para de hacer cosas hasta que se queda tieso, listo para criar las consabidas malvas. He aquí la bendición del nacido – maldición para otros – que nos obliga a no quedarnos nunca quietos.

Por poner un ejemplo, uno toma un libro entre sus manos, y lo normal es que si se decide a leerlo intente tragárselo cuanto antes. Claro que también hay quienes encuentran tal delectación en la lectura que la enfocan como ocasión de disfrutar a más pequeños sorbos, caso éste en el que lo colocarán en la mesilla de noche o junto al sillón preferido para leerlo poco a poco y día a día, bien antes de dormir o en los momentos de mayor tranquilidad y sosiego.

Sea cual sea la modalidad que pudiera elegirse, lo normal será predisponerse a llegar hasta el final; entre otras razones, porque en él suele encontrarse el desenlace, y uno se ve como impulsado a conocer cómo se las arregló el autor para resolver el argumento que previamente planteó. Es más, sé que los expertos en literatura de consumo – y supongo que la mayoría de los novelistas – cuidan especialmente el primer párrafo del libro sazonándolo con algunas frases intrigantes que abran el apetito del lector.

Pues bien, ahora, de un tiempo a esta parte, vemos como la escritura ha desbordado los márgenes del libro para inundar cuanto encuentran a mano, desde las paredes hasta el propio cuerpo humano. Vemos frases como máximas en los tatuajes, en las tapias y en cualquier lugar que muestre un espacio disponible. Hasta las imprimaciones de las telas recogen frases hechas, palabras e incluso simplemente letras; que de esto ya di fe en alguno de mis artículos y en este mismo blog. Pero sobre todo, las máximas, más o menos contundentes, ingeniosas, pretenciosas e incluso difíciles de interpretar, aparecen con la mayor frecuencia en las camisetas serigrafiadas.

Me parece indudable que si de esta forma se exhibe el pensamiento ajeno, compartido o incluso personalizado, será porque se pretende transmitirlo de alguna forma a los demás. Quien de esta forma se presenta pretenderá, digo yo, hacer ver al respetable público que se trata de alguien tan sensible e inteligente que es capaz de percibir la intención de quien parió la frase de marras, concebida casi siempre por otro individuo, puesto que rara vez será de propia creación.

Mas no voy a entrar en intenciones ni objetivos; ahora siento simplemente la necesidad de recordar que, como todo lo escrito, las máximas y los mensajes de las actuales camisetas están para ser leídos por alguien; en este caso, público en general.

O sea. que va uno por la calle, y sin mediar petición alguna, se encuentra con un ciudadano que le incita a la lectura. Y empieza a leer la frase, casi siempre expresada en varias líneas sucesivas. Pero ahí se topa con la frustración, ya que no bien iniciada la lectura ésta se verá interrumpida, sea porque la postura o las curvas corporales del “usuario” te impide abarcar la totalidad, por un brazo que te tapa, porque se atraviesa otro viandante, o por cualquiera de los muchos obstáculos que nuestros ojos pueden encontrar. El caso es que en la mayoría de los casos nuestro esfuerzo por leer el texto resultará fallido, incluso contando con que uno sepa inglés y llegue a entender lo que está escrito.

La verdad es que, en su ansiedad, uno abordaría a la persona que se acerca para que nos dejara completar la inacabada lectura, pero, claro está, esto es cosa no admitida en nuestras relaciones habituales, así que ahí se queda con la frustración a secas. Y aquí es dónde quería yo llegar, porque, hombre, uno empieza a interesarse en la búsqueda del punto de ingenio que imagina tras la fraseo y acaba por quedarse con las ganas.

Me dirá usted, improbable lector mío, que éste no es un problema demasiado serio; que en ello no se nos va la vida. Y eso es cierto. Pero no dejará de admitirme que la acumulación de estas pequeñas frustraciones diarias – atrévase a contabilizar un día con cuantos mensajitos se cruza usted en su camino – va dejando un desagradable rastro de impotencia, habida cuenta de que lo más probable es que usted no vuelva a encontrarse con el dueño de la camiseta y si lo encuentra habrá cambiado ya de camiseta o incluso de “look”.

Por lo cual, si después de la lectura de este artículo usted se quedara con las ganas de calibrar el efecto acumulativo de las pequeñas frustraciones diarias que a uno le infringen los dueños de estas prendas serigrafiadas, pregúnteselo a un psiquiatra. Y fíjense en lo que le cuente, porque pudiera sorprenderle.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
https://farm6.staticflickr.com/5608/15592390955_33360fc621_o.jpg

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

Lo más leído