La edad no perdona

Por José María Arévalo

( Vista parcial de nuestra exposición en el bar “Pigiama”. Acuarelas de Buendía, Manolo Prieto, y Zenón Ridruejo) (*)

Este artículo se iba a titular “Los `Acuarelistas errantes´, en el Pasaje Gutiérrez”, y tratar a cerca de una pequeña exposición del grupo que salimos a pintar al campo, pero un cúmulo de sucedidos me llevan a sustituir el título; aunque entren también a capítulo los errantes y el Pasaje, creo va a ser más protagonista el tema de la edad. Todo empezó con mal pié, al menos el mío, ya que precisamente cuando entré en el Pasaje Gutiérrez con mis dos acuarelas, enmarcadas y con cristal, como siempre se presentan las acuarelas, bajo el brazo, con la pretensión de llevarlas al bar “Pigiama”, que está a la entrada del Pasaje, tropecé en el banzo que tiene a la entrada, y caí cuan largo soy, sobre el centenario enlosado del suelo. Lo hice aparatosamente, como es lo propio en las personas de edad, provocando la alarma de dos o tres pasajeros que temían por mi vida y amablemente me asistieron. Les tranquilicé: no había pasado nada, ni a mí ni a los cuadros –por los que temía más mientras caía-. Afortunadamente caí primero de rodillas –todavía me duele la izquierda- y después sobre el costado que tenía libre, y di un giro para apoyar la espalda, probablemente aconsejado por mi ángel custodio, cuya fiesta acabábamos de celebrar.

Así empezó la operación “Los `Acuarelistas errantes´, en el Pasaje Gutiérrez”, que cuando escribo estas líneas ha concluido ya, pues mis compañeros decidieron el lunes adelantar la retirada de los cuadros, por mucho que insistí en que habíamos quedado en efectuarlo el día 20; razón por la cual no había escrito aún este artículo, que pierde así, en buena parte, sentido. Me extrañó el repentino cambio de opinión, que al final he achacado a que han debido, antes, wasaperase sobre el tema. Así que la culpa es mía por resistirme a entrar en esto del “wasap”. Es que lo de cambiar de aparatos me mata.

Lo cierto es que soy el único del grupo que todavía no tiene el famoso “wasap”. También mis hijos se comunican con ese perverso sistema que pretende complicarme más la vida, como ocurre con toda adaptación, a una cierta edad, a las nuevas tecnologías. Este mismo finde, en el que han venido mis hijos para celebrar mi 70 cumpleaños, he tenido ocasión de sufrirlo con el nuevo ordenador que me han regalado –qué majos, la verdad-, con el que, por mucho que me han ayudado, he perdido unos veinte artículos o más de otro foramontano, Carlos Bustamante, preparados para publicar en estas páginas. Ocurrió que el llamado “Mozilla Thunderbird” –que es sin duda un instrumento estupendo para usar el correo electrónico- no me los copió en el nuevo ordenador al hacer el traspaso, vaya usted a saber por qué, cuando todo lo demás sí lo ha reenviado. Espero que Carlos los tenga bien guardados y me los pueda reenviar, aunque él sufre los mismos problemas de edad, qué quieren que les cuente. Pero vamos primero con el “Pigiama”.

(San Pablo. Acuarela de Chema Fraile en la exposición del bar “Pigiama”) (*)

Tengo tantos problemas de memoria que ya empecé a dudar cuando Manolo Prieto me aseguraba que cuatro de los cinco acuarelistas del grupo afirmaban que se había acordado descolgar la exposición del Pigiama el día 14. También Manolo, el que tiene mejor memoria de todos, puede tener un fallo: Menos mal que otro de los compañeros, Chema Fraile, me confirma que habíamos acordado retirar el día 20, precisamente porque él tenía que retirar la suya de la sala Rafael – de ella les hablé en artículo del 27 pasado- ese día y tomó buena nota.

Lo más curioso es que cuando me quejé de la sorpresa del cambio de fecha, dos de los compañeros me escribieron diciendo que ya me lo habían explicado; resulta que el primero de ellos, en su “emilio», me había escrito a “ymail” en vez de “gmail”, así que, claro, no me había llegado, y el otro compañero reenvió lo del primero. Este ya tuvo problema parecido cuando quedamos para ver la exposición de Chema Fraile, sin ponerle en copia a él, con lo que no pudo estar presente. Cosas de la edad. Y de la tecnología: definitivamente me paso a “wasap”.

Lo de los “acuarelistas errantes”, para llamar al grupo que hemos expuesto estos días en el Pigiama, viene del reportaje que publicó un periodista de El Norte con el título “El club de la acuarela errante”, y subtitulaba “Un grupo de aficionados busca paisajes para pintar en el entorno de la capital, por ejemplo, bajo un puente de la ronda”. Se trata del puente sobre la Esgueva próximo a la salida de la carretera de Renedo, como ya les conté en detalle en artículo del 9 de marzo del año pasado.

( Acuarelas de José Mª Arévalo en la exposición del bar “Pigiama”) (*)

Al final decía el periodista que algunas de estas acuarelas iban después a alguna exposición, y citaba la última individual de Manolo Prieto. Yo creo que este reportaje ha influido no poco en que fuéramos haciéndonos a la idea de que teníamos que exponer como grupo, así que cuando ha llegado la oferta de exponer en el bar Pigiama no hemos tenido la menor duda. Como también lo reducido del ámbito –solo un par de cuadros cada uno y en un espacio que no es sala de exposiciones sino un simple bar-, que supone un menor compromiso. Así y todo hemos cuidado mucho tanto la elección de nuestras acuarelas como su colocación adecuada. Y además un hecho relevante: que ha expuesto con nosotros una prometedora acuarelista, María, nieta de Manolo Prieto, que con sus seis años hace buenos pinitos cuando nos acompaña de vez en cuando a pintar en el campo; es muy divertida, lo pasamos muy bien con sus preguntas y ocurrencias. Al final, la muestra quedó muy chula. Me comprometí a contarlo en este blog, para constancia histórica, y así lo he cumplido, de alguna manera.

Finalmente no he acudido a la recogida de las obras, no por acto de protesta por su anticipación, sino porque he caído enfermo. Este finde, ya pasada la celebración –menos mal- hemos tenido en la familia una gastroenteritis galopante. Ha sido nuestro ébola particular. Hasta el punto de que el pequeño de mis hijos no se pudo ir el domingo, como tenía previsto. Yo creí que me había librado, que iba a ser una excepción al dicho popular de que la edad no perdona, pero la noche anterior al descuelgue me dediqué a vomitar como hacía años que no me ocurría. Bueno, he sido el último en caer, así que en este aspecto me siento más joven que mis hijos y nietos. Pero solo en ese aspecto, no en el de la adaptación a las nuevas tecnologías, en lo que, menos mal, puedo recurrir a ellos. Eso sí, todo el fin de semana nos lo hemos pasado resolviendo problemas del nuevo ordenador, una maravilla de rapidez, pero en cuanto mueves un dedo se cambia la página y aparecen imágenes raras. Me dicen que me acostumbre, que en el futuro todo será táctil, o sea que se trabajará en el ordenador corriendo los dedos sobre la pantalla, como en los modernos teléfonos móviles, en los que de repente se pasa la imagen de vertical a horizontal sin saber por qué. Ahora me están buscando un móvil para “wasap” por subasta en la red, que dicen ellos es más barato. Supongo que será táctil, a ver como me acostumbro. Increíble.


(*) Para ver las fotos que ilustran este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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