Por Javier Pardo de Santayana

( Learning garageband para Windows) (*)

Veo en televisión un concurso de cantantes de boleros, muchos de ellos de Armando Manzanero. Observo una vez más que hoy día los jóvenes intérpretes exhiben una especial habilidad para hacer con su voz una especie de gorgoritos que aplican con el objetivo de “personalizar” su interpretación, en la que también aplican – casi sistemáticamente – algunas otras deformaciones a la composición original. Por lo que parece no basta con una buena voz dúctil y acariciadora. Pero el bolero es algo íntimo; algo que se dice o más bien musita a la amada en una determinada circunstancia, que puede ser la ausencia, el dolor, la muerte, la alegría del encuentro o cualquier otra de las muchas cosas que dan color a un mismo sentimiento.

Se ve que, en todo caso, los bien intencionados intérpretes se esfuerzan por añadir algún efecto que otro, y que quienes han de juzgar su interpretación les afean a veces su manía de introducir matices claramente innecesarios o incluso contraproducentes como, por ejemplo, fuertes notas sonoras en lo que debiera ser un susurro final. Y claro, lo estropean, porque una canción es un estado de ánimo que se traslada a una partitura musical. O sea que, siendo un solo todo, mejor será no adulterarlo.

La introducción de gorgoritos, chillidos y otros manierismos sólo será eficaz desde un punto de vista estético si añaden emoción al mismo espíritu de la canción, puesto que en todo caso deberán responder fielmente a la inspiración creativa del autor, tanto por por lealtad al artista como por pura eficacia. Yo tengo escrito un relato a modo de estereotipo sobre un arreglista de moda que fracasó al intentar componer obra propia y tuvo que volver a los “arreglos”. Luego, un fino instinto comercial le llevaría a extender su actividad a otras artes como la pintura, los happenings o las grandes orrnamentaciones públicas. Y la cosa terminaría mal con la literatura, cuando entró a hacer retoques al “Quijote”.

¿Cómo, entonces, transmitir una emoción personal que en algo sea diferente a la acostumbrada? Pues ese es el problema. Creo yo que, fundamentalmente, el artista habrá de sumergirse en lo que fue la inspiración del propio creador de la canción, y si es caso acentuar algún acierto. Para lo cual, supongo, están los arreglistas ya citados; que esos conocen bien los trucos. Pero siempre lo fundamental será esa vibración que cada intérprete ha de poner en todo cuanto haga.

Andaba yo hace unos días intentando asegurarme la letra de una bella canción de amor que en su día interpretara Frank Sinatra. Se titula “You are nobody till somebody loves you”, es decir, “No eres nadie hasta que alguien te ama”, título ya de por sí de gran enjundia, para cantarla y luego añadirla a otras interpretaciones mías de obras de otros y también de propia creación – milagro permitido por una “aplicación” de “Apple” llamada “Garageband” – cuando, una vez satisfecho mi objetivo, me entretuve en escuchar otras versiones de este mismo tema. Entonces tropecé con una a cargo de Michael Boublé: manierismo en estado puro pero sensibilidad a tope, dominio increíble de la voz y sus matices más intimistas. Solo el artista iluminado en la oscuridad más absoluta. Es decir, intimismo total y a la vez gran espectáculo al clásico modo norteamericano. ¿Que qué quedaba del original? Pues poca cosa, la verdad. Pero era toda una creación a partir de un sentimiento y de una inspiración en el fondo respetada. Así que sí que puede hacerse cualquier cosa, pero sólo si media la genialidad.

Consideración final: no deja de ser curioso el hecho de que, a diferencia del intérprete, que normalmente recibe todos los honores, el compositor – es decir, quien creó la magia de una canción nueva a partir de una partitura en blanco – sea casi siempre escasamente conocido del gran público. Lo cual no es justo, desde luego; pero la vida es así, aunque no ciertamente en el caso de Armando Manzanero, una rara excepción a la regla acostumbrada. Claro que a este hombre, creador y también intérprete de sus propios boleros, le surgía la inspiración con cualquier ocasión. Por ejemplo, viendo correr a la gente bajo un chaparrón.

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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